Capítulo 4 Lena permaneció con las piernas encogidas, los codos apoyados en la rodilla y la cabeza sujeta por ambas manos. —¿Te cansas de estar sentada? —preguntó Heyst. Un gesto apenas perceptible de la cabeza fue la respuesta que obtuvo. —¿Qué miras tan seria? —volvió a preguntar, para pensar de inmediato que la gravedad como norma era, a la larga, mucho más soportable que la algazara constante—. A pesar de todo, esa expresión te sienta muy bien —añadió, no como cumplido, sino porque esa afirmación seguía sinceramente las inclinaciones de su gusto—. Como estoy más o menos seguro de que no es el aburrimiento la causa de tu seriedad, estoy dispuesto a quedarme aquí sentado y contemplarte hasta que tú decidas que nos vayamos. Y era verdad. Estaba todavía bajo el fresco sortilegio de aq

