Rutinas Inesperadas
El sol entraba a raudales por los ventanales de la villa, bañando de oro los pasillos del ala este. Serena había despertado temprano, incapaz de conciliar un sueño profundo después de la cena y de la inquietud que aún le recorría el cuerpo. Decidió bajar al jardín antes de que todos se levantaran, convencida de que un poco de aire fresco la ayudaría a ordenar sus pensamientos.
Vestía con sencillez: una blusa de lino blanco y unos pantalones claros, el cabello suelto y húmedo aún por la ducha. Caminaba en silencio, observando la luz que se filtraba entre los cipreses, cuando la puerta que conectaba con el ala de trabajo se abrió.
Dante apareció.
Llevaba un traje impecable, la chaqueta sobre un brazo y el maletín en la otra mano. El cabello aún húmedo por la ducha también, pero peinado hacia atrás, como un reflejo de su disciplina. Se detuvo en seco al verla en el corredor, como si no esperara encontrarla tan temprano allí.
- Signorina Whitmore - saludó, con un tono formal, pero con esa profundidad en la voz que siempre parecía cargar con algo más.
Serena sonrió con cortesía, aunque sus dedos se entrelazaron nerviosos tras la espalda.
- Señor Moretti…
- Dante, por favor. Sólo Dante.
- Dante. - La corrección de su nombre, sin títulos, salió natural, casi desafiante.
El hombre ladeó apenas la cabeza, sorprendido, y el destello en sus ojos fue tan fugaz que Serena no supo si lo había imaginado.
- Madrugadora. - comentó, ajustándose los puños de la camisa con gesto distraído - No todos los huéspedes se levantan antes de que Theo prepare el café.
- Supongo que me cuesta dormir en un lugar nuevo. - respondió ella, encogiéndose de hombros - Además, la villa es demasiado hermosa como para no aprovecharla.
Un silencio se tendió entre ellos. No incómodo del todo, pero cargado de algo que ninguno parecía dispuesto a nombrar.
Dante la observó un instante más, con esa seriedad casi intimidante que parecía su sello, hasta que dejó escapar una leve sonrisa irónica.
- Tiene cuidado, signorina. Si Vittorio descubre que también madruga para recorrer la casa, no tardará en ponerla a trabajar a su lado en la cocina.
Ella rio suavemente, el sonido cristalino rompiendo la tensión.
- No me molestaría. No me intimidan las tareas difíciles.
Él arqueó una ceja, como si esa frase le hubiera llegado con una segunda lectura. Y en efecto, lo había hecho.
- Me lo imagino. - dijo al fin, con una voz baja, más grave - No parece de las que se rinden fácil.
El aire entre ambos pareció vibrar con esas palabras. Serena sintió el calor en la piel, como si un elogio tan simple escondiera una declaración mucho más íntima.
Dante carraspeó, rompiendo la tensión. Tomó la chaqueta y el maletín de nuevo.
- Debo marcharme al trabajo. Mi padre se encargará de que se sienta en casa.
- ¿No desayunará? Don Rafaele dijo que era tradición… - lo miró con atención – Además quedaron algunos postres. Se los envolveré para que los lleve a su trabajo.
El hombre pestañeó descolocado ¿Llevar comida al trabajo? Como un marido obedeciendo a su esposa. Carraspeó volviendo a sus sentidos, el calor subió por sus mejillas cuando lo pensó.
- Tengo una reunión, aceptaré el café.
La joven asintió con suavidad, con esa sonrisa tranquila que apenas lograba ocultar la turbulencia interior.
- Si puedes preparar el café, yo prepararé los postres. – le dijo caminando hacia el refrigerador y sacando los postres.
Dante suspiró, dejando su móvil y carpeta en una mesa lateral mientras caminaba hacia la cafetera con un gesto tenso, algo ansioso. Su mente estaba jugándole una mala pasada. Esos viejos del consejo presionándolo porque estaba a un año de cumplir treinta como si estuvieran en los cincuenta y estuviera atrasado para encontrar esposa.
Pero irónicamente, esta interacción. Tan cotidiana y familiar era extrañamente calmante. Había despertado con mujeres antes y desayunado con ellas, pero no se sentía como esto. Suspiró, tratando de despejar esos pensamientos.
- Hola, figlia. – exclamó Rafaele entrando desde el jardín interior acompañado de Theo y ambos tenían una sonrisa traviesa al ver la escena.
Dante los observó haciendo una mueca. Ya podía ver sus pensamientos. Él también los tuvo.
- No se supone que ibas a dormir un poco más, papà. -le dijo burlón llevando la cafetera a la mesa.
- Lo intenté, pero estaba muy contento. – le dijo colocando las flores frescas que llevaba en las manos en un jarrón cercano para luego sentarse en su asiento en la mesa – Comí y bebí bien ayer. Debo estar agradecido.
- Te caíste de la cama… - murmuró Dante recibiendo el café de Theo mientras Serena ponía algunos bocadillos y pan.
- Figlia… - dijo Rafaele con un suspiro probando uno – Si nos sigues alimentando así, engordaremos demasiado.
Serena sonrió sentándose junto a Dante, ya más cómoda que el día anterior.
- Es mi manera de agradecer que me reciban en su casa. – dijo con calma – No he elegido que estudiar aún… Damian… - cuando mencionó el nombre, suspiró y negó con la cabeza – Voy a investigar que puedo hacer…
Rafaele y Dante percibieron el cambio en su ánimo y se miraron entre sí.
- ¿Qué te gustaría estudiar? – preguntó el hombre mayor.
- No lo sé… Hasta hace dos días creí que mi mundo estaba en orden… - su voz se apagó, pero luego se enderezó como si no quisiera que esos recuerdos la abrumaran.
- Tómate todo el tiempo, figlia. Esta villa está llena de talentos… - le dijo Rafaele con una sonrisa
- ¿Talentos? – repitió confundida.
- El ala sur de la villa es el lugar donde funcionan las instalaciones de la fundación que padre creó. En ella hay instalaciones y maestros que asesoran a talentos para que puedan extender las alas y volar. Apoyamos sus proyectos con becas o fondos de inversión. – explicó Dante con calma.
- Oh, vaya… Interesante.
- Puedes acompañarme para que conozcas a los jóvenes. Tal vez pueda surgir alguna idea de tu interés.
- Gracias, don Rafaele…
- Papà, figlia.
- Oh, no… - dijo sonrojada – No podría.
Dante se levantó de golpe dando el último sorbo al café y tomando sus cosas de la mesa auxiliar.
- Tengo que ir a trabajar.
- Buen día, figlio.
- Que tengas un buen día, Dante. – le dijo Serena.
El hombre giró hacia la salida, pero antes de cruzar el umbral se permitió una última mirada sobre el hombro. Fugaz, intensa. Una mirada que le arrancó el aliento a Serena.
Cuando volvió a quedarse en silencio acompañando a Rafaele, Serena se apoyó un instante en la mesa, respirando hondo. No llevaba ni dos días en Florencia y ya sentía que caminaba en un terreno mucho más peligroso que cualquier engaño de Damian.