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1829 Words
Pedir Permiso A la familia Dante aguardaba en el despacho de Arthur, la luz suave de la tarde entrando por las ventanas, recortando el perfil del hombre mayor en su sillón. Había algo solemne en la atmósfera; no eran negocios lo que los traía allí, sino la vida misma, la historia de Serena y la decisión que estaba a punto de tomar. Arthur lo miró por un instante, como sopesando cada palabra antes de hablar. - ¿Me estás pidiendo permiso para casarte con Serena? Dante permaneció de pie frente a él con una expresión seria, pero sus manos sudaban tras su espalda. - Así es, señor Winters. Viajé hoy para avisarle que me casaré con ella. Ya me propuse y aceptó. - ¿Ella dijo que si? El hombre joven asintió y se rio bajo. - Si… - Vaya. Ustedes los Moretti no pierden el tiempo. – le dijo finalmente – Tu padre se tardó tres días y tú una semana. - No voy a dejarla ir… No de nuevo. - Entonces… Hace tres años… En este lugar... - Si… No lo entendí entonces, pero ahora que la tengo a mi lado, no la dejaré ir. - Sabes… - comenzó a decir Arthur con voz profunda, cargada de afecto - Rafaele me lo dijo ese día, pero no le creí. El verte hoy aquí… solo para recibir mi bendición me dice que eres un buen hombre. - ¿Entonces me acepta? – preguntó Dante. - Mi nieta ya te aceptó ¿No? – lo miró a los ojos – Si ella lo hizo es porque sabe que serás bueno con ella y la protegerás cuando yo no esté. - Sé que Serena lo quiere como su familia. No podía dejar de venir a verlo en persona. Además quiero que la acompañe ese día. Con mi padre… Sólo familia. Será una ceremonia en el jardín como ella lo desea, sin prensa, sin publicidad. - Tu padre debe estar en el cielo en este momento. Me ha informado cuánto has cuidado de ella estos días, cómo la proteges, cómo le devuelves la seguridad que… que alguien como Damian intentó arrebatarle. Dante sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que la importancia de los Winters para Serena era enorme; su abuelo había sido la constante, su ancla en su mundo. Arthur continuó, más relajado ahora, con una sonrisa que mezclaba orgullo y nostalgia: - Cuando miro a Serena… mi niña, veo todo lo que era y lo que puede llegar a ser. Increíble incluso en sus errores, en su terquedad. Y verla así… confiando en ti, abriéndose… no puedo evitar sonreír. Mi nieto fue un tonto. Dante tragó saliva. - Señor, sabe que la respeto. Nunca la usaría, ni siquiera la he visto como alguien que pueda… llegar a herir. Solo quiero que sea feliz. El hombre mayor lo estudió con ojos penetrantes y Dante sintió que lo miraba hasta el alma. - Lo sé, muchacho. Lo sé… y por eso me alegra que seas tú quien la proteja, quien la guíe, pero también quien la escuche y la deje decidir por sí misma. Sabes que Damian… bueno, no voy a ser amable con él en este momento. Dante apenas logró asentir con la cabeza, consciente de que aquel comentario estaba cargado de advertencia y de la fuerza de un suegro que estaba empezando a asumir que su ’”niña” ya no era solo suya. Arthur exhaló y se recostó, dejando que el peso de sus emociones se derramara en unas pocas palabras más suaves. - No pensé en que alguien se la llevaría tan rápido. Incluso, aunque sea con el hijo de mi mejor amigo… es un golpe extraño. Sientes orgullo, alegría… y a la vez, un miedo que no puedes controlar. Porque esa niña que un día corría por los pasillos de la casa, que lloraba cuando la dejaban en el colegio… ahora confía en ti para cuidarla y yo debo creer que no le fallarás. Dante sintió cómo el corazón se le apretaba. - No le fallaré, señor. Le doy mi palabra. Sé lo que ella significa para usted… y lo que significa para mí también. Arthur sonrió, esa sonrisa lenta y cálida que hablaba de años de experiencias y de la satisfacción de ver que las cosas se alineaban como debían para la pequeña que había perdido tanto. - Si alguna vez dudas de ti mismo, recuerda: ella te hará sonreír incluso cuando no esté a tu lado y si tú has conseguido que se deje cuidar por ti y que se sienta segura, tendrás el mundo en tu mano. Dante se permitió un instante de relajación, cerrando los ojos y respirando hondo. - Haré todo lo que esté en mi poder para no defraudarla… ni a usted… Para mi es perfecta… Sus palabras, casi un murmullo, se escaparon sin que él lo notara: “Es… perfecta…” La intensidad de sus emociones quedó clara en el susurro y Arthur sonrió con suavidad, sabiendo que aquel joven había comprendido la magnitud de la confianza depositada en él. Con calma, Arthur se movió para abrir una caja fuerte empotrada en la pared y sacó una carpeta de cuero cerrada. - Aquí están los papeles del fideicomiso de Serena. Esto pasará a ella en cuanto me envíes el certificado de matrimonio tal como su padre dejó estipulado. Todo regresará a sus manos una vez que tenga un esposo que pueda acompañarla y amarla como merece. El traspaso será inmediato, sin difusión. - Le informaré a Serena en casa. Gracias, señor Winters. Dante tomó la carpeta con reverencia, sintiendo la responsabilidad que pesaba en sus manos. El hombre mayor asintió y luego añadió con un gesto práctico: - Ah, por favor, ábrele una cuenta en un banco italiano para depositarle su manutención. Su cuenta actual es complicada. Dante comprendió la precaución detrás de sus palabras; sabía que Damian probablemente había tenido acceso a las cuentas de Serena. - No se preocupe, le enviaré los datos en cuanto tenga la información. Abriré una cuenta conjunta para ambos y otra a su nombre apenas tengamos el certificado. Mientras tanto, me encargaré personalmente de los gastos de mi esposa. Arthur asintió, satisfecho. - Bien, hijo. Lo haces bien. Toma un café conmigo y podrás regresar a casa. - Gracias… No quiero que Serena sepa que viajé. Es una sorpresa que usted esté en la boda. Cuando el asistente de Arthur dejó la bandeja de café frente a Dante y Arthur discutía de negocios, Damian irrumpió en el despacho de su abuelo con el paso impaciente y la mirada desafiante. - Abuelo. Necesito más dinero. Tengo que pagar… Sus ojos se fijaron en Dante, quien hojeaba documentos con naturalidad, como si llevara años trabajando allí. - ¿Quién es él? - preguntó, con la voz cargada de curiosidad y un dejo de irritación. Arthur suspiró y apoyó las manos sobre el escritorio, su expresión grave, pero serena. - Es uno de mis socios extranjeros. Compórtate. Ha venido para informarme que se hará cargo de una de mis valiosas posesiones… algo que necesita atención y responsabilidad. No todos están preparados para entender lo que significa proteger y cuidar lo que que importa. Damian frunció el ceño, confundido y un poco ofendido. - Aún estás enojado por la rabieta de Serena. Te dije que la encontraré. - Y yo te dije que no te diré dónde está. Si necesitas dinero para tus investigadores ya los cancelé. Deja de molestarla. Te equivocaste y perdiste su confianza. - Abuelo… Estamos hablando de Serena. Ella solo puede pensar en mi. Se le pasará. Dante se tensó visiblemente y Damian lo notó. - ¿Ves? Tu socio opina lo mismo. Las mujeres perdonan fácil. - No pienso lo mismo, bambino. – dijo de manera cargada – Las mujeres no olvidan lo que las hiere. Sólo lo callan. - ¿Tienes mujer? El hombre lo observó y su sonrisa se amplió. - Si, una mujer maravillosa. – dijo finalmente y a Arthur le recordó a Rafaele cuando sabía algo que los demás no – Es lo más valioso que tengo. Incluso más que todo mi dinero. - Ninguna mujer vale más que tu dinero. – le dijo incrédulo. - Para mi si… - respondió Dante regresando a su café y continuó revisando los papeles, ajeno a la tormenta frente a él, seguro de sí mismo y de su papel en aquello. Su tranquilidad contrastaba con la impaciencia de Damian, que comenzaba a sentir un hormigueo de frustración: la autoridad de su abuelo y la confianza silenciosa en Dante lo descolocaron. Arthur levantó la mirada, mirando directo a Damian. - Regresa a casa. Sigues perdiendo clases… Deberías estar preparando tu futuro… No viviré por siempre ¿Cómo piensas llevar las empresas si sigues de fiesta en fiesta? Te lo advertí. Designaré a un CEO que pueda hacerlo por ti. Damian abrió la boca para replicar, pero ninguna palabra salió. La idea de que alguien más pudiera asumir esa responsabilidad, sin necesidad de él, era un golpe a su orgullo. Sin embargo, no podía articularlo; la autoridad de su abuelo y la serenidad de Dante lo mantenían en silencio. Arthur continuó, sin levantar la voz, pero con claridad absoluta: - Él está aquí porque ha demostrado que puede ser confiable. No es cuestión de edad, ni de experiencia pasada, sino de juicio, discreción y compromiso. Presta atención, porque no todos tienen la habilidad de ganarse esa confianza, ni todos pueden ser un pilar en momentos complicados y menos llevar adelante todo lo que se ha construido. Dante se levantó y se abrochó el botón de su chaqueta con elegancia. Era el momento de marcharse o le daría un golpe a Damian. No lo conocía antes de ese día, pero su impulsividad e inmadurez lo enfurecieron. No sólo por Serena, sino por ver a Arthur, un hombre íntegro que había construido su imperio desde cero y con esfuerzo al igual que su padre, sin tener a alguien en quien apoyarse. - Me retiro primero, señor Winters. Lo espero como acordamos. - le dijo Dante estrechando su mano con fuerza a lo que Arthur respondió con un toque en su hombro con evidente orgullo y respeto. - Gracias por venir. Estaré allí sin falta. Damian abrió la boca para replicar, pero se encontró paralizado ante el gesto. La autoridad de su abuelo y la tranquilidad imponente de Dante lo dejaron sin argumentos. El joven italiano salió del despacho finalmente, dejando atrás un aire tenso y la sensación de que había presenciado algo más grande que él mismo. - Regresa, Damian. – le dijo su abuelo regresando a su escritorio – No quiero discutir contigo ahora. El joven se retiró finalmente, con un peso incómodo en el pecho: entendía que ese hombre ocupaba un lugar de respeto y autoridad ante su abuelo y eso le resultaba irritante, porque no podía desafiarlo sin parecer impulsivo.
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