Reagan aparca la Ducati en su lugar habitual de los martes por la tarde. Sin embargo, hoy no es martes y Reagan siente algo de ansiedad por entrar en el enorme edificio. Tampoco se trata de su primera vez, porque, como ya se mencionó, ese es su lugar habitual de los martes por la tarde.
Después de un rato se desliza fuera de su moto y asegura el casco en el manillar. Guarda las llaves en el bolsillo de su chaqueta, y empieza a caminar. Atraviesa el laberinto de vehículos hasta que llega a la puerta principal y cruza las puertas dobles de cristal.
Sigue el camino que conoce hasta llegar al escritorio de la recepcionista y posa su mejor sonrisa, tratando de evitar que la agradable mujer rubia sentada tras la computadora capte su inesperado nerviosismo. No entiende que le pasa, a estas alturas debería estar más que bien con estar en este lugar.
-Hola Reagan -saluda Jessie con su habitual sonrisa amable abriendo paso en su rostro.
Regan asiente en respuesta.
-Hola, Jess.
-Oí que tendrías un verano espectacular -comenta con un tono melancólico fingido y una mueca exagerada, y Reagan ríe-. Ya quisiera que mis padres me llevaran cada año a una aventura nueva con mi mejor amiga.
-Si, es genial -responde-. Aunque conoces los detalles del último viaje -Reagan hace una mueca que Jessie imita, añadiendo un par de ojos abiertos como platos-. Exacto -asiente a su mirada-. No te desearía esa vergüenza.
-Lo acepto -asiente Jessie-. Son un poco extraños.
-Eso es quedarse cortos -responde Reagan.
Jessie suelta una suave carcajada y niega.
-Bueno cariño, la doctora está terminando una cita -comenta mientras teclea en su computadora-. Estará lista en un par de minutos, ya sabes que puedes relajarte.
-Genial -exhala nerviosamente y capta la mirada condescendiente de la rubia.
-Suerte ahí dentro.
*
Se quita la chaqueta y la dobla en su brazo mientras se desliza lentamente en el agradable mueble de dos plazas. Su mirada barre la habitación en un intento de distracción ya que realmente conoce cada esquina del lugar. Después de todo ha pasado muchos martes, durante una hora entera, encerrado ahí mismo.
Y si empezamos a contar cuantos martes han sido desde que inició a los once años, podríamos asegurarte que se acumularía, quizá, un mes entero de su vida.
Reagan apoya su espalda contra el respaldar del sofá y suspira, concentrándose en el bote de cristal lleno de chupetes de todos los colores. Solía ganar muchos de ellos en sus sesiones pasadas, pero ya no está en la edad de recibir un premio, así que pasa su mirada a los diplomas encuadrados contra la pared tras el escritorio, luego a la suculenta cerca de la ventana.
Finalmente, un suave carraspeo llama su atención y Reagan regresa la mirada a la mujer sentada en frente. Lo primero que capta son los ojos marrones brillando tras los cristales de sus gafas de aumento y unos cuantos mechones de pelo castaño sueltos enmarcando el rostro cansado de su psicóloga.
-¿Por qué estas nervioso? -pregunta suavemente.
Reagan esquiva la mirada y la posa ahora en la pared detrás de la mujer, donde, también enmarcados (con mucho cariño, quiere resaltar), encuentra varios dibujos. Sabe que fueron hechos por niños, porque ahí, entre la flor más amarilla que ha visto jamás y la pintura mal hecha de Spiderman, está su dibujo enmarcado.
-Tienes un talento natural -comenta la mujer mayor, observando también su pintura-. Ese es uno de mis favoritos.
Reagan desliza la mirada lejos del saltamontes y la posa en sus nerviosos dedos que se entrelazan entre sí.
-¿Me puedes decir que te tiene tan mal hoy, Reagan? -insiste suavemente, porque en realidad ella ya sabe lo que le sucede-. No esperaba verte hasta que volvieras de tu viaje.
Parpadea un par de veces y toma una larga inhalación.
-Sabes que puedes recostarte en el sillón, o como te sientas más cómodo.
-Si -asiente-. Estoy bien.
-Bien.
La mujer desliza suavemente la punta de su bolígrafo a través de la página en blanco de su pequeña libreta y espera con paciencia. Ella conoce perfectamente a Reagan y sabe que tras hacer la primera pregunta e insistir una vez, lo único que le queda es ser paciente y aguardar a que empiece a destaparse por sí mismo.
-Yo -murmura en un tono de voz casi imperceptible, así que carraspea y lo intenta de nuevo-. Yo me siento nervioso por este viaje.
Ella solo asiente y anota un par de cosas nuevas en su libreta sin intención de interrumpir. Una vez Reagan empieza a hablar, no hay forma de que ella la detenga.
-Es -continua Reagan-. Es Julia -la mujer mayor asiente y parpadea en su dirección-. Creo … creo que esta vez podré contarle -encuentra la mirada de su psicóloga y puede leer claramente la pregunta en sus ojos ¿Cómo te sientes sobre eso?, así que encoge los hombros y se hunde entre los agradables cojines del sillón-. Y supongo que por eso me siento tan nervioso, quiero decir -se interrumpe- ella ha sido mi mejor amiga prácticamente desde que nacimos. Se supone que ella conoce todo de mí, así como yo conozco todo de ella, pero eso no es cierto; porque ella no es consciente de este enorme secreto y eso me hace sentir mal cada vez que la veo.
Suelta un suspiro y mira al techo con las manos cruzadas sobre su pecho.
-Y estos sentimiento -bufa y pone los ojos en blanco-. No son de mucha ayuda que digamos -niega y se lleva las manos a la cabeza, hundiendo los dedos entre mechones oscuros-. Solo me hacen sentir culpable porque, si realmente la quiero, ¿Por qué no he sido capaz de contárselo? Todo se siente tan jodido, y me siento tan nervioso por este viaje porque estaremos tan cerca como siempre y pasaré aterrado de que ella se entere de alguna manera de mi secreto, lo que posiblemente la llevará a odiarme -se detiene.
La mano de la mujer también se detiene cuando Reagan deja de hablar, y suelta un suspiro. Sabe que aún no es momento de intervenir así que se mantiene paciente.
-Es lo que más temo -dice finalmente, después de casi cinco minutos en silencio-. Y eso me lleva de vuelta al principio ¿contarle o no contarle? Mi más grande dilema.
Vuelve a quedarse en silencio, y la mujer sabe que es momento de intervenir así que garabatea con letra casi ilegible (incluso para ella en ocasiones estresantes) y cuando termina deja el bolígrafo dentro del cuaderno y lo cierra.
-El dilema que nos ha mantenido aquí tanto tiempo -bromea la mujer y Reagan bufa una risa.
-Si -asiente sin dejar de mirar al techo.
-El mismo dilema que te pone de nervioso cada verano -recuerda-. Sin embargo, hoy te ves más … -piensa brevemente mientras mueve su mano como si tratara de atraer el pensamiento- ¿errático? Si, errático. Hoy te ves más errático que en ocasiones anteriores -asiente- ¿Qué lo ocasionó?
Con un suspiro cansado, Reagan suelta lentamente un: -Julia.
La mujer mayor lanza una suave risita y niega a la vez que gira los ojos.
-Tonta de mi -se da un pequeño golpe en la frente y mira a Reagan que ha levantado la cabeza para mirarla con un gesto divertido-. Por supuesto que se trata de Julia.
Reagan pone los ojos en blanco y vuelve a echar la cabeza hacia atrás.
-Ella mencionó que el próximo año podríamos hacer el viaje sin nuestros padres.
-¿Solo ustedes dos, o sus hermanos estarían involucrados?
Se muerde el labio y juega con sus dedos sobre su pecho.
-Primero dijo que sería genial que fuéramos solo nosotras -responde-, pero luego mencionó a los chicos.
-¿Entonces…?
-Eso me hizo pensar que quizá también siente algo -suena más a una pregunta que a una conjetura, y Reagan chista molesta-. Pero entonces, si le cuento mi secreto no tengo idea de cómo reaccionaría. Puede enojarse por no habérselo dicho antes o puede apoyarme para continuar con el tratamiento.
-Yo creo que puede enojarse primero y luego de comprender toda la situación, entonces te apoyaría para continuar.
-Pero ¿y si no lo hace? -Reagan ahora se endereza y la mira directamente con sus ojos azul acero bañados en temor-. Si al contrario ella se asusta y piensa que … no lo sé -se encoge de hombros- ¿soy una cosa rara o algo así? Tampoco la culparía, no estaría tan equivocada.
-Hemos hablado de esto, Reagan -advierte la psicóloga-. Ya habías llegado a un acuerdo con tu cuerpo y siempre que tienes este dilema con Julia retrocedes un millón de pasos.
-Lo sé -asiente-. Lo sé, lo siento.
-No debes disculparte con nadie más que contigo -responde-. Debes recordar que eres completamente normal, no hay nada malo en ti que no pueda ser tratado.
-Lo comprendo.
-Sabes que dar el paso de contarle a Julia tu condición, implica continuar con el tratamiento -recuerda-. Y eso es algo que has deseado desde que te dimos el visto bueno.
-Por supuesto que sí.
-Así que debes preguntarte a ti mismo ¿Qué tan importante es Julia para ti?
-Ella lo es todo -responde suavemente y con la mirada gacha.
-Y sin embargo estas aquí, y ella sigue desconociendo lo que haces todas las tardes de los martes.
*
Los últimos veinte minutos pasaron entre vagas conversaciones sobre lo que Reagan esperaba que sucediera en el verano, mientras lanzaba respuestas ingeniosas y sarcásticas que desviaban lentamente el tema central de la cita. La mujer lo aceptó con una suave sonrisa, sin tomar la iniciativa de volver a hablar de Julia.
-Tenemos cinco minutos -menciona tras echar una rápida mirada a su reloj de pulsera- ¿Qué tal si me cuentas como vas con tu portafolio? Ya hemos hablado del equipo y de la escuela … lo que me recuerda -se detiene y le sonríe-. Felicidades, supongo que ya eres oficialmente quarterback del equipo.
-Aún no es oficial -responde encogiéndose de hombros-. Pero según Ross así será, entonces …
-Felicidades, supongo que ya se lo dijiste a Julia -cuestiona la mujer-. Ha sido tu más grande admiradora desde el principio.
-Quiero asegurarme de que sea así -responde Reagan-. Entonces se lo contaré y no tengo dudas de que la pondrá feliz.
-Eso es genial -asiente-. Pero es hora de concentrarnos en lo que viene después de la escuela. La Universidad. El futuro.
Reagan se sonroja tímidamente y desliza su mirada hasta su pintura enmarcada contra la pared.
-Mi portafolio va genial -responde-. Creo que tengo una sólida oportunidad.
-Y entre tus opciones ¿Cuál es tu favorita?
Se muerde el labio y juega con sus dedos.
-Sigo pensando en la Escuela de Artes de Yale, o en el Instituto de arte de Chicago -responde-. Los dos son grandiosos.
-Seguro ambos pelearan porque los escojas -declara con una sonrisa cariñosa.
-Eso espero.
-Estoy segura que si -afirma-. Y recuerdo que dijiste que para cuando fueras a la Universidad querías ser tú mismo.
-Eso dije -asiente.
-Y comprendo que Julia es parte importante de quién eres, así que tomate con calma este tiempo y reflexiona -dice suavemente-. Quizá este verano pueda sorprenderte.
Reagan ríe y niega. Luego un pequeño pitido se escucha y entiende que su tiempo ha acabado.
-Supongo que ahora si no te veré hasta que vuelvas de tu viaje -dice la mujer mientras reconfigura su reloj-. Hace un rato te vi mirar el bote de los chupetes, sé que eres mayor para eso, pero en lo que a mi concierne te ganaste un premio, así que adelante.
Reagan suelta una suave risita y se levanta para acercarse al escritorio y extraer un chupete de color verde.
-Disfruta tu verano, Reagan -la despide-. Espero que tengas buenas noticias al volver.
-Eso espero, doc.