Había estado tan excitada al retornar de la maravillosa ¿cita? ¿encuentro casual?, que pensó que no podría dormir, pero el agotamiento y la tranquilidad de estar en su propio espacio hicieron que se rindiera. Ya era bastante avanzada la tarde cuando se despertó. Holgazaneó un poco, organizando su guardarropa y sus libros, hasta que el ruido de su estómago le hizo notar que debía comer algo. Así que se dirigió, sin siquiera cambiar sus pijamas, a la casa de sus padres, donde sabía que siempre había algo rico para ella. Su madre había terminado sus tareas diarias y consumía una rosquilla, con la cara deleitada de quien disfruta de una experiencia religiosa. Con curiosidad se dirigió a la fuente del placer, una primorosa caja rosa sobre la que se precipitó como si fuera una langosta. El prim

