Una Medalla
Serena lo miró con una intensidad que hizo que Dante contuviera un suspiro. Sus ojos brillaban con curiosidad y determinación y en ellos había algo más: confianza. No había timidez, no había miedo, solo la decisión de entregarse, aunque fuera poco a poco.
- Dante… - le dijo en un susurro tembloroso, pero firme - Desnúdate… para mí.
El italiano sintió que el corazón le daba un vuelco. Cada fibra de su cuerpo ardía, sus manos deseaban recorrerla, tocarla, pero esta vez era ella quien llevaba la iniciativa. Respiró hondo, intentando calmar la urgencia que lo dominaba.
- Tus órdenes, piccola… - respondió, la voz ronca, baja, casi un suspiro. – Mi cuerpo te pertenece.
Serena se acercó un paso, su mano temblorosa rozando la suya.
- Quiero verte, Dante. Para que sepas que… que estoy lista, pero a mi manera.
Dante asintió, consciente de que este era un momento de entrega mutua y lentamente comenzó a desabotonarse la camisa, cada movimiento cargado de deseo, pero contenido. Cada centímetro de piel que revelaba era un regalo para ella y cada mirada que cruzaban reforzaba el lazo de intimidad y confianza que compartían.
Cuando la camisa cayó al suelo, Dante respiró hondo. Sus músculos definidos, la piel bronceada y el torso firme estaban a la vista y Serena no apartó la mirada. Sus ojos recorrieron cada línea, cada sombra de su cuerpo y él se sintió vulnerable y poderoso al mismo tiempo, deseando que ella lo tocara, pero dejando que ella decidiera cómo hacerlo.
- Piccola… - murmuró, con un hilo de voz, mientras sus manos descansaban a los lados, sin moverse. Todo tuyo…
Serena avanzó un paso más, su mano rozando su pecho, temblando ligeramente y Dante cerró los ojos por un instante, conteniendo un gemido que no debía escapar. La intensidad del momento, la mezcla de deseo y confianza, lo volvía loco, pero permaneció allí, completamente a su disposición, listo para dejar que ella cruzara la línea cuando decidiera.
Serena respiró hondo, acercándose más, decidida rozando su pecho. Dante sintió un escalofrío recorrer su espalda, su corazón acelerado, mientras cada fibra de su cuerpo ardía por tocarla, por tomarla entre sus brazos. Pero permaneció quieto, consciente de que esta vez ella guiaba y eso lo hacía aún más deseable, más suyo.
Con delicadeza, Serena deslizó sus dedos por su hombro, sintiendo la firmeza de sus músculos mientras lo rodeaba, la calidez de su piel bajo la suya. Sus ojos no se apartaban de él, buscando su aprobación, deseando entender cada reacción de su esposo. Dante cerró los ojos por un instante, inhalando su aroma, sintiendo cómo cada roce la acercaba más a él, y cómo cada latido de su corazón se aceleraba por la anticipación.
- Así… así está bien, mia dolce? - murmuró Dante, la voz baja y cargada de deseo, mientras sus manos descansaban a los lados, sin moverse, dejándola explorar, dejando que ella decidiera cada paso.
Serena asintió, el corazón latiéndole con fuerza y avanzó un poco más, rozando sus brazos, explorando la suavidad de su torso, la firmeza de su abdomen. Cada contacto enviaba un calor que Dante apenas podía contener, su respiración más profunda, más pausada para no delatar la intensidad que lo dominaba.
- Piccola… - susurró, inclinándose levemente hacia ella, los labios apenas separados, cargados de promesas. – Tendrás que darme una medalla.
La joven rio, segura de sí misma por primera vez en su vida y dejó que la curiosidad la guiara. Sus dedos dibujaban lentamente el contorno de su pecho, mientras él la observaba, cada músculo tenso, cada reacción del cuerpo indicándole que estaba completamente suyo, pero siempre con respeto, siempre dejando que ella marcara el ritmo.
Serena, sintiendo la fuerza de su control contenido y la ternura de su entrega, se apoyó contra su torso, acurrucándose un instante para sentir su calor. Dante bajó la cabeza, rozando su mejilla contra la suya, la respiración entrecortada, sin poder resistirse más que lo necesario. Su deseo crecía, pero la dejaba dirigir, dejando que ella se sintiera dueña del momento, dueña de su curiosidad, dueña de su confianza.
Dante respiró hondo, consciente de cada latido de su corazón que parecía martillar con fuerza. Por primera vez, decidió dejar que Serena lo viera por completo, su cuerpo desnudo, cada línea marcada por el ejercicio, cada músculo definido bajo la piel bronceada y se desabrochó los pantalones para dejarlos caer. No era un gesto de arrogancia ni provocación; era una entrega silenciosa, un mensaje: soy tuyo y confío en ti tanto como en mí mismo para no perder el control.
Serena quedó paralizada un instante, los ojos grandes, recorriendo cada forma de su esposo. Su respiración se aceleró, el corazón latiéndole en la garganta, mientras la fascinación se mezclaba con un respeto profundo al ver su erección. Todo en él era intenso: los hombros firmes, los brazos que la habían sostenido tantas veces, el torso que parecía guardar fuerza y ternura a la vez.
La joven dio un paso más cerca, la curiosidad venciendo cualquier nerviosismo. Sus manos bajaron suavemente por su torso hasta su eje, explorando sin apresurar, sin miedo, solo para aprender, para descubrir y entender. Dante cerró los ojos por un instante, el autocontrol tensando cada músculo de su cuerpo, sintiendo el calor de su toque, su respiración contra la suya, su corazón latiendo desbocado. Nunca había hecho algo así con nadie. Nunca había sentido tanta necesidad de proteger y al mismo tiempo de entregarse.
Ella se inclinó un poco más, recorriendo con la mirada y la mano cada contorno de su cuerpo, descubriendo curvas y líneas que hasta ahora solo había imaginado. Dante permaneció firme, respirando profundo, un vértigo de deseo recorriendo su columna, sabiendo que cada segundo que la dejaba guiarlo lo hacía aún más suyo y que cualquier movimiento inapropiado rompería la delicada confianza que Serena le estaba ofreciendo.
- Eres… tan mía… - susurró por lo bajo, la voz apenas audible, con los dientes apretados por la intensidad del deseo. Su mano temblaba ligeramente mientras pasaba por su cabello, pero no se movió para tomarla. La dejaba llevar y, aunque sabía que su autocontrol pronto se volvería imposible, cada segundo de esa entrega silenciosa valía más que cualquier beso, cualquier caricia precipitada.
Serena respiró hondo y, con movimientos decididos, pero elegantes, se despojó de la camisa que la cubría. Ante él, completamente desnuda, se mantuvo erguida, era más baja que Dante, pero estaba segura, dejando que su mirada hablara por ella. Sus ojos brillaban de expectación y confianza; cada centímetro de su expresión le decía a Dante que confiaba en él, que se sentía hermosa y valiosa a su lado. Tan diferente a Damian, tan distinta de cualquiera que hubiera conocido.
Dante la observó, el corazón latiéndole con fuerza, cada músculo tensado por el deseo contenido. Levantó lentamente una mano, temblando apenas y la posó sobre su pecho en un gesto de promesa, suave y reverente. No avanzó más; no antes de recibir el permiso silencioso que sus ojos le otorgaban.