Capítulo 1. Tyler

2467 Words
—Hazlo por mí —Thiara hizo un ridículo mohín con sus labios mientras apretaba mis manos y bajaba sus hombros como lo haría una niña pequeña cuando quiere un oso de peluche—. ¿Por favor? Anda, es solo una sonrisita, Ty. Bajé mi cabeza y dejé un beso en su frente. —Luces preciosa —murmuré, admirando su impecable vestido blanco. Alejé mis manos de las suyas y aflojé el maldito nudo de la corbata que presionaba mi cuello. Hacía tal vez tan solo dos minutos atrás, que Thiara me la había puesto, y justo ahora deseaba arrancármela y salir de ese lugar. —Deja de hacer eso —espetó la rubia, dándome un manotazo—. Así estás guapo, Ty. Hice una mueca y desvié la mirada de la suya; observando los arreglos florales que nos rodeaban. Violetas, margaritas y orquídeas eran sacadas por mujeres y hombres uniformados que entraban y salían de la pequeña habitación en la que nos encontrábamos. Hacía muchos años que no veía tantas flores juntas en un mismo lugar; cuatro años exactamente, desde la fatídica noche que estuve frente a los féretros de mis progenitores sin intentar moverme. —No es mi trabajo hacer esto. —Claro que lo es —Thiara asintió, regalándome una cálida sonrisa al estirar su mano y acariciar mi mejilla. Alejé mi rostro, para no permitir que me tocara. —Eres mi hermanito, así que ahora es tu trabajo tomar el lugar de papá y entregarme en el altar. —Te advierto que no voy a quedarme a la ceremonia. —Sí que lo harás —volvió a asentir con seguridad—. He pasado por mucho para llegar hasta éste momento ¿Sabes? Así que lo menos que me merezco, es que la persona con mayor importancia en mi vida, se encuentre a mi lado. —¿Qué crees que vaya a decir la gente cuando vean al diablo caminar contigo hacia el altar? Volví a aflojar el molesto nudo que no dejaba de apretar mi cuello, mientras que Thia fruncía el ceño en mi dirección. —Primero, tú no eres el diablo; eres Tyler Roberts, mi hermanito menor —aseguró, señalándome con su dedo índice—. Segundo, ¿Quieres dejarte en paz la estúpida corbata? —Bajé los brazos, dejando escapar un sonoro suspiro—. Y tercero, ¿Cuándo me ha importado a mí lo que la gente diga? Metí las manos dentro de los bolsillos de mis pantalones, dándome por vencido ante la incansable manera que mi hermana utilizaba para hacer conmigo lo que le venía en gana. Oward se reiría en mi cara al verme acceder ante los caprichos de Thiara. Pero ¿Acaso tenía opción? Lamentablemente ella se había convertido en mi responsable legal desde hacía mucho tiempo atrás. Pasé por su lado y me detuve cerca de la ventana que daba al jardín, observando a las mujeres con largos vestidos de gala que entraban a la capilla, siendo escoltadas por caballeros vistiendo elegantes esmoquin que les daba ese aire de altanería que poseían la gente rica. A pesar de haber heredado un porcentaje de la pequeña fortuna que mi padre había ganado con el transcurso de los años, yo me había negado a utilizarla; nunca podría llegar a verme como uno de esos hombres que como único tema de conversación, encontraban sus respetables negocios. Además, ni siquiera había llegado a cumplir los 18 años. Thiara no dejaba de repetirme que papá hubiese querido que me hiciera cargo de su empresa por ser el único chico Roberts, a lo que siempre me limitaba a contestar que no estaba interesado en ser como él. Cuatro años... había transcurrido cuatro años ya, desde que había llegado a casa después de la escuela para encontrar el living cubierto de sangre... su sangre y la de mi madre. Ahí, todos mis miedos habían salido a flote, y fue cuestión de unas pocas horas para confirmar que mis progenitores se habían ido, llevándose con ellos a mi pequeño hermano Taylor, quien ni siquiera tuvo la oportunidad de nacer. Cerré los ojos con fuerza y apreté el borde de la ventana con mis manos. Maldita Tara... nunca iba a perdonarle que haya sido la culpable directa de su muerte. ¿Qué clase de monstruo iba a ser capaz de asesinar a sus propios padres? Mi hermana lo había hecho. —Tyler —me enderecé al sentir los brazos de Thiara rodear mi cintura. Apretó su mejilla contra mi espalda, dejando salir un largo suspiro. —Nunca vas a olvidarlo, ¿Cierto? —Zackary te está esperando —susurré, al darme la vuelta—. Vamos, terminemos con esta mierda de una vez. Los violines entonaban lo que era una cursi marcha nupcial que Thiara había elegido junto a Nina y Nora días atrás. Zackary, su novio, se encontraba viendo en su dirección, con una sonrisa pintada en su rostro más una mirada de imbécil que nadie podría quitarle. No era mi persona favorita, pero al menos agradecía el hecho que fuese capaz de hacer feliz a mi hermana. Traté de caminar derecho, viendo hacia el hombre que uniría sus vidas por el resto de sus días, mientras sentía las uñas de Thiara clavarse en mi antebrazo a causa de sus nervios. Tragué saliva con fuerza, ignorando la tensión que sentía en mi estómago que me instaba a salir de ahí. Repitiéndome una y otra vez que estaba haciendo lo correcto. Dejé a mi hermana junto a su futuro esposo, escuchando todas las ridículas promesas que tenía que darme de que la protegería y la amaría y blah, blah, blah. Después retrocedí hasta ubicarme al lado de Elizabeth, una chica peli rosada que era capaz de soportar todas mis mierdas. Quizás la única persona que creía en mí, algo estúpido en realidad, no le había dado una razón para que lo hiciera. —Pareces el simio hermano de Tarzán, vestido así —susurró, cuando estuve a su lado. La miré sobre mi hombro, llevaba su cabello rosado atado en una perfecta coleta alta, sus ojos verdes brillaban tras los cristales de sus lentes, mientras que una pequeña sonrisa se abría paso en sus labios maquillados de rosa. —¿Qué? ¿No me dirás nada? —arqueó una ceja, dándome un golpecito en el brazo. —Cierra la boca, Lizzy. (...) Tomé una de las copas que ofrecían los meseros y me dejé caer en una silla al lado de Nina, una de mis hermanas mayores. La sostuve frente a mis ojos a la vez que veía a Thiara y a Zac bailar en el centro de la pista de baile. El salón se había llenado de aplausos y suspiros mientras ambos compartían sonrisas y miradas. Sentí el mentón de Nina sobre mi hombro cuando se inclinó hacia mí para ver con mayor claridad. —Thiara no quiere irse de viaje con Zac para no dejarte solo —habló cerca de mi oído. —Ese no es mi problema —contesté, llevando la copa hasta mis labios. —¿En serio? ¿No deseas que tu hermana tenga su preciada luna de miel? —No la estoy obligando a que se quede, Nina. Y si estás tratando de que me sienta mal por ello, lamento no poder ayudarte. —¡Lizzy! ¿Tú no me ayudarás? —cuestionó enderezándose para buscar apoyo en mi única amiga, quien únicamente se limitó a encogerse de hombros y dejar salir una pequeña risita. —A mí no me escucha, Nina. ¿Qué quieres que le diga? Nina continuó protestando en cuanto a lo egoísta que estaba siendo con Thiara, pero lo cierto es que la había dejado de escuchar desde que mencionó las palabras gracias y orfanato. Y sí, es que ella y su melliza Nora, tras cada nueva queja del colegio, siempre me decían que debía de agradecer que Thiara no había permitido que me metiesen a un orfanato cuando decidí dejar de vivir en la casa de los Green, las personas que mis padres habían dejado como mis tutores, sacrificando así su juventud para hacerse cargo de un revoltoso adolescente que le importaba una mierda lo que pasaba a su alrededor. Pero, ¿Acaso debía de agradecer algo que no pedí? Pues para mí, pasar las noches en la calle, en un correccional o en un maldito orfanato iba a ser lo mismo. —Eh, Cold. Mira allá —Lizzy señaló hacia la entrada del salón. Una pelirroja se abría paso entre las personas que bailaban, hasta llegar donde se encontraba mi hermana, seguida como siempre, de su fiel guardaespaldas Nathan. —¿Dónde puedo conseguir un guardaespaldas así? —Indagó con picardía mientras se comía descaradamente con los ojos al sujeto que acompañaba a su amiga—. Ariel tiene tanta suerte. —Me temo que primero deberás de robar una cuenta bancaria con al menos diez millones de dólares en ella, Lizzy. —Gracias por destruir mis sueños, cretino. Levanté los hombros mientras deslizaba mi teléfono fuera de uno de los bolsillos de mi pantalón. Enfoqué la cámara en dirección a mi hermana y su marido y disparé el flash, después me puse de pie. Ya había llegado la hora de dar una nueva visita, y estaba seguro que una persona en especial, estaría dichosa de ver lo feliz que era su hermana gemela. —Me tengo que ir —dije, mientras me quitaba el saco y la corbata. Los dejé sobre el asiento en el que estuve sentado y luego le hice un gesto con la barbilla a Elizabeth—. Has con eso lo que quieras, regálaselos a un vagabundo, tal vez lo necesite más que yo. (...) La noche era cálida, así que caminar dos millas hasta llegar al hospital psiquiátrico, me fue placentero. Había recogido la camisa blanca hasta mis codos, tratando así de encontrar mi personalidad informal nuevamente. Empujé la puerta que daba hacia la sala de espera, donde para mi suerte, la chica que me resultaba fácil sobornar para que me dejara pasar, ya estaba en su turno. Llevé una mano hasta mi cabello y lo desordené, dejando mechones rebeldes por doquier; sabía que ella amaba ver mi cabello desordenado, lo había notado por la fuerza que ejercía en sus labios al morderlo, o en como soportaba la tentación para levantar sus manos y ordenarlo. Había follado con ella en un par de ocasiones, un pequeño y no tan sacrificio que tuve que hacer para que me permitiera entrar tantas veces como se me diera la gana. —Elena —hablé, en cuanto me detuve frente a su escritorio. Su cabello n***o, que alguna vez siempre llevó sujeto en un impecable moño sobre su cabeza, ahora lo lucía en agradables cortinas sobre sus hombros, para así, según me dijo la última vez que la vi, verse más de mi edad, a pesar de que sólo tenía tres años más que yo. —¡Cold! ¿Vienes a ver a tu hermana? —una pequeña sonrisa asomó en sus regordetes y rojos labios, instándome a succionarlos y morderlos como muchas veces lo había hecho. —¿Tengo otra razón para venir hasta este maldito lugar? Un pequeño brillo de tristeza inundó su mirada, mientras regresaba su atención a la pantalla de su computador. —Claro, puedes pasar —arguyó, tendiéndome su tarjeta. Asentí en su dirección, antes de caminar hacia el pasillo que me llevaba a las habitaciones de los esquizofrénicos. Admitía que había mentido en alguna ocasión a mis hermanas cuando les repetí una y otra vez que no tocaría un solo dólar del dinero que me dejaron mis padres, pues en realidad, si había tomado una parte de ello, pero bueno, papá hubiese querido que lo hiciera, él y mamá hubiesen deseado que Tara estuviera recibiendo el castigo que ahora tenía. Encerrada en una minúscula y sucia habitación, con una camisa de fuerza las 24 horas del día, recibiendo una única comida al día, y además, con constantes baños de agua fría. Aún me parecía que era muy poco castigo, así que también me había permitido rapar su cabeza, había disfrutado en gran manera ver como se derraban sus lágrimas sobre sus mejillas la primera vez que lo hice... al ver como su "perfecto cabello rubio" caía a lo largo del frío suelo. Abrí la puerta, y caminé en su interior. Ella se encontraba sentada en el mismo sitio donde siempre me esperaba, por instinto, observó mis manos, cada vez que la visitaba acostumbraba hacerlo, y cuando veía la máquina de afeitar en ellas, se arrinconaba contra la pared repitiendo una y otra vez que no lo hiciera. Tomé la silla frente a ella, la voltee y me senté, colocando mis codos en el respaldar de la misma. Ladee la cabeza, viendo sus oscuras ojeras y su afeitada cabeza; cada día que pasaba, se asemejaba más a un monstruo, lo que me hacía sentir orgulloso al estar haciendo bien mi trabajo. —¿Sabes de dónde vengo? —Le hablé, mientras sacaba mi móvil de mi bolsa—. Mira esto —acerqué la fotografía que le había tomado a Thiara junto a Zac y se la mostré—. ¿Verdad que se ven increíbles? Es una verdadera lástima que nunca vayas a tener algo así. ¿Cómo no disfrutar el dolor que se veía en su mirada al ver a su gemela casada con el hombre que una vez amo? —¿Por qué sigues haciéndome esto? —carraspeó, viéndome con sus ojos llenos de lágrimas. —Veamos —acaricié mi barbilla, viendo hacia una de las blancas paredes, antes de regresar mi mirada a la suya—. Tal vez porque mataste a mis padres y a mi hermano —la miré fijamente a los ojos, antes de bloquear la pantalla del móvil y regresarlo a su lugar—. ¿Acaso has olvidado que le cambiaste las medicinas a tu propio padre para acelerar su muerte? ¿No recuerdas que fuiste tú la causante de que mi madre se desangrara? —Vas a recordármelo siempre —susurró, mientras dejaba que sus lágrimas mojaran sus blancas mejillas. —Cada día de tu maldita vida. —Nunca vas a perdonarme. —Supongo que ya sabes la respuesta a ello —alargué, antes de levantarme y girarme para salir de ahí. El diablo. Así me han llamado muchas veces. La gente me teme. Temen que con tan sólo levantarme a ver, vaya a hacerles daño. Nunca me atrevería a quitarles la razón, pues su dolor, aplaca mi dolor. Disfruto ver lágrimas en los rostros de las chicas cada vez que me aprovecho de una de ellas, disfruto sentir la sangre de cualquier oponente en mis nudillos, después de cada pelea; disfruto ver la mirada perdida en el rostro de mi hermana, cada vez que la visito en su propio infierno. Un infierno que yo mismo me he dedicado a construirle, ese pequeño infierno que le recuerda día con día que es una psicópata que fue capaz de quitarles la vida a sus propios padres por celos a su propia hermana. Su corazón estaba lleno de odio, siempre deseó todo lo que Thiara que con esfuerzo había ganado; la atención de nuestros padres, el amor de Zac, sus amigos... todo, ella siempre deseó tener todo lo que su melliza conseguía; pero, ¿Esa era una razón suficiente para que la llevara hacer esas escalofriantes atrocidades? Caminé con paso seguro hacia la salida del hospital psiquiátrico donde mantenía recluida a mi hermana. Deslicé mis manos dentro de los bolsillos de mis pantalones, mientras salía a la cálida noche que me recibía. Tyler Roberts murió esa tarde que encontró el living cubierto con la sangre de sus padres. Ese chico que una vez sonrió, desapareció junto con ellos, dándole paso al diablo... o como todo el mundo me ha llamado: Cold.
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