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1004 Words
Una Semilla Nace Serena cerró la puerta tras de sí, apoyando la espalda contra la madera como si necesitara un instante para recobrar el aire que había dejado atrapado en el salón. Su corazón seguía desbocado, no por la intensidad de lo que había ocurrido, sino por la inesperada ternura de todo. Caminó hasta la cama y se dejó caer sobre ella, hundiendo el rostro entre las manos. Dante. Siempre tan directo, tan práctico, tan consciente de todo… y, aun así, dispuesto a darle espacio, a dejarla decidir. Le había presentado opciones como si fueran piezas en un tablero que ella podía mover a su antojo, sin presiones, sin manipularla, sin forzarla a seguir su ritmo. No pudo evitar que el recuerdo de Damian emergiera, como una espina incrustada en lo más profundo de su memoria. Él nunca le había preguntado qué quería. Nunca le había dado alternativas. Solo exigencias, silencios cargados de desprecio, un amor condicionado que la encadenaba en lugar de elevarla. La comparación la angustió, porque era inevitable, y porque le dolía admitirlo. Se tumbó de lado, abrazando la almohada contra su pecho, como si buscara un refugio que no había tenido en años. Dante le atraía, lo reconocía con honestidad. Su presencia imponía y su deseo era evidente, pero no la asfixiaba. No sentía esa amenaza que la carcomía con Damian. Sentía… calma. Un refugio, como él mismo había dicho. - Atracción y deseo… - murmuró en voz baja, como si quisiera recordarse a sí misma que eso era lo único que había ahora - Nada más. Sin embargo, al pronunciarlo, una pequeña chispa de duda le recorrió el corazón ¿Y si ese deseo podía transformarse? ¿Y si, con el tiempo, aquella sensación de seguridad y respeto germinaba en algo más profundo? Cerró los ojos con fuerza y en ese silencio de su habitación, se aferró a una promesa íntima. Se la hizo a sí misma. Y también a sus padres, a quienes extrañaba cada día con dolor en el pecho. Les prometió dar una oportunidad a ese hombre que la miraba sin exigir, que la escuchaba y que no temía mostrarle su vulnerabilidad. Les prometió abrir el corazón lo suficiente para que, si el cariño nacía y se transformaba en amor, ella lo abrazaría sin reservas. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios. No sabía si estaba preparada para ese camino. No sabía si era capaz de confiar plenamente después de tanto daño. Pero por primera vez, la idea de no estar sola no le provocaba miedo… sino esperanza. Una Cálida Sensación Dante permaneció de pie en medio del pasillo, inmóvil, con la mano aún en el picaporte de su habitación como si el mundo se hubiese detenido en ese segundo. El roce cálido de los labios de Serena seguía ardiendo en los suyos, breve, inesperado, pero con una intensidad que lo dejó completamente desarmado. No era un beso apasionado ni buscado. Era… un gesto sincero, torpe incluso, como un agradecimiento que había escapado de su control. Pero para él fue mucho más. Le removió el pecho de una manera que no recordaba haber sentido en años. Se llevó una mano al rostro, ocultando la sonrisa que se formaba sin que pudiera evitarlo. Serena había corrido hacia su habitación, como si temiera la magnitud de lo que había hecho. Y quizá tenía razón. No era solo un beso. Era un puente. Una r*****a que dejaba pasar la luz. - Maledetta ragazza… - murmuró con voz baja, la mirada fija en la puerta cerrada - No sabes lo que haces conmigo. Caminó despacio hasta su propio despacho atravesando las puertas corredizas que conectaban ambos espacios, cerrando las puertas tras él. Se dejó caer en la silla de cuero, inclinándose hacia atrás, los brazos cruzados tras la nuca. Cerró los ojos un momento, repasando la escena una y otra vez. El rubor en las mejillas de Serena, su respiración agitada, el atrevimiento que había surgido de la nada. Una joven de dieciocho años que parecía ser mayor al transmitir una madurez propia de la historia que había pasado. Dante Moretti no solía perder el control de sus emociones. Siempre medido, siempre dueño de cada gesto, cada palabra. Pero ella lo había sorprendido y, por primera vez en mucho tiempo, no le molestaba no tener todas las respuestas. Su instinto gritaba que debía protegerla, que debía arrancar de raíz cualquier sombra de Damian Winters. Sin embargo, algo más profundo comenzaba a abrirse paso: la necesidad de que Serena lo eligiera, no por miedo, no por conveniencia… sino porque lo quería a él. Si podía hacerla feliz, sentirse segura y valorada a diferencia de ese malcriado, ella podría confiar en él y luego hacer que el afecto creciera... Debía ser paciente, si se apresuraba, ella se asustaría y lo alejaría. Se inclinó hacia el escritorio, tomó la pluma que reposaba sobre los documentos y giró entre sus dedos. Una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro, cargada de decisión. No iba a darse por vencido. No iba a dejarla sola y le demostraría que no todos los hombres son iguales... Con tiempo, con paciencia, con afecto, con cuidados, con detalles. Con amor. Si. Ahora podía reconocerlo. Esa pequeña mariposa inglesa no sólo le atraía, si no que también la quería, aunque lo hubiese negado desde ese día en Londres ¿Cómo pudo meterse bajo su piel con apenas 15 años? Su cuerpo vio algo que su razón no. Se rio bajo. Ahora entendía a su padre que se casó con su madre en cuanto la conoció. Siempre dijo que si la dejaba ir se arrepentiría toda la vida. Él había perdido tres años y los recuperaría con creces. - Aceptaste mi propuesta, piccola. Ahora será mi turno de demostrarte que no te equivocas conmigo. Por primera vez en años, Dante se sintió expectante por el futuro. No solo por los negocios, ni por los proyectos de la familia, sino por esa joven que, sin saberlo, había comenzado a reconstruirlo desde dentro.
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