Capítulo 3

2251 Words
Mis zapatillas deportivas tocan el pavimento de casa de mamá. Ella no sabe qué iba a llegar hoy de visita. Cuando abre la puerta una sonrisa se extiende por sus labios. Amo a mamá. Sus brazos me envuelven y me hacen olvidar lo que viví los últimos días desagradables. —No avisaste que venias —me lleva dentro de casa y me sienta en uno de los sofás de la sala de estar. —He estado en exámenes —miento. Me odio. —Lo entiendo. Siempre quiero que pongas primero a tus estudios —no, mamá. —Estaba por servir la comida, papá está por llegar. —Papá me dirá mis verdades. Es el único que lo hace. Solo espero que no sea tan severo conmigo, porque ahora necesito cariño no regaños.   Cuando llega papá, corro a sus brazos y lo tomo desprevenido. Cuando se da cuenta quien soy, me envuelve en un abrazo de oso. —Estaba pensando en recortar tus gastos para que vinieras. —Refunfuñé. —No era necesario, papi. He estado en semana de exámenes, es algo estresante. Lo siento. —Suspira. Lo he convencido, soy una odiosa hija. Necesito dejar de mentir, esto se me está haciendo muy habitual. -All Right. Pero al menos llama. Mamá estaba preocupada —caminamos a la cocina donde mamá ya tiene servido la comida. Nos sentamos y charlamos a cerca de la universidad y de su trabajo. —Creo que en la próxima semana te depositaré menos, hemos estado teniendo algunos problemas con unos cargamentos que no han llegado a Sydney. Pero solo será por unos días. Así que no gastes mucho, nena —toma mi mano para reconfortarme. Le respondí que no se preocupara, y que podría encontrar un trabajo a medio tiempo. Se negó rotundamente. Aunque tenía algunos ahorros, pero esos eran para imprevistos, y no quería tocarlos para nada. —Papá, confía en mí. —Lo hago. Pero no quiero que descuides tus estudios. —¿Tú que dados, mamá? —Ray no me parece mala idea, pero igual pienso en tus estudios, Mia. No quiero que bajen tus calificaciones y pierdas la beca. Estudio en la Universidad de Melbourne , por lo cual las universidades en Australia suelen ser caras. Melbourne es la capital costera del estado de Victoria en el sureste de Australia. Nos mudamos aquí hace 3 años, por trabajo de papá. La compañía lo transfirió. Comencé de cero y acepté estudiar Negocios y Economía. Aunque en realidad me apasiona escribir ciencia ficción. Pienso en la tarjeta que me dio Max en la galería de arte. No la deseché. Podría contactarlos y enviarles mis escritos para que puedan ser revisados y si son buenos para publicar. En estos días publicar un libro te deja dinero y es lo que necesito. —Ya pensaré en algo mamá. No se preocupen por mí. Estaré bien. *** Sostengo en mi mano la tarjeta blanca con letras intrínsecas color dorado. Parece ser una editorial cara. De las mejores. Busco en Google antes de enviar un correo. Es la mejor en la zona de Melbourne. Estoy indecisa, debido a que Max me la dio para aliviar el pecado de Miles, que, por otro lado. No sé de qué pecado podría liberarlo. Escribo el correo. Por obvias razones no responden inmediato. Cierro mi laptop y salgo por un café. Cuando estoy subiendo al elevador todo se mueve, y estuve a punto de caer sino me sostengo en la pared. ¿Qué rayos? Tomo respiraciones hasta que se me pasa. Cuando bajo al vestíbulo lo hago lento, tratando de calmarme. Recibo un mensaje de Susan, quiere verme. La cito en el café.   —Eres difícil de conseguir chica. —Reprende, pongo los ojos en blanco. —He querido que me acompañaras a una fiesta anoche —lleva gafas de sol, me he dado cuenta que tiene ojeras y parece que la noche estuvo buena, lleva puesta una bufanda con este calor. —He ido a visitar a mis padres. Regresé hoy. Susan es hija de un hombre de negocios. Su padre es ejecutivo de una empresa que transporta miel a todo Europa. No tiene necesidades de trabajar para tener dinero. Tiene una tarjeta sin límite. Niña mimada. —Entonces debes estar libre mañana. Quiero que me acompañes a hacer unas compras. —Pongo los ojos en blanco. —Sueles tardará demasiado para elegir ropa y zapatos —bufa. —Una mujer tiene que gastar lo que tenga en mano, chica. Y este dinero no se gasta solo.   Recibo un mensaje de Noah, pidiendo disculpas por si me incomodó lo de la otra vez. No respondo, debería bloquearlo y es lo que hago. No quiero a nadie molestándome. Le comento a Susan de lo que hizo Noah y ella refuta en cólera. —¿Lo ha hecho? ¿Cómo ha podido después de lo que te hizo? —Parece muy molesta. Es mi amiga, entiendo su cólera. No quiere dejar el pasado enterrado. Yo acabé con eso hace mucho tiempo. —Lo sé, guapa. Solo que no sé por qué ahora pide perdón. Es un idiota. No respondas sus mensajes ni llamadas. —Lo bloqueé. —Eso me parece genial. Sonríe, enseñando sus dientes.   Termino agotadísima de las compras, he visto un vestido plateado de lentejuelas, el cual quise comprar, pero recordé que iba a estar corta de gastos esta semana. Así que no lo compré. Miro el vestido en mi cama, Susan insistió en comprármelo, dijo que era un regalo. No le quise contar sobre los problemas financieros que iba a tener, porque se iba a ofrecer a darme un préstamo que no iba a aceptar. Quiere que asista a una fiesta mañana en la noche con ella, el fin del vestido. Estoy preparando mi cena, cuando un recuerdo me llega a la mente. Estoy comiendo dulces en la entrada de mi vieja casa en Kansas, llevo un vestido floreado. Un hombre alto vestido con una túnica negra está del otro lado de la calle, extiende su mano como queriendo alcanzarme y llama mi nombre. Inclino mi cabeza, tengo 7 años y todavía lo recuerdo. Me levanto y camino hacia él, estoy hipnotizada como si me atrajera para cruzar y alcanzarlo. Alguien agarra mis brazos y me tira al pasto. Un auto pasa cerca de mí, sonando el claxon. Me he raspado los codos y arden mucho. —¿En qué estabas pensando? —Mamá grita. Estoy desorientada. La miro sin entender. —Estuviste a punto de ser atropellada. ¿Por qué cruzarías la calle? Mia sabes que no debes cruzar la calle sin un adulto. Mamá empieza a llorar. La sigo mirando no entendiendo la escena que acabo de presenciar. Restándole importancia a que pude ser atropellada hace unos momentos. —¿Por qué querías cruzar? —Había un hombre vestido de n***o que me llamaba. Mamá mira hacia el otro lado de la calle, no hay nadie. Parpadeo varias veces, creyendo que fue mi ilusión. Del otro lado de la calle no hay nadie.   Salgo de mi trance, y en mi desconcierto corto mi dedo con el cuchillo. Había sangre, abundante. Lavo el dedo y enrollo con una toalla, presiono hasta que deja de sangrar. Pienso en el recuerdo que he tenido hace unos momentos, no recordaba eso. Debería de preguntar a mamá la próxima vez que vaya a casa. No recuerdo tener un vestido floreado, o lo he olvidado absolutamente todo. En todo caso, no recuerdo mi infancia. Aunque al principio me pareció raro no recordar nada, pero creo que la mayoría no lo hace a una edad adulta. Los humanos solo guardamos recuerdos que nos creen servir en un futuro, y desechamos lo que no sirve. Basura. Un recuerdo basura, eso fue lo que recordé. Esa noche tengo una pesadilla. Estoy tomando clases en la preparatoria, cuando miro por la ventana, veo a un extraño mirándome, pienso que está mirando a otra persona, pero miro alrededor y todos están concentrados en la clase. Es una chica de cabello rojo, va vestida de n***o, extiende su mano hacia mí. Leo en sus labios mi nombre. Está llamándome. Mi cuerpo reacciona a su llamada, quiere ir con ella. Me levanto de mi silla, nadie parece tomarme importancia. Me acerco a la ventana, mi cuerpo quiere ir allí no importa qué. Mi mano golpea el vidrio, no cede. Todos están concentrados en la clase, no les importa que intente romper el vidrio. Golpeo más fuerte, ahora lo hago con las dos manos. Puños con fuerza y dureza hasta que una grieta se forma en la ventana, sigo golpeando. Golpeo y golpeo hasta que mis puños sangran, ella está esperándome del otro lado. Quiero ir con ella. El vidrio cede y se rompe. Con mis manos quito los pedazos, cortándome en el intento, pero no siento dolor. Me subo a una silla y salgo en su busca. Mi clase sigue inmerja en escuchar al profesor. Cuando toco tierra, por mis piernas suben serpientes, están por todo mi cuerpo, pero eso no me impide seguir caminando, en el transcurso las aplasto y ellas me pican. No hay dolor, se enrollan en mi cuello, una pitón está ahorcándome. La chica pelirroja sigue con la mano extendida, me falta poco. Las serpientes me hacen caer, y me arrastro, no puedo respirar, están matándome. Me levanto ahogándome. No puedo respirar, toso y trato de tomar bocanadas de aire, pudiendo así controlarme. Toco mi cuello, duele, se siente tan real. Me levanto de la cama y voy al baño, me miro en el espejo. Siento mi bilis en la garganta. Mi mano está temblando cuando recorre la marca en mi cuello. Está rojo y se muestra la marca de como si me hubieran ahorcado. Estoy siendo paranoica. Voy a la cocina y preparo un té. Repaso el sueño en mi cabeza, se sintió tan real a como lo han sido las demás pesadillas. Pero este ha sido más real que todos. Tengo miedo de dormir, así que voy a la sala y enciendo el televisor. No me doy cuenta cuando me quedo dormida, hasta que suena mi alarma. Es hora de ir a clases. Me meto a bañar y me miro al espejo. La marca ha desaparecido. Eso me deja atónita. Anoche, yo misma la había visto. Pudiera que la imaginé, estaba todavía sonámbula. Descarto la idea y despabilo mis pensamientos.   *** Las cosas se ponen interesantes cuando llego a la universidad y me encuentro a un chico que me entrega una nota. Cuando la abro, mis piernas flaquean. La nota dice: “NOS PERTENECES. ES HORA DE QUE VUELVAS A CASA ” Miro desconcertada la nota, no vislumbro al chico que me la entregó por ningún lado. ¿Qué tipo de broma es esta? Estoy por caerme, cuando unas manos me sostienen. —¿Te encuentras bien? Es Miles. Nauseas me atacan, pero no estoy cerca del baño. Otro mareo viene y casi caigo de no ser por Miles que me sostiene en sus brazos. —Te ves muy pálida. Estás fría. ¿Seguras que estas bien? En otra ocasión le hubiera respondido sarcásticamente. Pero no tenía fuerzas. —Siéntate aquí, —me llevó a unas sillas que estaban a nuestro lado. —Creo que deberías dejarme aquí —respondo débilmente. —No puedo hacer eso —rezonga. —Creo que ya estoy mejor. -No lo creo. Debería llevarte al consultorio. Te ves muy mal, estás muy fría. Sacudo la cabeza. —No es necesario. Intento levantarme y cuando eso sucede caigo de bruces con el suelo. —Mierda. Miles me levanta y carga en brazos. Estoy delirando, me siento agotadísima, mi lengua se siente pastosa. No tengo fuerzas para hablar. —Tendré que llevarte yo mismo. Pierdo el conocimiento.   Estoy en la nieve descalza, llevo un vestido blanco, mi cabello está suelto y estoy muriendo de frío. No hay abrigo, solo el fino vestido transparente. Hay marcas en la nieve de pies humanos, necesito buscar ayuda. Así que sigo las huellas. Tiritando en todo el camino, abrigándome con mis brazos para darme calor. Llevo caminando más de 3 metros y caigo en la nieve, no puedo seguir. Voy a morir aquí. —Mia —hay eco en la nada. No hay nadie. Me levanto y sigo caminando. En el transcurso van apareciendo manchas de sangre. Temo por lo que voy a encontrar, ralentizo mi caminata, temiendo lo peor. Las manchas son más abundantes. Sea quien haya perdido sangre, ya debería estar muerto. Todo mi cuerpo está temblando cuando encuentro el dueño de la sangre y de las huellas. Ahogo un grito en mi garganta y el sujeto se da cuenta. Mira a donde me encuentro. En la nieve hay un venado con estomago abierto. Las tripas están fuera, a su lado hay un hombre desnudo que está comiéndose el hígado del animal. Tiene sangre en toda la boca y cuerpo. Sus ojos son negros y me miran con hambre, hace un ruido chillón que me hacen cubrir los oídos, abre la boca mostrándome sus colmillos. Deja el hígado restándole importancia y corre hacia mi como si fuera un lobo. Me despierto sudorosa y gritando. A mi lado se encuentra Miles y sostiene mi mano. —Está todo bien. No te preocupes. —Sostengo su mano tan fuerte que creo poder quebrarla. Mis labios se abren en un intento de decir algo, pero no sale nada. Estoy paralizada. -¿Me escuchas? —Está en shock, parálisis posiblemente —escucho una voz de una mujer. Trae una bata blanca, estoy en el consultorio de la Universidad. —Se le va a pasar, no te preocupes. El veneno todavía sigue en su sistema, hay que dejarlo salir. Llevará unas horas. Quiero hablar, preguntarle de qué veneno habla, pero nada sale de mi boca. —Estaré aquí cuidándola, entonces. -All Right. Saldré un rato. —¿Me escuchas, Mia? —Cierro los ojos para decirle que sí. —Estarás bien. Al parecer la serpiente que te picó no era tan mortal. La doctora te inyectó una dosis para contrarrestarla y que salga de tu sistema. Estarás bien. ¿Serpiente? ¿De qué está hablando? —¿En dónde encontraste una serpiente? Si no hubiera sido que te encontré. Posiblemente no estaríamos aquí y quién sabe dónde. Sacude su cabeza. —No me gusta pensar en esa idea, Mia. Lo siento por todo —besa mis nudillos. Mi respiración se atasca en mi garganta. Me siento cansada. Quiero dormir y es lo que hago. Antes de cerrar los ojos, lo último que escucho es decir a Miles que me quiere.
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