Sorpresas y Recuerdos
El viaje de regreso a la villa transcurrió en silencio, el auto recorriendo las calles empedradas de Florencia mientras el cielo empezaba a clarear con los primeros tonos del amanecer. Serena permanecía junto a Dante, aún asimilando la intensidad de la propuesta y el anillo en su mano, mientras su corazón latía con fuerza. Él no decía nada, pero cada tanto lanzaba una mirada fugaz al retrovisor para comprobar que ella estaba bien.
Al llegar a la villa, algo llamó su atención: luces encendidas, figuras moviéndose en el jardín y la entrada. Rafaele, Kaela y Theo la esperaban con sonrisas cómplices y un brillo de anticipación en los ojos.
- Ahí está, mia figlia. - susurró Rafaele, dirigiéndose a Dante con esa calma de quien ha planeado todo con paciencia cuando su hijo lo miró con desconfianza - No te preocupes, hijo. Solo confía.
Dante frunció el ceño, desconcertado. No entendía del todo qué había planeado su padre, pero intuía que era algo importante.
- ¿Qué está pasando? - preguntó él, más para sí mismo que para los demás, mientras avanzaba hacia ella.
Rafaele se limitó a sonreír con complicidad, sin revelar nada. Kaela y Theo guiaron a Serena con suavidad al SUV de Rafaele.
Al llegar a la villa, Dante frunció el ceño al ver movimiento inusual. Rafaele, Kaela, Theo y los demás pupilos estaban allí, esperándolos con expresiones llenas de complicidad y emoción. Antes de que pudiera reaccionar, Rafaele se adelantó:
- Hijo, confía en mí. - dijo con una sonrisa que mezclaba orgullo y picardía.
Serena bajó del auto, sorprendida por la calma y el entusiasmo de los que la rodeaban. Antes de que pudiera preguntar, Theo y Kaela la tomaron suavemente del brazo:
- Vamos, Serena, tenemos algo preparado para ti. - le dijo Kaela, apenas conteniendo la emoción.
Dante parpadeó, confundido, mientras Rafaele le puso una mano en el hombro:
- No te preocupes, hijo, todo estará bien. - Luego susurró con un brillo travieso en los ojos al subirse a su auto - Solo confía. Te la regresaré pronto.
Dante observó el vehículo alejarse y suspiró antes de girarse a los jóvenes.
- Tu vas con nosotros. – le dijo Elijah con una sonrisa pícara arrastrando a Dante a la SUV que los esperaba.
Afueras de Florencia - Mañana
La noche aún dejaba un susurro fresco en el aire cuando Rafaele, Theo y Kaela guiaron a Serena hacia la casa en las afueras de Florencia. Era una villa pequeña, de muros claros y ventanas con marcos de madera tallada, rodeada de un jardín iluminado apenas por faroles tenues que proyectaban sombras danzantes. Cada paso que daban por el sendero empedrado aumentaba la expectación de Serena; no sabía qué esperar, pero el brillo en los ojos de Kaela y la serenidad orgullosa de Rafaele la tranquilizaban.
Al entrar, la calidez del interior contrastó con la brisa nocturna. La modista, una mujer mayor de mirada firme y manos curtidas por el trabajo, los esperaba en el salón principal, donde un maniquí central dominaba la habitación. Sobre él reposaba un vestido de novia sobrio y elegante, confeccionado con brocado antiguo y detalles refinados que capturaban la luz de la mañana. La tela era rica y pesada, pero con caída suave; los bordados en hilo de seda dibujaban arabescos que le daban un aire clásico, atemporal, casi como si perteneciera a otra época, pero perfectamente contemporáneo.
Rafaele respiró hondo y por un instante el tiempo retrocedió en su mente. Recordó el día que se casó con la madre de Dante: apenas tres días de preparativos, pero la magia de aquel momento lo había marcado para siempre. La novia de entonces, hermosa y elegante, con la misma determinación y dulzura que Serena, había convertido lo apresurado en perfecto. Ahora, viendo a Serena de pie junto al maniquí, un nudo de emoción se le formó en la garganta. Sin ser su madre, pero con la misma belleza que lo había cautivado años atrás, Serena parecía destinada a llevar no solo un vestido, sino también la memoria de amor y cuidado que Rafaele había querido transmitir.
- He preparado esto pensando que te gustaría. - dijo Rafaele, con voz suave y cargada de emoción contenida - Es un recuerdo de la madre de Dante. Es una forma de estar completos. Espero que lo sientas así, Serena.
Kaela no podía ocultar la emoción. Sus manos se movían inquietas, pero su mirada brillaba de emoción contenida. Serena, sorprendida, tardó unos segundos en procesar el significado detrás de cada gesto, de cada mirada, hasta que finalmente su sonrisa apareció, cálida y sincera.
- Está... hermoso. - murmuró, sus ojos recorriendo cada detalle del brocado, cada delicado pliegue. Su corazón palpitaba con anticipación y al mirar a Rafaele y Kaela, comprendió que compartirían con ella un momento íntimo y lleno de afecto.
Rafaele sonrió, orgulloso y emocionado, recordando cómo su propia esposa había iluminado su vida en solo tres días. Ahora veía la misma intensidad en Serena, la misma capacidad de encantar y conmover con su presencia. Sin palabras, sabía que el vestido no era solo una prenda: era un legado de amor, cuidado y continuidad, un símbolo de que Serena merecía todo lo mejor y que para Dante, ese recuerdo sería un regalo imborrable.
Serena respiró hondo y asintió, aceptando la emoción de los hombres que la acompañaban. En su interior comprendió que aquel vestido, sobrio y elegante, llevaba consigo la historia de la familia, el amor de un padre y la dedicación de quienes la protegían. Sonrió con determinación: estaba lista para vivir ese momento y para Dante, significaba mucho más que un simple vestido.
La joven se acercó al maniquí, sus dedos rozando con cuidado la tela del vestido, absorbiendo cada detalle del brocado, cada pliegue que caía con gracia desde la cintura hasta el suelo. La modista sonrió con paciencia, mientras Kaela ajustaba discretamente los adornos del corpiño y los hombros. Serena se sentía un poco nerviosa, pero también emocionada: era la primera vez que veía un vestido pensado especialmente para ella, con una intención que iba más allá de la moda.
- ¿Puedo probármelo? - preguntó, apenas levantando la vista hacia Rafaele, que la observaba con una intensidad que casi la intimidaba.
- Por supuesto, mia cara. - respondió él, con la voz un poco más temblorosa de lo que acostumbraba. Su corazón latía con fuerza y cada respiración parecía medida, como si temiera romper el momento - No sabes lo orgulloso que estoy de ti… - Rafaele se interrumpió, como si se ahogara en sus propias emociones y Theo, a su lado, trató de darle una palmada en el hombro, silenciosa y comprensiva, como diciendo: “tranquilo, respira”.
Serena permitió que la modista y Kaela la ayudaran a entrar en el vestido. Al ajustarlo, la tela acarició su piel con suavidad, pero lo que realmente la conmovió fue la intención detrás de cada puntada. Rafaele no podía contenerse: sus ojos brillaban, sus manos temblaban ligeramente al observar cómo el vestido se adaptaba a Serena.
- Te ves… hermosa, figlia. - dijo Rafaele, su voz cargada de emoción casi infantil - Exactamente como imaginé que sería mi pequeña. Dios, si mi esposa… si mi hijo… si Dante pudiera verte ahora… No hay palabras… - Se detuvo, respirando hondo, intentando calmar el nudo en la garganta. Theo lo miraba, conteniendo una sonrisa, comprendiendo la exageración de Rafaele pero sin juzgar, admirando la sinceridad pura del hombre.
Serena, conmovida, bajó la mirada y sonrió tímidamente.
- Gracias… es hermoso, don Rafaele. No puedo creer que lo haya pensado para mí.
- No es solo pensado. - intervino Kaela, emocionada también - Cada detalle, cada pliegue, cada brocado, está hecho para ti. Para que brilles como mereces. Te ves hermosa.
Rafaele se acercó un poco más, aunque sin invadir su espacio y agregó con una emoción que casi parecía desbordarse:
- Sabes, cuando me casé con la madre de Dante en tres días, pensé que nada podría superar aquella belleza, aquella sensación… y ahora, verte así, me recuerda que cada generación puede sorprendernos, que la belleza y la fuerza se transmiten… Dante es muy afortunado. - Rafaele suspiró y Theo asintió, palmeando suavemente la espalda del hombre mayor, entendiendo que necesitaba verbalizar cada emoción para no ahogarse en ellas.
Serena sintió un calor reconfortante, como si estuviera abrazada no solo por la tela del vestido, sino por la emoción genuina de quienes la querían y deseaban que fuera feliz. Se volvió hacia Rafaele y Teo, inclinando la cabeza en un gesto de gratitud.
- Me siento… especial. - dijo suavemente, mientras la modista ajustaba los últimos detalles - No solo por el vestido… sino por todo esto. Por ustedes.
Rafaele sonrió ampliamente, secándose discretamente una lágrima que no pudo evitar.
- Y lo eres, mia cara. Perfecta, valiente… y merece que alguien a tu lado lo reconozca cada día. Teo, ayúdame a asegurar que nada la detenga ahora, que sea protegida y feliz… Es una Moretti desde ahora. - Teo asintió, su semblante serio, pero con una chispa de complicidad, mientras Rafaele retomaba la respiración, emocionado, casi como un niño ante un regalo esperado.
Serena respiró profundo, sintiendo la magnitud de aquel momento: no era solo un vestido, ni solo la emoción de Rafaele, sino la certeza de que estaba rodeada de personas que la valoraban y que, junto a Dante, cuidarían de ella con respeto, amor y devoción.