CAPITULO 1

1020 Words
Milo _ Es una vista maravillosa señor Monahan, no me canso de apreciarla. Desde aquí es fácil imaginar que uno es dueño del mundo. La voz alta y chillona del Director de Marketing sacó a Milo de su distraída apreciación del horizonte tras el cristal. Asintió, casi como por inercia; sus ojos habían estado mirando la noche brillante sin verla, ignorando el espectáculo de los edificios y avenidas totalmente vestidos en luces amarillas y rojas, y la impresionante posibilidad de tener a Los Ángeles a sus pies. Ser el dueño de uno de los edificios más altos de la ciudad y tener esa vista todos los días la había vuelto rutinaria, por lo que le sorprendía la admirada apreciación que todos los invitados desplegaban. _ Espero que esté disfrutando de esta celebración—señaló, procurando que su voz denotara una amabilidad que no sentía. Socializar sin objeto lo aburría, como casi todo últimamente. El entusiasmo que lo embargaba al tener un desafiante proyecto entre manos se había diluido al cerrar el contrato que hoy celebraban, por lo que el tedio había regresado como un manto frío. —¿Cómo no hacerlo? La fiesta es un éxito. Agradezco la invitación. —Lo merecen, todos ustedes. El trabajo que han realizado estas semanas ha sido notable y mi empresa se congratula de tener empleados así. La voz ronca, la leve sonrisa de circunstancias que no llegaba a sus ojos, las frases armadas, todo mostraba amable frialdad; había un inevitable desapego en el trato que el mayor de los hermanos Monahan prodigaba a sus subalternos. El hombre que había interrumpido las cavilaciones de Milo entendió que esas frases serían todo lo que podría arrancar del gran jefe esa noche. Ya era extraño que no le hubiese respondido con monosílabos, no era poco habitual que sus interacciones se limitaran a miradas y gruñidos o a memos que llegaban por correo electrónico. Milo Monahan era un hombre parco y directo, uno que apenas dejaba entrever una faceta más social en el fragor del trabajo, aunque esto se expresara en órdenes imperativas y férreas orientadas a dirigir el conglomerado de varias empresas de las cuales era el CEO y principal accionista. Un millonario exitoso y pujante, un líder implacable, un soltero más que codiciado, eran los títulos que los periódicos y revistas solían escribir sobre él. Milo dio un sorbo a su whisky y dejó vagar apreciativamente su vista por el enorme espacio que era el ático del edificio más alto del Downtown de la ciudad, tope de las oficinas y hoy transformado en sala de recepción y por el que deambulaban, reían y bebían los activos más importantes de su compañía y los socios más emblemáticos, así como los clientes más selectos de su cartera. Una risa se elevó por encima del bullicio general y le hizo ver que Melody trataba de atraer su atención. Suspiró. Su madre, una vez más, se empeñaba en restregar en sus narices a la que consideraba la candidata ideal para que su primogénito se casará y formalizara, en un gesto que lo convirtiera en un hombre con visión familiar. Elevó una de las comisuras de sus labios con desdén, por supuesto que para si frívola madre esa muñeca de clase alta que era Melody Hunt, con su cuerpo de gimnasio y quirófano, vestida en impecable vestido de diseño y zapatos que gritaban Lou Boutin, era la mujer ideal para un hombre como él. Dejó que su vista recorriera a la platinada con apreciación, decidiendo. Que esa noche la follaría sin piedad, con esos tacones de quince centímetros como único atuendo. ¿Cómo podía desairar el hambre que se notaba en la mirada que lo fulminaba sin sutilezas? No había nada de eso en Melody, aunque su madre creyera que era una correcta mujer de clase alta. A la rubia le gustaba el sexo y lo disfrutaba sin tapujos. De todos modos, no se engañaba, sabía que ella también apostaba por el compromiso y un anillo. Como carnada, ese cuerpo de escándalo y ser la hija de uno de los clientes más importantes de Milo. No tenía intenciones de proponerle algo tan serio. Tal vez en un futuro, podría ser la correcta. Una mujer de clase alta, que sabía cómo comportarse, que tenía claro lo que era ser una linda imagen al lado de un hombre de éxito. Parecía lo correcto, pero no lo haría pronto o sin pensarlo más. El toque sutil en su brazo le hizo mirar al costado y al ver a su hermana Violet sonrió abiertamente. Ella, su pequeña hermana, no tan pequeña ya, era una de las pocas que lograba que sus ojos verdes se avivaran y enternecieran. — Hola, chiquilla—la saludó con un abrazo y un beso en la frente—¡Qué bueno que pudiste venir! Ella sonrió y devolvió el abrazo. La diferencia de quince años se hacía notar entre ambos. Violet era el resultado de uno de los últimos empujes del viejo Monahan sobre su aristocrática mujer, cuando ya esta pensaba que con cuatro hijos varones era más que suficiente para dar por cumplido su rol. Violet había sido la niña mimada por sus hermanos, ignorada por su padre por su condición de mujer y poco apreciada por su madre, como no fuera para martirizarla por su peso, su poca habilidad para socializar o su escasa dedicación a las compras y los artículos de lujo. Milo siempre la había sentido frágil y expuesta, su protegida, aquella que merecía su cariño y su tutela. La adoraba, sentimiento que el resto del mundo no podría creer, si fuera visible. A los ojos de la mayoría, Milo Monahan era un despótico y ambicioso bastardo que solo veía y reconocía a los demás si esto le resultaba beneficioso para sus negocios. No es que a él le importara transmitir esa u otra imagen, le era indiferente el resto, mientras pudiera cuidar de su familia. Aunque sus hermanos, ya mayores, despotricaran por su constante monitoreo y se lo hicieran saber con fastidio, él era único que podía guiarlos y mantenerlos por un camino saludable.
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