Capítulo ocho La persona que tengo tirada en el suelo de la nada se empieza a mover y me tiro para atrás cayendo de nalgas por el susto que me da cuando una de sus manos involuntariamente atrapa uno de mis pies. —Menuda bienvenida la que tengo contigo y mira que he tenido bienvenidas —se queja con los ojos cerrados mientras que se acomoda mejor en el piso para lograr sentarse y tomar la parte trasera de su cabeza que poco a poco se va inflando como si tuviese una pelota de béisbol en el cráneo. —Yo... —tartamudeo —Yo... —abro y cierro la boca buscando una explicación del por qué le he pegado, pero me imagino lo que él tuvo que hacer para poder entrar a mi casa y buscarme y achico los ojos —yo nada —lo señalo —tú eres el raro aquí, por qué quién en su sano juicio interrumpe en la casa d

