Capítulo 1

3089 Words
Aitana Me senté en el sillón mas grande de la sala, el que en mi opinión era el más cómodo para pasar un largo rato, y miré durante unos cuantos segundos la taza de café humeante que había en la mesa frente a mí que preparé apenas unos minutos antes. El frío característico de la estación invernal actual en el país se coló en mi casa. Después de pestañar repetidas veces, de manera lenta, mis ojos se enfocaron en el dispositivo electrónico que antes estaba acostumbrada a tener grabándome, era como parte de mis anteriores rutinas. No entendía por qué era tan difícil para mí hacer esto... tal vez porque este no era para nada el tipo de video que solía grabar. Este era más especial e íntimo. Mientras que mis antiguos videos eran dirigidos para un público grande y específico.   —No sabes cuántos minutos de video ya desperdicié mirando estúpidamente a la cámara. —hablé, observando el objeto nombrado, con notable pesadez en mi voz—. Pero quiero hacer lo correcto y usar las palabras adecuadas para que entiendas el por qué tomé estas duras decisiones de las que no me siento orgullosa. Tomé un sorbo de café, seguido de una pequeña maldición por lo caliente que estaba junto con una mueca graciosa y volví a colocar la taza sobre la mesita ratona de pino frente a mí con un poco de brusquedad. Solté un largo suspiro, intentando alejar los nervios de mi cuerpo. No entiendo la razón de mi nerviosismo. Quiero decir, sé que este video debe ser algo así como "perfecto" porque la persona que lo verá en un futuro lo es. O al menos para mí lo es.   —Supongo que para que entiendas tendré que explicarte todo desde el principio, incluso desde antes de conocerlos. —aclaré—. Esta historia tiene... cuatro versiones, todas diferentes y aún así, si es que lo que te dicen es la verdad, siempre llegarán a exactamente la misma conclusión. —expliqué, más relajada—. Las escucharás a todas en su debido momento, eso es seguro... Solo quiero que conozcas la mía porque nadie podrá contártelo mejor que yo.   Con la punta de mi dedo hice un recorrido desde mi vientre, donde dejé una leve caricia, hasta mi pierna. Entonces comencé a hacer unas pequeñas caricias en mi rodilla con mi mano, dándome calor y, al mismo tiempo, trayéndome pequeños destellos de recuerdos no tan lejanos que se repetían en mi cabeza, torturándome más que nunca.   —Antes que nada, quiero que sepas que te amo... por siempre y sin excepciones. —luego sonreí y miré a la cámara, deseando que mis ojos mostraran sinceridad—. Así es como todo empezó...   Nací un 21 de marzo de un año que no vale la pena mencionar —salvo que fue a finales de los 90's— en Buenos Aires, Argentina, bajo el nombre de Aitana Sofía Cruz. Fui criada por un padre soltero llamado Esteban Cruz, que tiene una familia gigante pero que se muestra unida y llena de amor con la cual conviví toda mi vida. Tres tíos, hermanos de mi padre, junto a sus esposas y una cantidad exagerada de hijos, mis primos. Algunos insoportables, otros cariñosos. Los quería por igual, a pesar de todo lo que atravesamos durante los años. Mi padre era un hombre cariñoso si se lo proponía —en mis cumpleaños o cuando tenía alguna cita con buenas mujeres, se mostraba así— como tacaño morir en partes iguales. Fueron ambos factores los que provocaron el ridículo en el colegio público al que asistí durante mis primeros años. Al pertenecer a la llamada "clase baja", era mi amada abuela paterna fue quien hizo la mayoría de mi ropa. Mi progenitor se ahogaba en deudas de cosas necesarias para subsistir, por lo que casi no había dinero en casa para artículos personales. Lamentablemente los niños son criados por personas crueles, en quienes se convierten después si deciden seguir el ejemplo. No tienen filtro al decir cosas horribles acerca de los demás o comenzar a prejuzgar, así que las burlas por mi pobreza no se hicieron esperar. A pesar de todo lo malo, lo que siempre quise recordar de mi adorado lugar de nacimiento son los pocos momentos felices que logré vivir al querer mantener, la mayoría de las veces, una actitud optimista. Claro que ahora son sólo eso: recuerdos. Debido a que mi padre fue trasladado de su trabajo como camionero en Argentina a los Estados Unidos cuando yo tenía solo nueve años, tuve que crecer en el nuevo país sin una figura materna presente que me ayudara, un padre ausente por el trabajo, alejándome de mi poca familia —incluida mi abuela—, teniendo que aprender un idioma completamente nuevo —cosa que no me fue muy difícil ya que ver todos los programas en inglés me ayudó— y adaptarme como pudiera a un entorno desconocido, con personas nuevas. Afortunadamente pude amar a Argentina y Estados Unidos por igual; puedo decir con orgullo que ambos son los hogares que me vieron pasar por las etapas de mi vida. Lo único en lo que pude refugiarme durante el drástico cambio fue la música; era mi forma de escape, en una realidad que no quería aceptar. Solía ser muy dramática con las mínimas cosas. Antes de irme, una de mis tías me regaló un podcast antiguo lleno de sus canciones favoritas cuando era adolescente, que también se convirtieron en mis favoritas después de un tiempo. Me encantaba cantar desde que aprendí a hablar y la gente que me escuchaba llamaba "canto de ángel" a mi voz, gracias a mi capacidad de mantener notas altas en las canciones, alegando que fue una bendición del cielo para recompensarme por una madre que nunca conocí. ¿"Bendición" a cambio de bullying? Algo estúpido.   Sin embargo, a los trece años un cazatalentos cristiano asistió a misa donde yo era la voz principal del coro de la Iglesia local y le dio a mi padre una pequeña tarjeta con su número, diciendo que yo tenía potencial. Entonces cambié de opinión acerca de las verdaderas bendiciones. Quizá me volví un poco más creyente tras ello. Sean Anderson me lanzó a la fama subiendo mis covers de canciones famosas a la cuenta oficial de su empresa —que de por sí era muy reconocida— a YouTube, hogar de las grandes estrellas. Claro que me costó mucho trabajo llegar a ese punto. Fueron dos largos años de arduo trabajo vocal, físico y muchos sacrificios en cuanto a mi vida personal. Me presentaron como "Aitana Lennox", mi nombre artístico que él mismo eligió porque, en su opinión, ser argentina y pretender ser mitad estadounidense —cosa que es mentira— haría que mi nombre resonara entre los adolescentes de ambos países, ya que la música latinoamericana estaba empezando a ser tendencia en los países americanos y europeos.   Lo más sorprendente fue que el hijo de puta no se equivocó.   En mis casi tres años como artista mis videos musicales, ya con canciones propias y videos oficiales, no bajaron de las cien millones de reproducciones, volviéndome famosa de un año para otro. Acompanado de eso, fueron giras, grabaciones de discos, entrevistas, ser invitada a programas reconocidos, cantar en vivo, etcétera. Fui admirado por la mayoría de los adolescentes que me seguían en mis r************* por el carácter fuerte que demostraba, además claro de mi voz, y el dinero entraba como avalancha en mi cuenta bancaria, por eso siempre veía un sonrisa feliz en el rostro de mi padre mientras se compraba ropa de Gucci, Dolce & Gabbana, Fendi y esa clase de marcas caras. Era frívolo, pero al menos sí se quedó conmigo. Parte del dinero se lo enviaba a mi familia en Argentina para que ellos también pudieran mantener una vida más decente, que se merecían. Nos ayudaron a mi padre y a mí cuando teníamos problemas económicos, e incluso en más de una ocasión me compraron libros necesarios para mi educación. Eran grandes personas, así que sólo traté de pagarles un poco por toda la ayuda que me dieron.   No obstante, aunque sabía que podría pagar por cualquier cosa que quisiera, siempre sentí un vacío en mi interior que las tonterías materiales no lograron llenar, como pensaba que sería cuando aún era pobre. Como si fuera una estrella en el cielo que brilla porque siente que depende de su brillo que otros encuentren el camino para llegar adonde pertenecen. Pensaba que eso es lo correcto, porque mis personas cercanas me dijeron que cambiaba la vida de algunos fans, y siempre me creí a mí misma egoísta por ponerme a cuestionarlo si se supone que estaba ayudando en algo a los demás sin hacer nada más que sacarle el potencial a mi talento. Es solo que a veces, cuando estoy sola, comienzo a formular preguntas: ¿y quién brillará para mí? ¿Quién me guiará al camino que me corresponde? O mejor dicho, ¿tengo un camino?   Entre tantos recuerdos, se me vino a la mente el hecho de que un día estábamos en el estudio de baile de la empresa preparando la nueva coreografía para el próximo concierto que no sería hasta diciembre, siendo que estábamos a finales de agosto en ese momento. La cuestione es que a Sean le parecía mejor hacernos practicar desde temprano, para no dejar ningún detalle a la deriva o estar apurados cerca de las fechas festivas, cuando se llevarían a cabo los conciertos. Se nos permitió tener un descanso de quince minutos tras una hora intensa de baile en la que sentí que moría. Los bailarines aprovecharon el tiempo para bajar a buscar algo para beber, mientras que mi representante, presente para vigilar cada práctica, se quedó solo conmigo. Le gustaba ser controlador en lo que a mi carrera correspondía, pero en lo personal lo conocía bastante y era una muy buena persona, apasionado por su trabajo. Incluso en una ocasión me comentó que tenía una pequeña banda cuando era joven, que fue de éxito local en los barrios donde creci. Por eso decidió formar parte del mundo de este millonario negocio.   Tratando de ser lo más discreta posible, me quedé mirando su corto cabello n***o que ya empezaba a tornarse gris, demostrando su camino a los cincuenta. Los llamativos ojos verdes con expresión cansada que llevaba —por supuesto que cómo no tenerlos si el hombre trabajaba treinta y cinco horas a la semana—, las cejas gruesas sin depilar, junto con facciones duras y expresiones marcadas por todo el rostro. La complexión robusta de su cuerpo lo hacía parecer más un guardaespaldas que un representante, si lo mirabas de reojo. Esa clase de cosas me hacían sentir segura cuando estaba cerca suyo. Él era, después de mi abuela, el único que podía calmarme, ya sea al tener pequeños e inusuales ataques de ansiedad en medio de las giras o tan solo tener un pequeño problema.   Por eso siempre lo consideré como un segundo padre.   —Sean. —llamé su atención, haciendo que sus ojos se alejaran de su celular para mirarme—. Hay algo que quiero preguntarte. —Claro, Aiti, lo que quieras.   Guardó su teléfono en el bolsillo de su elegante traje n***o, para acercarse a donde yo estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, y se puso en cuclillas frente a mí. Lo miré con una pequeña sonrisa, sintiendo pena por lo que iba a preguntar ya que es gracias también a su esfuerzo que estoy donde estoy; tan solo deseaba escuchar una respuesta real sabiendo que Sean era el único capaz de decirme las cosas sin rodeos o con miedo de mi reacción. Lo consideraba mi mejor confidente cada vez que me pasaba algo. Bajé la mirada, dando un corto suspiro antes de volver a mirarlo a sus intensos ojos.   —¿Y si dejo de cantar?   Esa duda lo tomó por sorpresa, ya que sus cejas se alzaron y se quedó en silencio por unos segundos, mirando al suelo como si estuviera meditando la respuesta. Escuché su fuerte inhalación luego de largos e incómodos segundos y cómo exhaló por la boca a continuación. No me atreví a mirarlo de nuevo a la cara por la vergüenza que me dio mi propia estúpida pregunta. No quería ser una desagradecida después de todo el tiempo que dedicó en mí, en mi carrera, en convertirme en alguien. Solo necesitaba un descanso, después de todo aún soy solo una niña que quiere una vida como la de cualquier otro.   —¿Puedo saber a qué se debe la pregunta? ¿Tienes algún problema, Aitana?   Suspiré nuevamente, pasando una mano por mi cabello n***o para desordenarlo, y me encogí de hombros. No podía mentirle, era demasiado bueno para hacerlo, además de ser consciente de que siempre intentaría protegerme y darme los mejores consejos.   —Estoy un poco... cansada de vivir entre giras, grabaciones y ensayos. La última vez que puse un pie en una escuela de verdad fue cuando tenía doce años. Creo que extraño un poco esa vida. —comenté con algo de tristeza.   Era la pura verdad, porque desde los trece años la única educación que recibí fue desde casa con buenos profesores en línea. Tenía cuatro horas de clase desde las ocho de la mañana hasta las doce del mediodía, luego mis tardes se basaban en los ensayos y si no llegaba tarde, en hacer las tareas pendientes durante la noche. Muchos dirán que no son grandes cosas, pero crecer sin amigos —porque la mayoría de las personas de mi edad eran fans— complicó bastante mi situación social. Mis "amigos famosos" no eran más que por falsedad o conveniencia, estaban igual o vacíos como yo, solo que ellos sí llenaban ese espacio con cosas caras, sexo y ese tipo de cosas. Solo tuve un verdadero mejor amigo de la escuela pública a la que me mandaron cuando me mudé. Eventualmente se fue también; me dejó de hablar de un día para otro. —Entiendo perfectamente por lo que estás pasando. —la voz ronca de Sean me devolvió a la realidad—. ¿Qué tal un pequeño descanso? Ya había hablado de esto con tu padre hace un tiempo y creemos que sería mejor para ti si terminas tu último año en la escuela secundaria, como cualquier otro adolescente. —esta vez fui yo la sorprendida por sus palabras—. El último concierto que harás no será hasta diciembre, no habrá más giras hasta las próximas vacaciones y así crearemos un poco de desesperación en los fans. Entonces venderemos más en el regreso, las palabras favoritas de Esteban. Ya que no hubo respuesta de mi parte, volteó a verme con una sonrisa plasmada en el rostro y alzó una ceja. —¿Qué te parece?   Al principio me pareció extraño que mi padre aceptara tan rápido conociendo su forma de ser. Poco después me di cuenta de que cuanto más esperaran los fans, más pelearían por comprar entradas, más estadios se llenarían y eso, claramente, equivaldría a mucho más dinero. Con Esteban nunca habría forma de hablar sin dinero o algo de valor sobre la mesa. Aún así traté de nunca culparlo por ello. Solíamos vivir en un apartamento donde apenas cabíamos ambos con una habitación que me pertenecía mientras él dormía en nuestro sofá cama. Eso duró un tiempo, desde que llegamos a Estados Unidos.   Finalmente abrí la boca, notablemente asombrada y cuando mi cerebro pudo reaccionar, solo atiné a asentir con un sentimiento de felicidad instalado en mí, junto con la euforia que me hizo abrazarlo con fuerza.   —Muchas gracias, Sean. —susurré, descansando mi barbilla en su hombro y continué sonriendo hasta que mis mejillas comenzaron a doler un poco.   Una leve caricia en mi cabello me hizo cerrar los ojos por un momento, después me estremecí al tener sus brazos apretando un poco contra su cuerpo, aceptando mi cálido abrazo.   —Quiero lo mejor para ti, Aitana. Nunca pienses que no.   Esas palabras me dejaron algo perpleja, creí que había un significado oculto en ellas. Lo ignoré por el momento, pensando que Sean sería incapaz de tener dobles intenciones conmigo, dado que solo teníamos una buena relación como padre e hija. Además de que no me interesaban las personas mayores y él ya tenía una amada esposa y dos hijos. Pronto me aparté con pequeños movimientos, volviendo a mi estado de ánimo eufórico anterior.   —Quiero dar un concierto antes de tomarme el descanso, como una forma de despedirme. No tiene que ser muy grande. —aclaré rápidamente, no podía ser pretenciosa ahora mismo.   Tuve la suerte de estar en una empresa como esta que no me exigía hasta exprimir cada gota de talento como lo hicieron muchos otros que solo conozco por esas horribles historias con sus empresas.   —Tienes suerte. ¿Te acuerdas de Lionel, mi hijo mayor? —asentí con la cabeza, recordando al amable primogénito de mi representante con el que hablé varias veces—. Está a punto de abrir un nuevo bar por aquí y me pidió que por favor fueras a cantar allí. Dijo estar dispuesto a pagar lo que sea. No me sorprendió la noticia, sabía que a Lionel le encantaban esos tipos de negocios y también su forma de cantar. Estuve estuve de acuerdo con la propuesta al instante.   —Claro, estaría encantado si mi último concierto fuera en su bar, y dile que el dinero no es un problema, no estoy realmente interesada. —hice un gesto despreocupado. Mi padre se encargaría de negociar con él lo del dinero, era su especialidad. —Lo que me interesa saber es, ¿cómo se llama el bar? —cuestioné con curiosidad.   —Lionel siempre ha sido un fanático de los signos del zodíaco, por eso lo llamó The Zodiac Club.   —The Zodiac Club. —repetí lo que dijo, ya que me había encantado el nombre.   Con una leve sonrisa, miré de nuevo a la cámara e incliné la espalda ligeramente hacia adelante, manteniendo los codos en las rodillas y las manos entrelazadas. Los recuerdos iban y venían en mi mente, mientras buscaba las palabras perfectas para decir lo siguiente.   —Había algo de lo que no tenía ni idea, y era que en ese club conocería a las personas que causaron una gran destrucción en toda mi vida...       
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