Capítulo veintisiete Mi casa misteriosamente está vacía y parte de eso debería agradecérselo a él. Él fue quien corrió a Carlos y a su pelotón de infantería y a sus ridiculeces, además de que también fue el que saco a su mejor amigo de mi casa, pero claro, no sin antes meterle un buen izquierdazo por haberme visto de la forma en la que me vio y también por pasarse tanto como en lo que dijo como en lo que hizo de avergonzarme con mi ropa interior. —Supongo que ya no hay más muros en la costa —baja por las escaleras de dos en dos mientras que yo solo me limito a rascarme el codo de forma insegura y a la vez segura por saber que es él quien está conmigo y no otra persona que me podría hacer daño —la única persona que puede que venga a tocar las pelotas en estos momentos puede que sea tu

