Capítulo 5

1014 Words
—    ¿Sabías que eso está mal? —Trató de recobrar su postura. Yo negué. —    No lo vuelvas a hacer o a la próxima te golpearé. Asentí y salí de la habitación sin más. Yo entendía todo. Había leído en el periódico que de esa manera habían terminado con la vida de una persona en una ciudad lejos de donde estábamos porque había hecho mucho daño. Entonces, yo pensé en mi situación y me di cuenta de que era algo parecido, de manera que, definitivamente decidí que era algo que yo mismo podía hacer. Ese día mi papá no me había dicho absolutamente nada más. En su cuello se veían algunas marcas, pero nada que hiciera a las personas de su alrededor alarmarse. Porque eso sí, él si podía dirigirse a la ciudad las veces que quisiera. Mientras yo, tenía que continuar encargándome de todo lo de la casa y sus alrededores. Al día siguiente, la misma señora que me había preguntado por mi cumpleaños, se quedó mirándome y sonrió. Yo nunca había sonreído de esa manera a otra persona que no fuera mi padre y apreté los labios en respuesta. Esperaba que ella entendiera que no lo hacía para evitar cualquier tipo de problema. Mis ojos se abrieron cuando ella comenzó a caminar hacia donde estaba y miré la casa, para asegurarme de que mi padre no estaba mirando en ningún momento. Para mi tranquilidad, recordé que estaba en la ciudad y que se demoraría algunas horas ya que estaba comprando las cosas que hacían falta en casa. Desde que yo había robado el dinero de él, nunca más había vuelto a ir. Al principio pensé que sería bueno porque sería una tarea que dejaría de hacer por un tiempo, pero luego tuve que encargarme de los animales que se acercaban a la casa y espantarlos. Muchas veces tuve que estar sin dormir porque algunos zorrillos estaban molestando y no dejaban de romper las bolsas de basura que teníamos en casa. —    Si esos estúpidos animales no se van, los tendré que envenenar. —    Ellos solo buscan comida —murmuré, mirando por la ventana. Solté un quejido cuando sentí que mi padre me jaló del cabello sin pensar en el dolor que me provocaba. —    Entonces encárgate de ellos. —    ¿De verdad? —    Si no quieres que mueran, sí. Con los animales yo no me consideraba una persona mala. Por el contrario, muchas veces quise tener una mascota, pero también sabía que no podría soportar que mi padre le diera el tipo de vida que yo tenía a un animal, que solo había llegado a traerme felicidad. Recordaba una vez que habían dejado un perrito pequeño abandonado frente a casa y yo le había dado algo de comida, mientras esperaba a que comenzaran a llegar los niños de las rutas escolares. Había decidido que sí yo no podía tener una vida tranquila, por lo menos, él sí. Ese día habían llegado más personas de las que esperaba y mis manos no dejaron de hormiguear durante el tiempo que estuve fuera. Según mis cuentas, mi padre tenía que levantarse alrededor de las diez de la mañana ya que no lo había escuchado en toda la madrugada. Apreté los ojos cuando recordé que se me había olvidado revisar si estaba en casa y ahora mis manos ya no solo hormigueaban, sino que, por el contrario, temblaban del temor que me provocaba que apareciera. La misma mujer apareció y me sonrió a lo lejos, a lo que yo traté de hacerlo también, pero estaba seguro de que una mueca estaba instaurada en mi rostro. Con cuidado de no hacerle daño al pequeño animal, lo levanté y se lo mostré, tratando de que entendiera que necesitaba que se lo llevara. Ella levantó las cejas y se señaló, a lo que asentí. Volví a mirar a la casa y no vi nada, así que comencé a correr a ella, para que lo tuviera en sus brazos. Cosa que logré en pocos segundos. —    Cuídelo… Gracias. —Tragué saliva. Ella miró el pequeño perro y asintió, con los ojos llorosos. Yo volví a correr hacia casa y allí, me dediqué a mis labores del día. Pude ver de reojo como la mujer le mostraba el pequeño animal a su hija y ésta sonreía emocionada. No estaba seguro si la señora sabía lo que sucedía en mi casa, pero le agradecía que no hubiesen hecho mucho ruido cuando se emocionaron las dos.  Porque si mi padre se daba cuenta de lo que había hecho, eran nuevamente, unos golpes bien asegurados y me sentía exhausto de todo aquello nuevamente. —    ¿Qué hacías fuera? La pregunta me tomó por sorpresa cuando entré a casa, y salté en mi lugar. —    ¿Señor? —    No quiero que salgas a esta hora. Hay muchas personas y pueden ser un dolor en el culo. —    No hice nada. —    Lo sé. Sólo quédate haciendo las cosas de la casa hasta que se vayan ellos. —    Entiendo. El hombre nuevamente se dirigió a su cuarto y exhalé, tranquilo. Había logrado mi cometido y no podía estar más feliz por ello. Todo ese día había estado tranquilo cumpliendo con mis deberes y para las nueve de la noche, ya me encontraba en mi cama, listo para dormir. Mis ojos se sentían pesados, cuando escuché las pisadas de mi padre y cómo la puerta de mi habitación se abría de par en par. Su mirada se dirigió hacia donde estaba y me tomó del brazo, para levantarme. —    ¿Qué es esto? No sabía de lo que hablaba, entonces voltee a mirar todo a mi alrededor, sin caer en cuenta. —    ¡Esto! Sus manos se dirigieron a un papel y una golosina que había con el mismo. Allí me daban las gracias por el animal que les había dado. Ese día no pude dormir. Los golpes que me propinó mi padre fueron los más fuertes que había recibido. Mucho más que los que me había dado el día que mató a mi madre.
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