Capítulo II - Shomanismo

3140 Words
Buenos Aires, año 1980   El hombre intentaba acostar a su hijo. —Nahuel, andá a dormir que mañana tenés que ir al colegio. —Ay, papá, contame una de esas historias antes. Ricardo Palacios, con su cara rubicunda, puso los ojos en blanco. —Hoy no, es muy tarde. —Porfa. —No —dijo Ricardo. —Porfa. —Que no —volvió a decir Ricardo. —Papá… —Bueno, pero mirá que mañana es el primer día de clases. Y no me pongas excusas para levantarte cuando te llame. —Está bien, papá, está bien. Ricardo entró a la habitación y el chico se sentó en la cama. —Y que sea de terror, porque son las que me gustan más. El hombre suspiró y pensó un momento. ¿Terror? No conocía buenas historias de ese género, así que, tras meditarlo un poco, decidió recurrir a lo que tanto le apasionaba en su juventud; quizá con eso podría dormir a su hijo de una buena vez. —Cuenta una pequeña historia que, en Oriente Medio, un 27 de julio de 1920, los etienses se reunieron en la Plaza Central del pueblo Eta para celebrar su cincuentenario. Todos juntos, a las 20:37, se tomaron de las manos, cerraron los ojos y rezaron al dios cristiano Yahvé. » Mientras, en las afueras del pueblo, a dos kilómetros de distancia, los Shomanos, fieles extremistas miembros de la Secta Milenaria, repasaban hasta el último detalle de su macabro plan. Según su creencia, en cincuenta y tres minutos, a las 21:30, su sanguinario dios Anton debería recibir su ofrenda anual de sacrificio. Cuando El Grande, señor al frente de todos, terminaba de ajustar aquel asunto, volvieron los espías previamente enviados para ver a los etienses de forma muy cautelosa en medio de su ceremonia, con la información requerida. Gracias a la misma, los Shomanos supieron que era el tan esperado momento. » Despacio, con cuidado y sin alertar ni a las serpientes del desierto, fueron acercándose cada vez más al pueblo. Un etiense, todo borracho junto con sus tres amigos, iba en dirección a su casa, mas ninguno llegó a destino. El grupo fue apartado de la luz y, ya en la oscuridad y sin que ninguno pudiera impedirlo, su vida les fue arrancada sin piedad. » Había comenzado la cuenta regresiva: faltaban veintisiete minutos para la gran ofrenda, así que decidieron apurarse. Eran tres mil fieles que superaban en diez a la cantidad de habitantes. Con una gran brutalidad, tanta como no se puede imaginar, los extremistas irrumpieron en cada casa del pueblo, ansiosos de sangre y venganza. » A cinco minutos de las 21:30, había un montón de cuerpos tirados en las calles. Hombres, mujeres, niños pequeños, bebés, todos habían sido víctimas del filo de espadas y cuchillos. La última mujer etiense viva no tenía fuerzas para oponerse a su deshonra. La sangre le corría por todo el cuerpo, acompañada del sudor y la mugre, en un acto desgarrador y humillante. El Shomano la soltó al terminar de saciar su apetito. La mujer, desnuda de la cintura para abajo, cayó de costado en la madera ensangrentada, convulsionó y nunca más se movió. » Un montón de carne humana, con cuidado cortada y situada en una especie de altar, fue la ofrenda para Anton. Ambos intestinos en primer lugar. El estómago y los riñones les siguieron, junto con los miembros viriles, exhibidos en todo su esplendor. Todo terminó con una oscura ceremonia de detalles secretos, tanto así que todos dudan de que haya sucedido. Aunque fue la comitiva de los órganos humanos extirpados, eso te lo puedo asegurar. Ni siquiera los huesos de la gente asesinada, nada, sobró para ser analizado. » Los diarios de la época ni siquiera habían prestado atención a tal suceso, cuyo escenario fue un pueblo en medio del desierto, un pueblo aislado de la sociedad de aquel entonces. La única excepción fueron los diarios pertenecientes a El Grande, señor de todos, destinados a narrar cada uno de los actos cometidos por él, gran jefe, y sus fieles seguidores, en forma de crónicas de sangre y muerte. Pero como tal, todo es historia inventada, ya que no hay evidencia histórica concreta que sustente la existencia del pueblo Eta, o al menos aún no se encontró. De la Secta Milenaria no se supo nada, salvo esos recortes de diario, ahora desaparecidos. Se cree que forman parte del imaginario colectivo, bastante creativo a la hora de narrar esas típicas historias, alrededor de una fogata, en medio de un campamento o alguna que otra reunión social. —Tremenda historia. Ahora no sé si quiero dormir. Ricardo se rio con ganas. —Hay algo que no entiendo. Si no hay pruebas y es una de esas historias, ¿qué pasa con los diarios? —Pensé que había quedado claro. Nahuel puso cara de no entender. —Es todo una leyenda, en realidad. No hay nadie que sea tan vil como para hacer todo lo que te conté. —Papá… —A dormir. Nahuel quiso protestar, y aun así tuvo que acostarse. Su padre lo saludó y apagó la luz antes de salir de la habitación y cerrar la puerta. El chico esperó unos segundos para prender el velador encima de su mesita de luz, ubicado al lado de su cama. Ricardo iba a apagar la luz del living, cuando se dio cuenta de que alguien lo observaba desde la vereda opuesta; alguien que tenía el rostro oculto en una capucha. Debido a la oscuridad de la calle, ya que no habían reparado los postes, no pudo ver el color de la túnica entera. El extraño se acercó parsimonioso hasta la puerta de la casa, pero no la golpeó al llegar. Ricardo maldijo y abrió; rogaba que Nahuel se hubiera dormido. —No creí que vendrías, Eleuterio. Tus lacayos no siempre aparecen y yo nunca puedo saber si lo van a hacer —dijo Ricardo. —Yo siempre aparezco —respondió Eleuterio, con todo el rostro iluminado por las lámparas del living, un rostro circular y con una barba tipo candado de color gris. —Vení, pasá —invitó Ricardo, resignado. Eleuterio entró y admiró el ambiente. —Muy bonita casa. Espero que mi hijo esté tan cuidado como el lugar donde vive. —Sí, sí lo está. Por favor, hablá bajo, que está durmiendo. —Uy, lo siento. Ricardo lo invitó a sentarse, algo que Eleuterio hizo sin esperar. —Te agradezco que hayas adoptado a mi hijo. —Ni lo menciones. —No, en serio. Por reglas específicas de la secta yo no puedo adoptar a mi hijo ni tener contacto con él hasta que cumpla los cuarenta y cinco años. Nunca pude entender ese requisito, hasta me parece algo muy estúpido. Es más, ni aun siendo líder de esta organización puedo cambiar esas reglas, dictadas por mis antiguos predecesores. Es como una tradición que se niega a romperse, está muy incrustada en el génesis de la secta. —Entiendo. Las tradiciones son difíciles de romper en un corto plazo, si quisieras hacerlo tendrías que empezar ahora de a poco para lograrlo por completo dentro de unos años. ¿Hace cuánto sos el líder? —Ya tengo cien años en el cargo. Me quedan doscientos más. —¿Cien años ya? Pues debo decírtelo, el tiempo no te pasa factura. —Eso se debe a que antes de asumir, en el nombramiento nos sumergimos en la Fuente de la Inmortalidad. Nuestro reloj corporal se detiene. Tras terminar nuestros trescientos años al frente, nos sumergen de nuevo y nuestro cuerpo obtiene el aspecto de alguien a punto de morir. Lo recuperamos. —Parece una condena. —Y de hecho lo es, al tener que ver cómo nuestros seres queridos se van y nos dejan. Hubo un momento de silencio entre ambos, hasta que Ricardo volvió a hablar. —¿Nahuel va a tener que ocupar tu lugar? —No en realidad. Es más, cuando yo termine mi mandato él habrá muerto. A menos que alguien lo resucite, lo cual me parece improbable. —Bien, eso es bueno. Espero que me recuerdes al morir, así tengo algo de crédito por cumplir tu lugar —dijo Ricardo riendo. —No te preocupes por eso, lo voy a tener presente. Es más, pudiste unirte con nosotros. Declinaste. —Pasa que tengo suficiente como para comprometerme a seguir sus creencias toda mi vida. Bastante complicada, a decir verdad. —¿Problemas maritales? —Soy viudo, ¿te olvidaste? —Ah, cierto que me habías dicho. Y con respecto a mi hijo, ¿ya sabe de nosotros? —Más o menos. Le cuento historias de terror antes de dormir, todas siempre relacionadas al oscurantismo, la brujería y demás. Parece que le gustan esas cosas. —¿Somos brujos para él? —No ustedes. La otra vez le conté una historia de una bruja cazada por la Santa Inquisición. Que de santa no tenía nada, debo decir. —Te doy la razón. Mis predecesores se enfrentaron a ella y siempre salieron victoriosos. Claro, pagaron un precio. Victoria pírrica, debería decir para ser más exacto. Para cuando yo nací, la Inquisición estaba aún en España, aunque en su final. La que sí duró fue la romana, hasta hace quince años nomás. Igual no importa, porque tiene otro nombre. —Pregunta, ¿qué va a pasar con Nahuel cuando entre? —Asistirá a la Ceremonia de Purificación. Como veo que no entendés, paso a explicarla. Al nacer, somos puros de alma y cuerpo, pero con el paso de los años nos contaminamos al relacionarnos con todo tipo de gente. En ese sentido, cuando Nahuel cumpla los años que se necesitan y haya vivido al menos la mitad de su vida, será llevado a lo que llamamos Ceremonia de Purificación. Se trata de aislar todo rastro de impureza del cuerpo de la persona para que vuelva a ser lo más cercano a su condición natural. —Claro, ahora estoy entendiendo un poco más. ¿No se puede volver a la condición natural? —Por supuesto que no. Por algo el hombre se hizo hombre en lugar de seguir siendo un animal. Durante los próximos años, Nahuel actuará bajo sus impulsos más de una vez, obedeciendo a sus instintos básicos, algo con lo que mi maestro LaVey estaría de acuerdo siempre y cuando la persona contra la que se reacciona haya fastidiado primero. Y es acá donde tengo que discrepar con él, porque su satanismo filosófico mira a Lucifer o Satanás como una representación de los instintos carnales. Es algo interesante, de hecho. Yo quiero ir un paso más allá, al demostrar que los que vienen a mi corriente religiosa no deben reaccionar como animales, sino que pueden ser mucho más sabios y apartarse de la gente, por etiquetarla de algún modo, inoperante. El shomanismo es nuestra denominación, donde no vemos a Lucifer como sí lo ve mi maestro, sino como un estratega. Alguien mucho más inteligente que no apuesta por la rebelión contra el poder establecido como se lo llama. Porque eso de irse al Infierno como si fuera algo malo, eso es basura. Eso es de gente intolerante y cerrada, gente que no tiene nada mejor que hacer y busca imponer su ideología a cualquier costo. Y que no me vengan con eso del sentimiento nacionalista y patriótico, no me jodan. Yo voy mucho más lejos de las fronteras de un puto país, tengo una visión universal. —¿Dijiste «shomanismo»? —No voy a atarearte demasiado con el origen del nombre, para que no te confundas por tanta información de golpe. Hay raíces históricas de nuestra gente desde la época grecobactriana, un reino ubicado en Bactria o Bactriana (da igual el nombre), fundado por Diodoto I por el 250 a. C., luego de separarse de los seléucidas. —Seléucidas… —repitió Ricardo—. No es la primera vez que oigo de ellos. —Puede que no. Sucedieron a Alejandro Magno. —Ah, sí, ya me acordé. ¿Ellos estuvieron en Oriente Próximo? —Los mismos. ¿Qué te pasa, Ricardo? ¿No era que te apasionaba la ciencia histórica? —Eso fue en mi juventud. Después me dediqué a estudiar por años la ingeniería naval. Hace unos años me salté a la genética. —Hombre, ¿por qué tanto cambio? Ricardo se encogió de hombros. —Ni yo podría decirte por qué. Creo que tengo tantos intereses que no puedo ponerme de acuerdo. —Válgame mi dios. Me niego a seguir hablando, a menos que hayas ordenado tus prioridades. Ricardo se rio, pero se cortó de golpe al escuchar un ruido venido de la habitación de Nahuel. Se levantó, fue hasta la puerta y se abrió. El chico roncaba, con un libro tapándole la cara. —Falsa alarma —dijo Ricardo, volviendo a cerrar la puerta—. Mejor hablemos más bajo, por las dudas. —O podríamos ir al patio, por si te preocupa que mi hijo se despierte y nos descubra. Ricardo no lo pensó mucho. Fue hasta la puerta trasera y le hizo seña a Eleuterio para que vaya con él. Ambos se sentaron en unas reposeras y se quedaron un buen rato callados. —¿Y qué va a pasar cuando Nahuel sea de nuevo purificado? Eleuterio miró a su colega. —Estará en condiciones de guiarnos, aunque yo seguiré al frente como el mandamás. Pero me interesa saber algo. ¿Por qué estás con la ingeniería genética? —Es algo que me llama la atención. No me apasiona, solo me provoca la suficiente curiosidad. —Ignoro todo lo relacionado. Supongo que es muy avanzado. Ya que soy inmortal por los próximos doscientos años, podría aprender. Mi memoria está mucho mejor que hace un siglo. Eleuterio se ajustó un poco la capucha de la túnica. Había comenzado a hacer frío. —¿Creés en el Apocalipsis? —¿A qué te referís con eso? —preguntó Ricardo, sin entender. —El último libro de la Biblia, el Apocalipsis de Juan, ¿creés que sea cierto o directamente un mito? —Creo que quien lo escribió se apegó a un género literario que era muy conocido en su época, nada más. —¿No pensás que pueda ser una premonición, un adelanto de lo que pueda venir? —No puedo responderte eso, no tengo una buena respuesta. Ricardo sacó del bolsillo de su pantalón una caja Marlboro, luego un cigarrillo y se lo prendió. —Zona tranquila esta. Cero crimen y delincuentes. —No es que me preocupe —dijo Ricardo, tirando humo—. Vivimos bien, los milicos no intentan nada contra nosotros porque soy intocable. Y gracias por darme la oportunidad de cuidar de Nahuel. Con María nunca pudimos tener hijos juntos. Ahora está por ahí, de seguro haciéndose la loca. —Al contrario, yo tengo que agradecerte. Somos amigos hace años, confío más en vos que en cualquier otro. —¿Y qué tal los demás? ¿Ya no molestan? —Molestar no es la palabra. Pero mientras no se sepa de ellos, por mí genial. No quiero que intenten arruinar nuestro plan. —¿Qué plan? —Tenemos socios en la industria farmacéutica, en principio, con los que acordamos trabajar en conjunto en un tipo de medicina nuevo, algo nunca visto. Y es que siempre me obsesionó la idea de curar gente de toda enfermedad, hacerla inmune. Soy consciente del riesgo que eso representa, porque algo puede salir mal y las consecuencias ser peores. —¿Gente inmune de toda enfermedad? Un reto muy ambicioso. —De hecho, lo es. Estoy pensando en la posibilidad de crear algo que revolucione la medicina, al punto de que ningún tipo de enfermedad sea letal. No me importa el tiempo que lleve. Eleuterio y Ricardo permanecieron un rato en silencio. —¿Dijiste que eras intocable? ¿Por qué? —Manejo datos importantes para ellos. Información delicada. —Información delicada sobre los militares. Que conveniente. —No tiene nada de conveniente, en realidad. Ellos confían en mí. —¿Tanto como para revelarte secretos militares? —No sé qué tipo de secretos, porque yo me dedico en específico a la ingeniería naval. No soy ningún soplón. —No era el punto igual. Ricardo miró a Eleuterio. —No entiendo tu insinuación. —No trataba de insinuar nada, Ricardo. Solo decía que una persona que sabe mucho puede quizá convertirse en un blanco. —Te lo repito, soy intocable. Puedo decirte que tengo buena amistad con Videla y que, cuando todo esto les explote, porque no tengo dudas de que pase, yo no voy a quedar pegado. Yo soy uno más. Y como no pueden vincularme con nadie, me quedo tranquilo. Y teniendo a tu hijo bajo mi cargo, soy mucho más intocable. Te conocen, saben que tenés recursos. Ahora que lo pienso, Eleuterio, vos podrías ponérteles en contra, armar una revolución, yo qué sé. —No es necesario, amigo mío. Ellos ya están bastante ocupados con la crisis económica, así que no pueden hacerse los giles. Yo me quedaría en el molde, por cualquier cosa. Decime vidente, pero estoy muy seguro de que vamos a entrar en guerra con alguien, no sé quién. —Lo que falta, una guerra contra algún país. Hay que ser pelotudo para meterse con nosotros. ¿Qué nos van a querer sacar? No es mi caso, muchas familias sufren porque les quitan a sus hijos y les dan otra identidad cuando pueden cuidarlos sin problema, además de que reprimen a cualquiera en estos días por tener una opinión distinta. —Es cierto, no es tu caso. O nuestro. Yo decidí darte a mi propio hijo para que lo eduques porque yo no puedo hacerlo. Tengo obligaciones y debo cumplirlas, por más absurdas que me parezcan. En este momento desearía renunciar, quisiera hacerlo, aunque haya hecho un juramento de sangre —dijo Eleuterio, levantándose y examinando su reloj. —¿Cuándo vas a volver? —Yo te aviso —respondió el hombre, antes de levantar vuelo y perderse cual pájaro en la noche. Ricardo se quedó un rato en silencio, pensando en la conversación y en el papel que cumplía bajo deseos de su amigo. Nadie dijo que fuera algo fácil criar al hijo de otro, ya que muchos lo deben hacer. Y en tiempos de represión militar, eso tenía un cariz particular. Muchos perdían a sus hijos y cabía la posibilidad de no recuperarlos jamás, según decían, quizá para meter miedo o destruir las esperanzas de varias familias. Ricardo, en cambio, podía dormir tranquilo, puesto que tenía la protección de su amigo Eleuterio y toda su secta, pero eso no le impedía preocuparse por el bienestar de otros.
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