Aitana
Tan pronto como tuve el aparato electrónico en mi mano y las voces se intensificaron hasta convertirse en gritos en el piso de abajo, me di cuenta de que era hora de salir corriendo de ahí tan rápido como fuera posible.
Salí tal como entré: sintiéndome una ladrona. Es decir, de estar Kathie aquí, seguramente me habría apoyado y hasta motivado a llevar a cabo mi propia investigación; se cumpliría casi una semana desde que desapareció, su cara salía en varios noticieros casi todos los días —debido a ser hija de famosos— y la policía no daba señales de avanzar en la búsqueda.
O al menos eso creía, porque cuando se los entrevistaba de canales de televisión, los encargados siempre ponían excusas para no decir directamente que no se dan una puta idea de lo que ocurre.
Papá ya no enciende la televisión en la cena. Antes solía hacerlo, cuando no teníamos muchos temas de conversación, y veíamos las noticias matutinas; ahora trata de evitar a toda costa que vea esos canales para no enterarme de dichas noticias. Sin embargo, es algo anticuado, así que no sabe que con solo entrar a YouTube puedo encontrar fácilmente los informes.
Solo trata de protegerme del mundo, lo entiendo, está queriendo volver a encariñarse conmigo... pero, sin querer sonar tan cruel, es un poco tarde para eso. En el sentido de que ya soy independiente de si me ama o no, de si está ahí, aunque si es así está bien para mí.
—Vamos, tú puedes. —me dije a mí misma antes de tomar el impulso que me llevaría de la ventana a tocar una fuerte rama del árbol.
Con mucho cuidado y paciencia logré bajar, habiendo guardado antes el celular en el bolsillo de mi pantalón escolar. Agradecía que el clima cambiaba de forma repentina en la mañana, estando fresco para usar libremente eso, en lugar de la falda incómoda.
Tomé mi mochila una vez que mis pies tocaron el suelo, saliendo a escondidas de ese lugar antes de que a alguien se le ocurriera salir de su casa.
Fue en el camino hasta estar otra vez en la parada de autobús que me arrepentí de lo hecho.
Desde haberle mentido a mi padre diciendo que me quedaría a almorzar con unos amigos, hasta posiblemente robar material crucial —aún no comprobado por nadie— que serviría en la investigación.
Pasé como quince minutos sentada en esa solitaria banca, debatiendo en mi mente para quitarme el malestar estomacal.
Siendo sincera, papá me ha mentido muchas veces también para librarse de situaciones como hablar de mi madre, por ejemplo. Y por el otro, de revisar mejor todo el cuarto, los investigadores podrían haber encontrado en menor tiempo que yo el celular. La idea de revisar debajo de la alfombra fue una simple corazonada; por lo que oí, fueron como seis policías los que buscaron pistas en el cuarto, pero parece que ninguno sigue su intuición lo suficiente para buscar en lugares no tan obvios.
Kathie es una adolescente, no una estúpida.
No volví a mirar el aparato desde que me escapé de la casa, por el simple hecho de que me asustaba. ¿La tecnología? No, eso no... lo que podría contener dentro, por otro lado, me provocaba querer devolverlo a su antiguo hogar.
Si ella se ocupó de guardarlo en ese tan escondido lugar es porque algo oscuro tiene.
No me gusta suponer cosas de la gente, como que tienen perjudiciales secretos, pero esto era extraño. ¿Cuál es esa necesidad de ocultar tanto lo que sea que está ahí dentro?
No pude cuestionar mucho más cuando por fin el siguiente autobús que me llevaría a mi propia casa llegó y lo tomé.
El camino se me hizo muy corto cuando ya estaba a una cuadra de mi hogar y fue tiempo de bajar para caminar ese corto trayecto hasta lograr adentrarme al familiar lugar.
—¡Ya llegué, familia! —anuncié, dejando la mochila en el sofá de la sala.
Al no obtener contestación por parte de nadie, me dirigí a la cocina donde encontré a Annie limpiando algunos platos al ritmo de la canción de una pequeña radio de su pertenencia. Nos pidió permiso antes de traerla, claro que no tuvimos problema en aceptar. Era bueno tener algo de buen ánimo en esta casa tan gris, o por lo general se encontraba así dado que traemos nuestros problemas a casa, sin poder hablar de ellos entre nosotros como otras familias.
Antes estaba mi abuela para escucharme y aconsejarme, pero lleva bastante tiempo sin tener momentos lúcidos. Tanto que nos preocupa su salud mental.
—Bienvenida, Aitana. —saludó la mujer una vez que se dio cuenta de mi presencia, con las mejillas sonrojadas.
Supongo que porque tuve que ver su pequeño baile mientras batía algo.
—Hola, Annie, ¿qué tal todo?
Me senté en una de las sillas de la isla, permitiéndome soltar un gran suspiro y estirarme, siendo que comencé a sentir que ya estaba en casa otra vez para relajarme.
—Todo bien, gracias, cariño. Tu abuela ya comió a las doce, quería esperar para recibirte pero se quedó dormida la pobre. —comentó, riendo levemente—. Y tu papá, no sé dónde puede estar. Solo dijo algo de que saldría.
Esa información me hizo dar una idea de dónde se encontraría: en el club de deportes "Keeland". Ya su nombre anunciaba lo costoso que es, y efectivamente es así; sin embargo, es lo único que mantiene a mi padre ocupado.
Está tomándose unas vacaciones de su trabajo como contador en una empresa de renombre en Nueva York, que consiguió gracias a contactos que hizo cuando me volví famosa.
Recuerdo que empezó a estudiar un año antes de que Sean llegara a nuestras vidas, prometiéndome que apenas pudiera dejaría su trabajo como camionero, me daría la vida que merezco y pasaría más tiempo en casa para estar juntos.
Claro que lo hizo luego de una botella de vino, fotos familiares y la idea, por unos minutos, de abandonar la carrera cuando se volvió más complicado.
Cuatro años de puro esfuerzo le tomó tener un título universitario, y solo tres meses conseguir trabajo. Con eso, en parte, se pagaba sus propios lujos cuando quería.
—Bien, ya comí así que solo iré a mi habitación a cambiarme. —avisé antes de levantarme de la silla.
Era una mentira piadosa para no levantar sospechas porque a papá le dije lo contrario y no podía pisarme sola. Comería algo después, cuando Annie saliera de la cocina.
Pasé directamente a subir a mi habitación, no sin antes agarrar la mochila. Cuando ya estuve dentro comencé a quitarme la ropa, topándome con el celular que se había caído del pantalón cuando lo tiré sobre la cama al igual que a las demás prendas.
Me mordí el labio inferior una vez ya cambiada, tomándolo en mis manos y dándome un momento para mirarlo bien. Lo que hice fue algo peligroso aunque nadie me vio, siendo que ya estaba nadando en aguas profundas que involucraban a la ley.
—Lo hago por ti, Kathie.
Ya estaba cansada de tanta mierda moral sobre robar, la policía e investigaciones. Yo misma encontraría a mi amiga a como diera lugar, y, por Dios, rogaba que fuera viva, sana, salva.
Presentía que ese aparato contenía algo importante. Y en estos últimos días, mi intuición no ha errado que digamos.
Fue cuando una voz en la parte de afuera interrumpió el momento en que estaba por encenderlo.
—Aiti, ¿te estás cambiando?
Aparentemente papá ya había vuelto de su reunión con hombre ricos, blancos y poderosos.
—Ya casi termino, dame un segundo. —pronuncié alto.
Corrí hacia una caja que estaba en mi armario, llena de cartas de fans, y entre todas ellas pude camuflar el celular sin problema. Le puse la tapa antes de pararme, para anunciar que ya podía pasar.
Con una sonrisa y una bolsa con el logo de Chanel impresa, entró mi progenitor a la habitación.
—¿Qué tal todo, cariño? —cuestionó con dulzura.
—Bastante bien, ahora sé de una cafetería nueva para ir con mis amigos. Tienen comida deliciosa. —las mentiras continuaron saliendo de mi boca—. ¿Y a ti cómo te fue?
De ser un personaje animado como Pinocho, tal como ponía de ejemplo una de mis tías cuando era pequeña, mi nariz ya se habría alargado por tantos engaños.
Ojalá aún tuviera esa inocencia infantil para evitar hacerlo.
—Me alegra saber que estás haciendo amigos nuevos, nena. —dijo antes de ensanchar su sonrisa—. Debo confesar que mi día también estuvo muy bien, genial diría yo. Conocí a alguien nuevo en el club.
—¿Posible pareja?
Él me miró con seriedad, cosa que provocó que soltara una carcajada por lo bajo.
—No, Aitana, ninguna pareja. Es un hombre, Mark, no recuerdo su apellido. Pero es muy amable y conocido al parecer, y tenemos muchas cosas en común.
—Qué bueno que también estés haciendo más amigos. —murmuré con cariño—. Pero si me permites, quiero saber a qué se debe la bolsa de Chanel.
Pareció recordar algo, ya que alzó las cejas y me extendió lo antes nombrado, a lo que fruncí un poco el ceño.
Bajo su atenta mirada algo nerviosa, saqué el contenido de la bolsa.
Se trataba de un precioso vestido n***o con muchos detalles y tiras de oro, además de pequeños diamantes que lo volvían muy brillante. Era la máxima perfección para cualquier que tuviera un escaso conocimiento en moda, como yo.
—Oh por Dios, papá, está hermoso. —susurré aún sorprendida.
Por mi respuesta, dio una exhalación llena de relajación, como sacándose un gran peso de encima y volvió a sonreír.
—Me alegra que te guste, porque he estado pensando mucho en algo.
Dejé el precioso vestido de Chanel sobre la cama con mucho cuidado, como si se fuera a romper de alguna forma. Después volteé a ver a papá, con notable curiosidad.
—¿Qué has pensado tanto?
—Que estás pasando por cosas duras estos días y quiero que te distraigas un poco, hija. No recuerdo cuándo fue la última vez que me pediste permiso para ir a una fiesta. —comentó con un deje de tristeza.
Era cierto, solo porque había una persona que siempre me llevaba a ese tipo de eventos.
—Supongo que tienes razón. He estado algo ocupada estos días.
—Lo sé, mi vida, y es por eso que quiero ayudarte. —contestó ahora con emoción—. Mark me invitó a una fiesta en su casa, y dijo que tiene hijos de tu edad que también llevarán amigos, así que ambos podríamos sacar provecho.
Hice una leve mueca con los labios, poniéndome a pensarlo por un momento.
—No lo sé, pa...
—Solo piénsalo por ahora, ¿sí?
Dejó un beso en mi frente y luego me dio un pequeño abrazo sin mucha fuerte.
—Pero ese hermoso vestido merece ser usado por una hermosa chica, y esa es mi hija. —murmuró en mi oído.
Eso me hizo sonreír con suavidad, mirándolo cuando nos separamos. Acarició mis mejillas con cariño antes de retirarse, avisando que iría a su habitación a bañarse.
No tardé mucho tiempo antes de afirmar que, por mi progenitor, sería capaz de hacerlo.
Quizás podría llegar a divertirme y sacar provecho, ¿no?
—Cada vez las coincidencias con los Evenson se estaban volviendo normales... todo se trataba de simple casualidad o destino. ¿Cierto?