Un Novio Impaciente
El jardín estaba bañado por la luz suave de la mañana, con los tres toldos blancos rodeados de flores de jazmín y rosas blancas, formando un pequeño oasis romántico en medio de la villa. La vajilla y las copas relucían bajo los primeros rayos del sol y el aire olía a tierra húmeda y flores frescas.
Serena bajó por la escalera con cuidado, acompañada de su abuelo Arthur, quien la sostuvo del brazo con orgullo y ternura. Su vestido de novia, el de la madre de Dante, caía con gracia sobre sus curvas y el delicado velo de encaje le daba un aire etéreo, casi como si flotara a su alrededor. El broche en forma de lirio brillaba suavemente, recordándole los lazos de su familia y el cuidado de su abuelo. Kaela, vestida elegantemente como dama de honor, sonreía emocionada a su lado.
Dante estaba de pie junto al ministro, el corazón latiéndole con fuerza. Al ver a Serena, su respiración se detuvo un instante. Sus ojos recorrieron cada detalle: la suavidad del encaje, la forma en que el vestido se adaptaba a ella, la luz en su cabello. Cada movimiento suyo parecía casi irreal, como si el mundo entero se hubiera reducido a ella en ese instante.
Su mandíbula se tensó ligeramente y una sonrisa nerviosa apenas contenida se dibujó en su rostro. Nunca había sentido algo tan intenso, tan puro: orgullo, deseo, amor y la necesidad de protegerla al mismo tiempo. Sus manos se crispaban a los lados y por un instante, Dante pareció incapaz de moverse, paralizado por la perfección de la imagen frente a él. Dante permanecía de pie frente al jardín, con los puños ligeramente cerrados y la respiración contenida, incapaz de apartar la mirada de Serena. Su corazón parecía latir al ritmo del viento que movía suavemente las flores blancas.
Rafaele se acercó por detrás, colocando una mano firme sobre el hombro de su hijo. El hombre intercambió una mirada cómplice con Teo y Kaela, viendo a su hijo tan vulnerable y emocionado como pocas veces lo había visto. Era evidente para todos que ese momento lo había tocado profundamente; la expresión de Dante era un equilibrio entre asombro, devoción y una pasión contenida que solo Serena podía provocar en él.
- Respira, hijo. - susurró con calma, con una sonrisa que mezclaba orgullo y complicidad.
Dante soltó apenas un hilo de aire, pero no podía apartar la vista de ella. Murmuró, con voz baja y casi para sí mismo:
- El vestido… me resulta familiar… Lo he visto en alguna parte…
Rafaele sonrió ampliamente, con los ojos brillantes de emoción contenida:
- Tu madre… Es su vestido. Hoy también te entrega a la novia.
El padre de Dante le dio un pequeño empujón cómplice hacia adelante y Dante, todavía asombrado, sintió cómo el peso de la emoción se transformaba en decisión. Sus ojos recorrieron cada detalle del vestido, del velo y del broche en forma de lirio que Serena lucía con gracia y orgullo. Cada elemento lo conectaba con la memoria de su madre, y al mismo tiempo, lo anclaba a la realidad de este momento: que Serena estaba a punto de convertirse en su esposa, bajo su protección, su cuidado y su amor.
Serena, al cruzar la distancia que los separaba, notó su mirada. Su corazón se aceleró y una tímida sonrisa se dibujó en sus labios al ver la intensidad en la mirada de Dante. Sin palabras, ambos compartieron un instante cargado de significado, un silencio lleno de promesas y emociones contenidas.
Finalmente, Dante dio un paso hacia ella, tomando su mano con cuidado, como si el contacto físico fuera un acto sagrado.
- Dio. - murmuró con voz baja, ronca por la emoción – Estás… hermosa.
Serena se sonrojó, consciente de la fuerza de aquel momento y comprendió que todo lo que había sentido por él en los días pasados apenas rozaba la intensidad que ahora se manifestaba en el jardín, bajo el cielo florentino y entre las flores blancas que parecían celebrar con ellos mientras Kaela y los pupilos contenían su entusiasmo.
Dante aferró la mano de Serena. Su mirada se encontró con la de ella y en ese instante no hubo dudas, ni intermediarios, ni palabras vacías: solo ellos, el aire tibio de la mañana y la promesa que flotaba entre ambos.
- Serena… - comenzó Dante, la voz cargada de emoción contenida - Hoy te pido que camines a mi lado, que seas mi compañera en todo lo que venga. Quiero protegerte, cuidarte y aprender contigo. Quiero que cada paso que demos lo demos juntos, compartiendo alegría, desafíos y sueños.
La joven lo miraba, los ojos brillando y el corazón encogido, mientras él recibía de Alessio la pequeña caja de terciopelo azul oscuro. La abrió lentamente, revelando unos anillos de diseño clásico, pero elegante, con un delicado brillo que reflejaba la luz de la mañana.
- ¿Aceptas casarte conmigo? - preguntó, la voz firme, pero cargada de ternura, mientras extendía la mano con el anillo, ofreciéndoselo a ella.
Con un temblor contenido y una sonrisa entre nerviosa y emocionada, Serena asintió y sus dedos se entrelazaron con los de Dante mientras tomaba el anillo y él lo colocaba cuidadosamente en su dedo. El contacto de sus manos, la suavidad de su piel y la certeza de que ambos estaban allí por voluntad propia, llenó el aire de una tensión dulce y electrizante.
Dante, incapaz de contener la emoción y el deseo que lo consumían, levantó el velo y acercó su rostro al de Serena y la besó, primero con suavidad, permitiendo que ella sintiera cada latido, cada emoción, cada promesa no dicha. Luego, con un crescendo contenido de pasión, la abrazó entre sus brazos, sosteniéndola con firmeza sin perder delicadeza. El beso no era apresurado ni impaciente; era un beso que pedía permiso y a la vez tomaba posesión, que enseñaba y recordaba, que mezclaba deseo, cariño y la promesa de fidelidad.
Serena, sorprendida y sonrojada, apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que él la estrechara con cuidado pero con firmeza, como queriendo transmitirle que todo estaba bajo su cuidado. Cada gesto de Dante hablaba de pasión contenida y ternura, de promesas no dichas, y de un amor que quería expresar sin prisa.
Cuando el hombre se separó apenas lo suficiente para mirarla a los ojos, el nerviosismo era evidente en su expresión; sus manos temblaban levemente mientras sostenía su anillo. Serena quería abrir la boca, quizá para decir algo, tal vez para pronunciar sus votos, pero él, impulsivo y atrapado por la intensidad del momento, la besó de nuevo. Esta vez el beso era más largo, más profundo, como si con él intentara acallar cualquier duda, cualquier miedo que ambos pudieran tener.
Un leve carraspeo interrumpió el momento. El oficial, con una sonrisa pícara, les recordó:
- Aún no hemos terminado con los votos, señor Moretti. - dijo, con un tono divertido que rompió un poco la tensión y provocó un rubor en ambos.
Dante se apartó ligeramente, respirando hondo, avergonzado de su propia intensidad, con los ojos aún fijos en Serena. Su corazón seguía acelerado, pero ahora tenía la certeza de que cada palabra que ella dijera a continuación tendría todo el peso de su amor y compromiso. Serena, con las manos temblorosas, se preparó para pronunciar sus votos, sintiendo que cada latido la acercaba más a él y a la vida que estaban a punto de construir juntos.
Serena respiró hondo, sus manos entrelazadas frente a ella mientras miraba a Dante, su corazón latiendo con fuerza. La luz del amanecer acariciaba su rostro, iluminando cada emoción que intentaba contener.
- Dante… - empezó, su voz suave, pero firme - Hoy, delante de todos los que nos aman, prometo caminar a tu lado, aprender contigo, reír contigo, apoyarte y cuidarte. Prometo ser tu compañera, respetar tus tiempos y tus espacios y confiar en ti con todo mi ser. No sé qué nos deparará la vida, pero sí sé que quiero enfrentarlo contigo, juntos, paso a paso. Gracias por no soltar mi mano.
Dante la escuchaba con el pecho encogido, la mirada fija en cada movimiento de Serena, cada palabra calando en lo más profundo de él. Sus manos temblaban levemente, no por miedo, sino por la intensidad del momento, porque cada frase que ella pronunciaba era un lazo que lo unía más a ella, un compromiso silencioso que él sentía en cada fibra de su ser.
Cuando Serena terminó, apenas con un hilo de respiración entrecortada, tomó el anillo que Alessio le ofrecía y tomó la mano de Dante para deslizarlo en su dedo. Lo ajustó con cuidado, como si estuviera marcando el inicio de una nueva vida.
- Ahora, eres mía… para cuidarte, amarte y protegerte. – susurró para que sólo ella lo escuchara - Y yo prometo ser tu refugio, tu compañero, y todo lo que necesites para sentirte segura y feliz, hermosa Serena. Mi Serena.
La joven apenas pudo asimilar la intensidad de sus palabras cuando Dante, con una sonrisa audaz, se inclinó de nuevo y la besó. Esta vez no era un beso de nerviosismo, sino de afirmación, de deseo contenido y de amor declarado. Sus labios se movían con una certeza absoluta, transmitiendo todo lo que las palabras no podían abarcar. Serena, envuelta en el calor y la pasión de ese beso, sintió cómo cada temor y duda se disolvía, reemplazado por la seguridad de que, con Dante, había encontrado algo único, fuerte y verdadero.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban entrecortadamente y Dante, aún sosteniendo su mano, la miró con una intensidad que la hizo sonrojar:
- Y este es solo el comienzo, mia dolce. - susurró, usando el apodo que solo ella escucharía, con un brillo juguetón y protector en sus ojos.
Serena, todavía sin palabras, sonrió tímidamente, consciente de que cada instante con él estaba cargado de un amor que no se podía medir, solo sentir