Una Nueva Familia
Los invitados aplaudieron discretamente, contagiados por la alegría de la pareja y la gracia del baile tradicional. Algunos sonrieron entre sí, reconociendo la química que se había desplegado en medio del jardín iluminado, mientras otros susurraban sobre la elegancia de la novia y la seguridad del novio. Pero Serena apenas los notaba: su mundo se había reducido al calor del abrazo de Dante y al latido firme de su pecho, que parecía sincronizado con el suyo.
Al finalizar la música, Dante la sostuvo por un instante más, sin soltarla, permitiéndole recuperar la compostura. Serena levantó la vista hacia él, y una idea se dibujó en su mente: quería corresponder a todo lo que él le había dado en ese instante, aunque solo fuese un pequeño gesto que hablara de su gratitud y confianza.
- Dante… - susurró, apartando un mechón de cabello de su rostro - gracias por sostenerme… y por enseñarme que puedo equivocarme sin que nadie me juzgue.
Él la miró con atención, sus ojos iluminados por la mezcla de orgullo y afecto.
- Siempre, piccola mia. Siempre estaré aquí. - respondió y su tono era cálido, firme, casi un juramento.
Serena se adelantó un paso, tímida pero decidida y colocó sus manos sobre el rostro de Dante, como quien busca dejar una marca de cariño imborrable. Él cerró los ojos por un instante, absorbiendo el contacto y luego, suavemente, la tomó de la cintura, acercándola un poco más hasta que Serena tiró de él para besarlo en los labios. Suave, como una promesa silenciosa.
- ¿Esto… esto es lo que querías decirme? - preguntó él, con una leve sonrisa que delataba lo divertido y conmovido que estaba.
Serena asintió, sonrojada, mientras los invitados miraban la escena con ternura contenida. Su gesto, sencillo pero cargado de significado, había sido su manera de dar un “gracias” que no necesitaba palabras y que Dante atesoró ya que fue ella quien dio el paso.
- Entonces lo recibo como un regalo, piccola mia. - dijo él, apoyando la frente contra la de ella y dejando que un leve silencio se instalara entre ellos, solo interrumpido por los murmullos de los pupilos y la música suave que todavía flotaba en el jardín.
Mientras Dante y Serena compartían su primer baile, los pupilos se acercaban poco a poco, contagiados por la alegría y la emoción de la pareja. Alessio, Mateo y Elijah sonreían entre ellos, comentando en voz baja cómo Serena se movía con gracia a pesar de la torpeza inicial y cómo Dante la sostenía firme, pero sin imponerle nada. Kaela, con los ojos brillantes, se acercó para tomar la mano de Serena y ayudarla a sentarse con ellos en un pequeño círculo improvisado en el jardín, donde los pupilos habían colocado varias sillas y cojines para sentarse y observar la celebración desde cerca.
- ¡Quiero probar estos bocados! - exclamó Elijah, señalando los pequeños canapés y dulces que los sirvientes iban distribuyendo - ¡Y tú tienes que probarlos conmigo, Serena!
Serena rio, contagiada por la energía juvenil y se inclinó para compartir un par de dulces con los chicos. Alessio le ofreció un vaso de limonada fresca mientras Mateo le susurraba una broma que la hizo sonrojar. Dante, observando desde la distancia, dejó que se acercara a su espacio, sonriendo al verla interactuar con naturalidad y alegría.
- Me van a hacer llorar. - dijo Serena, con una sonrisa plena mientras se acomodaba en un pequeño banco junto a los pupilos - Gracias por dejarme compartir esto con ustedes.
- ¡Siempre serás parte de la familia, Serena! - le respondió Alessio, con un guiño - Y nosotros vamos a protegerte, igual que los Moretti nos ha enseñado a proteger lo importante.
Rafaele, Teo y Arthur miraban desde la distancia, satisfechos. Era exactamente la escena que habían imaginado: Serena disfrutando, sin miedo, rodeada de jóvenes de su edad que la admiraban y la respetaban. Cada risa, cada gesto espontáneo, cada conversación ligera era un ladrillo más en la construcción del hogar que estaban formando alrededor de ella.
La música italiana seguía sonando, suave, mientras los invitados más cercanos se unían lentamente al baile. Serena tomó la mano de Dante una vez más y él la giró suavemente entre los pupilos, mostrando un orgullo silencioso y una complicidad que no necesitaba palabras.
- ¿Ves? - susurró Dante a Serena, cuando ella se detuvo a recuperar el aliento - No estás sola. Nunca lo estarás.
Ella asintió, conmovida y su mirada recorrió a la gente a su alrededor, a Rafaele, a Teo, a su abuelo y a Dante. Por primera vez en mucho tiempo, Serena sintió que la protección y la calidez no venían de la obligación o el deber, sino del afecto genuino, de la admiración y la lealtad. Su corazón, antes tensado por miedos y dudas, se expandía en el jardín iluminado por la noche, entre flores blancas, risas y la música que parecía abrazarlos a todos.
Su mente vagó por un instante hacia el frasco que Alessio le había regalado días atrás. En él había ido anotando cada pequeño gesto, cada palabra de Dante que le había acercado más a él, desde la forma en que le sonreía hasta la manera en que le había cedido espacio y confianza. Cada detalle llenaba el frasco de su corazón con un poquito más de él y ahora, en medio del baile, comprendió que esos granos de arena se habían convertido en algo sólido, cálido y constante que debía valorar.
En ese instante, Serena comprendió que el frasco del corazón de Dante, lleno de pequeñas acciones y gestos, no estaba solo; también el suyo, desde el primer día, había empezado a llenarse y que ambos estaban construyendo algo más grande que cualquier ceremonia: una complicidad sincera, profunda y espontánea que nadie podría romper.
Ese momento de espontaneidad, felicidad y pertenencia quedaría grabado en la memoria de Serena como un inicio real de su nueva vida, en la que la confianza y la protección no eran impuestas, sino compartidas con amor y complicidad.
Rafaele, desde un costado, apenas contuvo una sonrisa emocionada. Teo a su lado le dio un leve empujón de complicidad y ambos supieron que aquel momento, aunque íntimo y sencillo, quedaría en su corazón de todos sus tesoros estaban reunidos bajo sus alas como un símbolo de cómo el amor verdadero se construye paso a paso, con cuidado, atención y la alegría de entregarse sin reservas.
Su esposa debía estar sonriendo al ver a su hijo tan feliz tal como él lo hacía.