Aitana
—¡Te estoy diciendo que esto es lo que quiero! ¿Acaso no me escuchas?
Recuerdo perfectamente esa cena familiar, que lo único que tenía de "familiar" es que mi abuela Helena vino de visita del asilo donde mi padre la dejó tirada por su dura enfermedad: Alzheimer. No importaba si fuera un mal o buen día, cada sábado la visitaba porque parecía ser la única que la amaba de verdad, ya que sus otros tres hijos aunque les enviara boletos y ofreciera la enorme mansión donde vivíamos para hospedarse un tiempo, siempre inventaban una excusa.
—¡Esto arruinará por completo tu carrera, nena! Cuando tu preciado verano llegue, ya habrán tres adolescentes nuevas hambrientas de fama para reemplazarte. —mencionó mi padre, con el rostro rojo de la furia.
Claro, llevábamos ya media hora a reloj peleando por el mismo asunto: mi vida. Mi comentario de volver a la escuela en determinado momento, desencadenó una fuerte pelea que hasta ahora no llegaba a su fin siendo que ninguno de los dos estaba dispuesto a cambiar de idea. Eramos iguales en el sentido de la terquedad.
Mientras tanto, mi abuela en un costado de la mesa comía tranquila y con una pequeña sonrisa, sumida en su propio mundo, ajena a la situación. Por momento tenía envidia, solo por ello.
Lo miré a los ojos y lentamente me acerqué hasta sentarme a su lado, notando su expresión tanto cansada como furiosa, o algo más que no notaba porque él no era lo suficientemente seguro ni conmigo, que soy su propia hija, para contarme sus problemas que estaría dispuesta a escuchar.
—Eso es lo único que te importa, ¿cierto? La fama y el dinero que traiga a casa, no cómo me siento ni nada por el estilo porque eres demasiado 'macho' para hablar de cómo estoy. —me paré de la silla, apoyando mis manos sobre la mesa de roble—. Yo soy la que se parte la espalda por esta familia mientras tú solo disfrutas de los frutos, y estoy cansada. Ya cumplí dieciocho y parece que soy la única adulta aquí, así que empezaré a tomar mis propias decisiones.
Caminé hasta el otro extremo de la mesa, en la silla donde se encontraba mi abuela y dejé un suave beso en su cabeza para luego abrazarla con cariño.
—Desde el próximo lunes iré a la escuela como una persona normal, porque lo quiero y, además,porque tengo esto.
Saqué de mi bolsillo trasero un papel lleno de palabras complicadas que el abogado me entregó tras casi explicarme utilizando manzanas. Lo arrojé hasta donde estaba aún sentado mi padre, destacando mi buena puntería y lo tomó en sus manos.
—¿Qué es esto, Aitana? No juegues conmigo. —musitó con seriedad y abrió el papel, vi como sus ojos se movían a medida que lo leía.
—No soy yo la que juega, fuiste tú luego de unas copas con Sean y una apuesta. ¿Ni siquiera te molestaste en leer lo que te hizo firmar? Pudiste terminar vendiéndome a un cabaret.
Para resumir, el papel era una especie de autorización en la que mi padre me daba el permiso legal para que los bienes correspondidos a mí como la casa donde vivíamos o el dinero que gane desde ahora quedarán a mi nombre. Sean me dijo que se lo hizo firmar cuando casi no podía recordar su propio nombre, y me lo entregó tras nuestra charla en el estudio.
El cambio en su expresión de un momento a otro me dio entre gracia y lástima.
—Hija, esto es...
"Hija". Él solo me llamaba así cuando estaba realmente jodido, y justo ahora claro que lo estaba; su miserable existencia dependía de mí.
—No gastes una innecesaria cantidad de aire. —lo interrumpí ya cansada—. No te echaré a la calle ni nada, recibirás algo así como una mesada por mes para tus gastos, pero sí comenzaré a tomar mis decisiones que aceptarás sin rechistar porque ahora todo lo nuestro es solo mío.
Aclaré, sonriéndole con notoria falsedad y le susurré un "Buenas noches" —en español porque lamentablemente no entendía mucho inglés— a la mujer mayor en el oído junto a un beso en su mejilla, a lo que me sonrió.
—Además la abuela vivirá con nosotros porque estoy harta de verla en ese pozo de depresión que tú llamas asilo. —mencioné sin rodeos—. No te preocupes que no te la dejaré a cargo, no confío en ti, y ya conseguí a alguien experimentado.
—¡Aitana, es una completa locura lo que estás haciendo! ¿Quién murió y te hizo reina de esta casa para dar órdenes? Eres solo una niña.
Se acercó amenazante, creo que hasta dispuesto a golpearme por su puño apretado a medida que caminaba hacia mí y alcé el cuchillo filoso con el que se corta la carne en su dirección, a lo que mantuvo una prudente distancia.
—No hace falta que muera nadie para tomar lo que por derecho me pertenece. Tienes suerte de que haya sido piadosa y te dejara quedarte aquí, así que no la cagues, pendejo, o te tiro a la calle tal como lo hiciste con mi perro cuando era pequeña. ¿Lo recuerdas?
Claro que lo hacía, si por su estúpida alergia tuve que dejar a mi amado labrador llamado Rafael en un refugio de animales, junto al poco dinero que tenía ahorrado y una carta explicando mis razones para dejarlo ahí. Hasta el día de hoy lo llevo en mi corazón, era mi mejor amigo.
—Si deseas evitar que te pase lo mismo, calladito te ves más bonito.
Palmé con suavidad su mejilla derecha y clavé el cuchillo en el mantel, al lado de donde su mano se encontraba apoyada.
—Buenas noches, Esteban. Ya es hora de ir a la cama.
Solo escuché un montón de insultos provenientes de él que ignoré. Ayudé a mi abuela a subir las escaleras para dirigirnos a la habitación especialmente reservada para sus días de visita porque me gustaba que se quedara a dormir, así pasábamos más tiempo juntas.
A veces cuando las alucinaciones la atacaban, lo usaba como si fuera la escena de una película donde somos protagonistas y ella me contaba las cosas que le pasaron en diversos momentos de su vida, llamándome por muchos nombres de gente que ni conozco, pero estoy segura de que me encantaría hacerlo.
—No me gusta cuando discutes con Esteban, Alexa. Eso no le hará bien al pequeño que llevas dentro.
Detuve nuestra caminata abruptamente al escuchar lo que mi abuela iba murmurando y volteé la cabeza para mirarla con el ceño fruncido.
'Una de sus alucinaciones', pensé poniéndome curiosa de momento porque ¿quién era Alexa? ¿Quizá alguna de las ex novias de papá? ¿Una amiga íntima? O puede que...
No, imposible.
—¿De qué pequeño hablas... Helena? —cuestioné, cruzándome de brazos.
La mujer levantó la cabeza, fijando sus bonitos ojos marrones que heredé, aunque un poco más claros, en los míos y posicionó sus arrugadas manos sobre mi no tan plano vientre, pero no por un embarazo, eso jamás, sino por los deliciosos postres que solo ella sabe preparar con ese toque cariñoso que los hace tan especiales.
—Podrás engañar a mi hijo, pero a mí no. He tenido cuatro hijos y ya deduje que hay un cierto aroma peculiar cuando estás embarazada. Vas a tener un pequeño bebé, Ale. —anunció con una sonrisa y acarició con cariño mi vientre.
Fue imposible que mis ojos se llenaran de lágrimas en cuanto entendí, o creí entender, a quién se refería.
Hablaba era de mi madre. Alexa era su nombre.
Aquella persona a la que nunca conocí, que solo podía imaginar o dibujar como pensaba que sería, que deseé que viniera a buscarme a lo largo de mi infancia y a quien necesité en momentos cruciales.
Mi padre me negó saber incluso su nombre por el rencor que le guardaba; la causa era desconocida, al igual que su actual paradero.
Lo que él no quiso entender es que su odio no es mi odio, no lo compartimos porque no somos iguales en nada.ni siquiera estoy segura de si le tengo rencor o una pisca de amor. Lo único que sé de ella es que es la mujer que me abandonó por motivos de los que no tengo ni la más mínima idea.
—Él no será un buen padre ni aunque le paguen por ello. —dije con rencor, secando mis lágrimas con brusquedad.
Porque literalmente estoy pagándole para que sea mi padre.
Helena me miró con lástima y puso sus manos cálidas en mis mejillas, luego dio un reconfortante beso en mi frente tal como yo lo había hecho con ella minutos atrás.
—Lo sé, no lo culpes. Su padre tampoco fue el mejor ejemplo, así que... lo único que queda es aguantar, hija, porque las mujeres podemos resistirlo.
Negué con la cabeza ya más calmada y con suavidad tomé sus manos para alejarlas de mi rostro, teniendo algo en claro desde mi punto de vista.
—Una mujer fuerte y verdadera abandonaría a un hombre como él... con o sin su bebé.
Y tú elegiste que mejor sería sin mí.
—¿Que dijiste, niña? No te entendí.
Miré a la mujer mayor con una leve sonrisa y le hice una seña con la cabeza para que me acompañara, volviendo a caminar con los brazos entrelazados mientras continuaba contándome una historia que no tenía nada que ver con lo que estábamos hablando anteriormente; de eso se trata su enfermedad.
Lo único que hacía era tener mis oídos abiertos y asentir de vez en cuando. Sin embargo, mi cabeza se encontraba en otro lado.
—Nos vemos mañana si Dios quiere, Tanita. —se despidió de mí, en su corto momento de lucidez.
—Él tendrá que querer o iré al cielo a pelear para que te traiga de vuelta. —bromeé, escuchando una carcajada de su parte—. Duerme bien, abuelita, te amo.
Cerré la puerta y dirigí mi camino por el extenso pasillo hasta el final, donde estaba la puerta de mi habitación. Una vez dentro, trabé con el pestillo puesto, poniendo el peso de mi espalda contra la puerta y cerrando los ojos por un segundo tras la ajetreada noche.
En un ataque de locura, saqué una cajonera de mi mueble de objetos personales que estaba llena de papeles de folletos, fotos de conciertos, cartas de fans, etcétera; puras cosas de mi carrera. Todo quedó desparramado por el suelo hasta que encontré lo que tanto buscaba: una copia de mi acta de nacimiento.
Tenía todos los detalles importantes. El hospital, el día, la hora, mi nombre completo, lo que pesé al nacer e incluso aclaraba que fue por cesárea. Mi vista dio un repaso general de todos los datos hasta llegar al final, donde pedía los nombres completos de mis padres junto con sus firmas. Solo estaba el de Esteban, porque los de mi madre estaban en blanco.
Tomé un marcador y escribí "Alexa" en la parte que pedía el nombre de la madre, pensando que ahora sabía algo de la culpable de mi sufrimiento. Y aún así, quería más, siendo que la ambición fue hereditaria claramente, haciéndome querer darle un rostro también a la culpable.
—Te encontraré, y de una vez por todas saldaremos viejas deudas... querida madre.
—¿Todavía estás aquí luego de la bomba que acabo de tirarte? Supongo que curiosidad puede llegar a ser tan hereditaria como la enfermedad. —afirmé, asintiendo por mis propias palabras.
Me pasé las manos por el rostro, haciendo memoria de las horribles cosas que sucedieron en base a mi enferma curiosidad. Ahora, luego de un tiempo me di cuenta de que eso fue lo que me llevó a la situación actual en la que me encuentro. Además de mi impulsividad, claro.
—Si hago estos videos para ti, es porque yo también sentí esa necesidad de saber cosas acerca de mi madre y terminé en un muy mal camino. Es por eso que prefiero dejarte estos videos para que me conozcas, sepas cómo soy y la vida que tuve. —aclaré como si de verdad alguien estuviera frente a mí y no fuera solo la cámara—. No busco hacerme la víctima, solo quiero... que de verdad me conozcas. No como todos me conocen, siendo Aitana Lennox, sino como la verdadera Aitana.
Suspiré con pesadez, procediendo a tomar un largo trago del café que me había preparado. El café fue mi antojo más grande durante estos meses.
—Esa fue una pequeña introducción a mi vida de antes. Algo asquerosa, ¿no crees?—alcé una ceja con una mueca—. Te prometo que desde ahora empieza la verdadera historia de... cómo me destruyeron.