El Cambio En Arthur
El sonido de los tacones de Damian resonaba sobre el mármol frío del vestíbulo de los Winters mientras entraba tambaleándose, el aroma a alcohol y perfume barato dejaba un rastro evidente a su paso. Sus ojos, vidriosos y cansados, recorrían cada rincón, buscando con impaciencia la figura de su abuelo.
- ¡Abuelo! - gritó, su voz cargada de exigencia y una frustración apenas contenida. Nadie respondió.
Una de las criadas, que había estado organizando la correspondencia en la sala de descanso, se acercó con cautela.
- Señor Damian… su abuelo ha viajado fuera del país por negocios, señor.
El joven resopló, soltando un bufido de aire caliente que olía a tabaco y alcohol. Frunció el ceño, pasando una mano por su cabello húmedo de sudor.
- ¿Negocios? - murmuró, más para sí mismo que para la criada - Necesitaba dinero para cubrir el salón de la última fiesta… y… y la cuenta de Serena… - su voz se quebró un instante al recordar que ya había gastado todos los fondos. Lo había gastado en ese hotel… con esa mujer y todos sus gustos.
Su rostro se ensombreció y la furia mezclada con impotencia se reflejaba en sus ojos. Golpeó suavemente la pared con el dorso de la mano, un gesto de ira contenida. Su mirada se perdió por un momento en el vacío de la sala, como si buscara entre los muebles y cortinas el rastro de Serena.
- ¿Dónde está? - preguntó finalmente, con un hilo de desesperación. Nadie respondió. El silencio le devolvió su impotencia y su frustración y por primera vez en mucho tiempo, Damian se dio cuenta de que no podía encontrarla.
El eco de sus pasos volvió a llenar la mansión mientras deambulaba, tambaleante, incapaz de aceptar que alguien había escapado a su control. Cada objeto, cada cuadro, cada sillón parecía burlarse de él, recordándole que aquella vez no podía simplemente exigir, poseer o someter. Y en el fondo, un pensamiento punzante le atormentaba: lo que había perdido no era dinero ni fiestas, sino algo mucho más valioso… y no tenía idea de cómo recuperarlo.
Damian buscó su teléfono con manos temblorosas, el dedo temblando al marcar el número de Serena. El tono sonaba vacío, interminable… hasta que cortó. Intentó de nuevo, desesperado, pero seguía desconectado. Una sensación de impotencia se apoderó de él.
Sin pensarlo, llamó a su abuelo. La línea sonó un par de veces antes de que Arthur contestara, su voz calmada contrastando con la agitación del joven.
- Abuelo… - comenzó Damian, tratando de sonar firme, pero la urgencia se filtraba - … necesito dinero.
Desde la terraza del jardín de la villa de los Moretti, Arthur miraba a lo lejos a Serena, que reía y conversaba con los pupilos de la fundación, la escena de tranquilidad y confianza que Damian jamás había podido generar a su alrededor. Frunció el ceño, observando la diferencia entre su nieto y el hombre que acompañaba a Serena.
- ¿No se supone que estabas en reunión? - preguntó Damian, nervioso por el silencio de fondo y los sonidos de la villa que alcanzaban el otro lado de la línea.
- ¿Y lo que te di este mes? - replicó Arthur, con la calma que solo los años podían darle.
- Bueno… lo gasté… - admitió Damian, con una risa nerviosa y un dejo de vergüenza.
- Y también vaciaste la cuenta de Serena. Ese no es tu dinero. - lo regañó Arthur, firme, pero sin levantar la voz.
- Abuelo, Serena me deja usar su cuenta desde hace años… vamos a casarnos. Como su esposo… - intentó justificarse, ignorando la gravedad de sus actos.
Arthur lo interrumpió, con una seriedad que detuvo al joven de inmediato.
- No deberías confiarte, Damian. Las cosas pueden cambiar más de lo que crees. - dijo con voz firme, sin mencionar lo que realmente estaba sucediendo. Era un aviso velado de que la seguridad y la libertad de Serena ya no estaban a su alcance.
- Te depositaré, pero será la última vez. Tendrás que ganártelo. - agregó, dejando claro que la indulgencia no sería eterna.
- Gracias, abuelo ¡Eres el mejor! - respondió Damian, con la típica risa que siempre acompañaba su admiración hacia Arthur, aquella que lo salvaba de sus propios desastres y porque sabía que su abuelo siempre le daría lo que pedía.
Pero esta vez, algo era distinto. Algo había cambiado y Damian no tenía idea de qué tan fuera de su control estaban las cosas ahora. Mientras colgaba, la sensación de que algo se le escapaba se clavaba en su pecho, aunque ni siquiera podía imaginar la magnitud de lo que había perdido.
Horas más tarde, el sol comenzaba a descender sobre el horizonte en el aeropuerto privado cuando Dante estacionó el auto frente al jet privado de Arthur Winters. Serena descendió primero, abrazando con calidez a su abuelo, quien la tomó entre sus brazos con el mismo cariño que había demostrado siempre. Dante permaneció a unos pasos, observando cómo su esposa se despedía con afecto de su abuelo, guardando en silencio cada gesto, cada sonrisa, cada mirada cargada de amor y respeto.
Esperó a que Serena se alejara unos pasos, asegurándose de que Arthur ya no estuviera cerca, antes de sacar de su bolsillo para entregarle un sobre cuidadosamente cerrado.
- Aquí tiene, señor Winters. - dijo con voz baja, su tono firme y seguro - El certificado de matrimonio para el trámite del fideicomiso y el número de la cuenta personal de Serena de un banco en Italia. Todo a su nombre, para que las transacciones sean directas.
El hombre lo tomó, sus ojos brillando por la sorpresa y la comprensión, asintió y le dedicó una sonrisa cómplice antes de subir a su jet.
- Los espero en mi cumpleaños dentro de dos meses. - le dijo Arthur antes de desaparecer en la escalerilla, dejando atrás la brisa fresca y el eco de sus pasos.
Dante regresó al automóvil cuando el jet desapareció en el cielo y después de cerrar la puerta del auto de Serena. Con cuidado, sacó una carpeta del asiento trasero y se la entregó: un talonario de cheques y una tarjeta black con el nombre de Serena Whitmore. Luego extrajo otra tarjeta black de su chaqueta y la depositó suavemente en su mano junto a un sobre adicional.
Serena frunció el ceño, confundida y lo miró.
- Le prometí a tu abuelo que tendrías tu cuenta personal para manejar tu dinero. - dijo Dante con una sonrisa tranquila, sin revelar que sabía de los movimientos de Damian y el uso que le daba a las cuentas de su esposa - Esta otra tarjeta es de una cuenta conjunta para la familia. Gastos de la casa, regalos… todo lo que sea de nosotros como pareja.
Serena arqueó una ceja, divertida y sorprendida.
- ¿Me estás diciendo que administraré el presupuesto conjunto? - preguntó, con un dejo de incredulidad.
Dante se rio, su expresión traviesa y orgullosa a la vez.
- Por supuesto. Yo trabajo y te entrego el dinero que gane. Tiene que alcanzarnos para que puedas cocinar para la familia… y para los gastos de los niños y del abuelo Rafaele.
Serena soltó una carcajada, totalmente descolocada por la seriedad mezclada con la coquetería de su esposo.
- ¿Y si quiero trabajar yo también? - preguntó, apoyando su mano sobre la suya, juguetona.
- Totalmente de acuerdo. - contestó Dante de inmediato, acercando su rostro para rozar su mejilla con cariño - Sólo pido que cocines para mí en casa y pagues las cuentas, así el abuelo Rafaele no nos regañará.
Serena apoyó su cabeza en su hombro mientras el auto comenzaba a rodar hacia la villa, el calor de su cuerpo mezclándose con la brisa de la mañana.
- Está bien… me haré responsable de este esposo trabajador y comilón. - susurró, con una sonrisa traviesa y brillante.
Dante se rio, ladeando la cabeza para besar suavemente la coronilla de su esposa.
- Trabajaré duro por mi esposa. - susurró, dejando que la ternura y el deseo se mezclaran en ese pequeño gesto.
Serena cerró los ojos, acurrucándose un poco más contra él, mientras el auto se alejaba hacia la villa. La seguridad, el afecto y la complicidad los envolvían, haciendo que cada kilómetro recorrido los acercara más, no solo como pareja, sino como compañeros de vida.