Capítulo 3
Las primeras pistas
Aurora caminaba delante de Álvaro por los pasillos del geriátrico, guiándolo mientras le explicaba la rutina del lugar. Cada rincón del Último Amanecer estaba cargado de una mezcla de olores, entre desinfectante y comida recalentada. Aunque todo parecía limpio a simple vista, Álvaro no pudo evitar sentir que algo no encajaba.
—Aquí tenemos las habitaciones de los residentes —dijo Aurora, señalando con la mano hacia una puerta semiabierta—. La mayoría son personas amables, pero algunos, como es normal, tienen sus días malos.
Aurora se detuvo frente a una de las habitaciones y tocó suavemente antes de entrar.
—Don Ernesto, ¿cómo va todo esta mañana?
Un hombre mayor, con lentes gruesos y una sonrisa apenas visible, levantó la vista desde su libro.
—Ah, doctora. Todo tranquilo, como siempre.
—Muy bien. Le presento al nuevo enfermero, Álvaro Méndez.
Álvaro se acercó, estrechando la mano de Ernesto.
—Encantado, Don Ernesto.
—Igualmente, joven. Espero que sea más simpático que el enfermero ese, Richard. Ese muchacho tiene manos de hielo.
Aurora rió nerviosa y salió de la habitación junto a Álvaro.
—¿Richard Torres? —preguntó Álvaro mientras seguían caminando.
—Sí, trabaja aquí desde hace algunos años. Es sobrino de los dueños del geriátrico, Joseph y Mary Torres.
Álvaro notó el cambio en el tono de voz de Aurora al mencionar a Richard. Algo en sus palabras, aunque profesional, sonaba cargado de molestia. Decidió guardar esa información para más adelante.
—Es curioso, ¿no? Que alguien sin título esté trabajando en un lugar como este.
Aurora lo miró sorprendida, pero no dijo nada al respecto.
—Vas a conocerlo más tarde. No es mi lugar juzgar, pero… —hizo una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Bueno, mejor seguimos.
Pasaron por las áreas comunes, donde Aurora le presentó a otros residentes. Uno de ellos, Don Luis, quien ya había hecho bromas sobre ellos antes, no perdió la oportunidad de comentar:
—¿Ya están planeando la luna de miel o todavía no?
—Luis, por favor —dijo Aurora entre risas—. Estamos trabajando.
—Claro, claro. Pero la química se nota, doctora.
Álvaro se rió y negó con la cabeza, pero en el fondo, agradeció que Don Luis le quitara un poco de tensión al ambiente.
Finalmente, llegaron a la cocina. Aurora abrió la puerta, revelando un espacio amplio, con varias personas trabajando entre ollas y sartenes.
—Este es uno de los corazones del geriátrico. Aquí se preparan las comidas de todos los residentes. Te presento a Juana, nuestra chef principal, y a Carla, su asistente.
Álvaro saludó a ambas mujeres, tomando nota de cada detalle del lugar. La cocina parecía funcional, pero no especialmente moderna. Había utensilios y máquinas que parecían tener décadas de antigüedad.
Cuando Aurora lo llevó hacia la esquina de la cocina, Álvaro vio la máquina de hielo. Era vieja, con manchas de óxido visibles en la superficie y un leve zumbido que indicaba que estaba en funcionamiento.
—¿Usan mucho esta máquina? —preguntó Álvaro con interés, acercándose para observarla más de cerca.
Aurora dio un paso adelante y colocó una mano en su brazo, deteniéndolo.
—Te voy a ser sincera. Yo prefiero no usar el hielo de aquí.
Álvaro frunció el ceño, fingiendo estar confundido.
—¿Por qué?
Aurora vaciló un momento antes de responder.
—No estoy segura de si el agua que se usa es completamente segura. He hablado con los dueños sobre cambiar las tuberías, pero siempre me dicen que no hay presupuesto.
Álvaro notó el tono de preocupación en su voz. Claramente, Aurora sabía más de lo que decía, pero no quería involucrarse demasiado.
—Es curioso. ¿Alguien más ha tenido problemas con eso? —preguntó, haciéndose el desentendido.
Antes de que Aurora pudiera responder, la puerta de la cocina se abrió de golpe, y un hombre alto, con una actitud despreocupada, entró. Vestía un uniforme que no parecía encajar del todo y llevaba un cigarrillo apagado en la mano.
—Ah, ahí estás, Aurora. Siempre ocupada, ¿no?
Aurora tensó la mandíbula al verlo.
—Richard. Te presento a Álvaro Méndez, nuestro nuevo enfermero.
Richard alzó una ceja y miró a Álvaro con una mezcla de desdén y desconfianza. Extendió una mano, que Álvaro estrechó con firmeza.
—Un gusto —dijo Richard, aunque su tono no lo reflejaba en absoluto.
—Igualmente —respondió Álvaro, estudiándolo rápidamente. Era un hombre robusto, pero con un aire descuidado. Sus uñas estaban sucias y tenía un ligero olor a tabaco, a pesar de que fumar dentro del geriátrico estaba prohibido.
—¿Eres enfermero, eh? —preguntó Richard con una sonrisa forzada—. Bueno, aquí hay mucho trabajo. Espero que aguantes el ritmo.
—Haré mi mejor esfuerzo —respondió Álvaro, manteniendo su mirada fija en él.
Aurora intervino rápidamente, como si quisiera acabar con la interacción.
—Bueno, Richard, estábamos en medio de una ronda. ¿Necesitabas algo?
—Nada importante. Solo venía a avisarte que los Torres quieren verte en la oficina más tarde. Yo sigo con lo mío.
Sin más, Richard salió de la cocina, dejando un silencio incómodo detrás de él.
Álvaro esperó a que la puerta se cerrara antes de hablar.
—¿Siempre es así?
Aurora suspiró, llevándose una mano al puente de la nariz.
—Es complicado. Está aquí por sus tíos, pero no puedo decir que sea el mejor en su trabajo.
—Parece que no te agrada mucho.
Aurora lo miró con una mezcla de frustración y resignación.
—No se trata de que me agrade o no. Es… Bueno, no quiero meterme en problemas.
Álvaro tomó nota mental de eso. Richard era una pieza clave, no solo por su actitud, sino porque su conexión familiar con los dueños podía ser crucial para entender lo que estaba ocurriendo en el geriátrico.
Aurora lo llevó a la sala de medicamentos, donde revisaron el inventario y las dosis que se administraban a los residentes. Durante la ronda, Álvaro observó con atención cada detalle, cada comentario que Aurora hacía, buscando cualquier pista que pudiera ayudarlo a descubrir la verdad sobre la muerte de su abuelo.
Mientras revisaban a una residente, Aurora se detuvo un momento y murmuró algo en voz baja.
—A veces siento que estamos luchando contra algo que no podemos cambiar.
—¿Cómo qué? —preguntó Álvaro, fingiendo curiosidad casual.
—No lo sé exactamente. Hay cosas aquí que no tienen sentido, pero cuando intentas hacer algo, te topas con una pared.
Álvaro asintió, guardándose sus pensamientos para sí mismo. Había algo en las palabras de Aurora que confirmaba sus sospechas. Las piezas comenzaban a encajar, aunque todavía faltaba mucho por descubrir.
Cuando terminaron la ronda, Aurora lo guió de regreso al área común.
—Por ahora, eso es todo. Si tienes alguna pregunta, no dudes en decirme.
—Gracias, doctora Sáenz. Creo que este va a ser un buen lugar para trabajar.
Aurora lo miró con una sonrisa cansada.
—Eso espero, Álvaro . Por el bien de todos .
Mientras Aurora se alejaba , Álvaro se quedó mirando la máquina de hielo desde el otro extremo del pasillo .
Sabía que esa máquina y las tuberías antiguas eran parte del misterio .
Lo que no sabía todavía era cuánto le costaría descubrir toda la verdad .