PREFACIO

4056 Words
Prefacio Katherine, soñó. Soñó, eso sí al menos podía decirse que alguien en su condición podía hacerlo. Estaba en la puerta de su casa, pero se sentía pequeña, como si fuera Alicia en el país de las maravillas, demasiado pequeña y la puerta muy alta y pesada como para abrirla, de un momento a otro no quiso abrirla, tenía miedo, tan solo sentía que no quería, que no podría, que no debía hacerlo. Debía regresar, pero no sabía a dónde, no creyó ideal regresarse y le resultó más sabio quedarse allí. Con prontitud, la espesa niebla comenzó a ascender desde sus pies, hasta cubrirla por completo. No entendía, cómo, ni por qué estaba allí, no sabía si era un sueño o una pesadilla, sintió que, entre la niebla densa, la llamaban “ángel”, esa voz, sentía que conocía esa voz y su corazón comenzó a latir con mayor fuerza, hasta retumbar en sus oídos, cerró los ojos con fuerza y sintió un beso en su rostro, luego alguien sujetaba su mano, trazando suaves círculos en el dorso de la misma. ¿Quién la llamaba? ¿Quién la sostenía? Su cuerpo era algo etéreo, ingrávido y sin forma. Tal vez, era su alma. Ya no sentía temor. Te amo… Una decisión rebelde Era febrero, y ya el calor comenzaba a hacerse notar en la ciudad, aun así, nada tenía que ver el mes con el clima o lo que se iba a suscitar en ese momento con el mes. Las cosas muchas veces, o en su mayoría suceden como no te las esperas, eso parecía ser una de las tantas leyes del universo, que ese día se cumpliría. —No. No estoy segura, y no pienso dar marcha atrás ––Katherine dijo negada a reconocer que tomó una decisión por rebeldía. Ana Collins, calló con la mirada puesta en la única persona que quería, como si fuera su hija. Recordando como la mujer que ayudaba a vestir y arreglar para su matrimonio, había llegado con apenas dos meses de nacida a esa enorme casa, con aquellos grandes ojos grises y espesas pestañas, la piel pálida y mejillas sonrosadas. En aquel entonces, supo que de ella dependía en parte, la felicidad de aquella pequeña niña con cabellos de camomila, cuyo destino estuvo regido, por la apatía de alguien que era carne de su carne y sangre de su sangre. A medida que crecía, Katherine, trató de ganarse el amor de Guillermo Deveraux, pero todo intento fue fallido, hasta que, en un modo de responder al injustificado desamor de su padre, se volvió intransigente, rebelde, osada y toda llena de irreverencia con toques soberbios. Mientras que, Anna Collins utilizaba cada momento para acercarlos y cuando estos acababan en fracasos, pues lo justificaba como: cosas de hombres. —A ellos les es más difícil mostrar sus sentimientos. —Esa había sido una de las tantas razones infaustas que la mujer le dijera. Que descolocado y absurdo resultaba ese comentario. —A veces… dudo que me quiera Anna. ¿Sabes que eres esa madre que la vida me quitó? De no ser por ti, no sé cómo sería mi vida —rememoró las palabras de Katherine el día de su cumpleaños número quince. Ese día había dicho lo único que se le ocurrió, para aliviar el corazón de la joven, más no importaba la cantidad de veces que se le dijera, que su padre la amaba, ella no lo creería si aquella frase no venía de su padre. Anna Collins lo sabía. Aquel hombre de aspecto algo frío y sombrío, no era tan afectivo. No obstante, si había algo cierto era el amor que sentía por, Katherine. Ella conocía su secreto. Y era cierto. Pudo observar en más de una ocasión la devoción con que miraba a su hija cuando era pequeña, sobre todo cuando veía como la sobreprotegía, a veces excedía sus intentos de esconder cuánto la amaba. Pero, ¿por qué no podía demostrarlo? ¿A qué le temía Guillermo Deveraux? Era un hombre joven, alto y apuesto, de contextura delgada, ojos grises duros como la plata sólida, su carácter no era tan dócil y su hija se parecía mucho más a él de lo que imaginaban, ambos eran tercos, orgullosos e impositivos, era en esos momentos cuando más se parecían y suponía que era lo que los llevaba a enfrentarse siempre A sus cuarenta y dos años seguía conservándose muy guapo, se ejercitaba poco, al menos tres veces a la semana con un entrenador particular que iba a domicilio, también había tenido amoríos esporádicos, que terminaban del mismo modo en que empezaban. Esto generó muchas más fricciones en la relación con su hija, sobre todo cuando alguna de ellas era tan fútil, que solo esperaban convertirse en la esposa, dueña y señora no solo de Guillermo sino también de lo que representaba. Ana Collins, siempre supo que la rebeldía de Katherine, no era más que la respuesta a la actitud un poco mezquina, de su padre al no tomar en cuenta la opinión de su hija, considerando que su vida privada no tenía por qué depender de lo que pareciera o no a Katherine. Cuando se ofreció de niñera e institutriz, de Katherine Deveraux había enviudado un año antes y no creyó posible ser capaz de sentir sentimiento efervescente aflorar en su piel. Ella había amado mucho a su difunto esposo, aunque era joven, solo tenía veintitrés años cuando todo aquello ocurrió. Se había graduado de maestra a los veintidós años y aún no ejercía. Con lo que vio la oportunidad de comenzar de nuevo, haciéndose cargo de la recién nacida hija de Guillermo Deveraux. Pero no siempre lo que se piensa es lo que se hace o lo que el destino tiene preparado para uno. *** —Señorita Collins…. —Anna. Le he dicho que me diga, Ana —lo interrumpió, con impaciencia. —Prefiero, referirme a usted como es debido ––recalcó él, mirándola con determinación—. Debo encargarme de los negocios si es que quiere seguir usted trabajando para mi hija y poder darle continuidad a la excelsa vida de princesa que se da mi hija. —Su hija. Vaya, se ha acordado que tiene una —Anna, estaba perdiendo la paciencia, aunque eso no era algo nuevo. —No sea insolente —dijo con aspereza. —Y usted tan enervante, troglodita y obtuso. ¿Cree que el status social y económico es lo que necesita su hija? —Dijo ella mirándolo con desdén—. Pues permítame el señor, decirle que no se puede estar más equivocado en esta vida y en la otra —dijo ella esta vez alzando la voz, pero sin alterarse, mientras movía sus manos. En otra época, Guillermo Deveraux hubiera sonreído, por el drama que ella siempre le hacía, a las discusiones referidas a Katherine. En otra época. Anna, siempre vivía enfrentándosele, eso lo admiraba de ella, podía defender los intereses de su hija con fervor, no le importaba el dinero, ni podía intimidarla con facilidad. Era tan hermosa, con su larga y espesa cabellera negra y los ojos negros profundos e inquisitivos, unas curvas peligrosas que modelaban su hermosa e imponente figura cual diosa y su piel. ¡Dios! su hermosa piel blanca y terza. —Usted no quiere entender, que su hija lo que necesita es un padre…. No un banco —ella enfatizo con desdén. Se deshizo de todos los buenos atributos de la institutriz de su pequeña hija antes de retomar la conversación. En todo caso era difícil una conversación entre ellos, a lo que él seguía etiquetando como «decisiones». —Usted, está aquí para ayudar con Katherine, no para decirme como debo ejercer mi rol de padre —dijo él con severidad, convirtiendo sus labios en una potente línea recta. Ella sabía que se estaba conteniendo porque su mandíbula ahora se mostraba rígida y presionada. —Tiene usted razón en lo primero y para darle una buena vida a su hija y la sensación de seguridad y estabilidad emocional, así como saberse querida debo hacer lo que sea necesario, más le recuerdo que ella perdió a su madre y al parecer a su padre también. Con lo que me pregunto… ¿Qué le parecería eso a su esposa? —con ese último comentario salió del enorme estudio. Que hombre tan terco… había pensado la nana, en aquel entonces. Y ahora mientras ayudaba a Katherine a terminar de arreglarse para su nuevo paso en la vida, seguía pensando igual. Estaba dejando a su hija, arrojarse a lo que no estaba preparada. También podía estar probando sus límites, esperando a que ella desistiera de la idea. Pero si había algo innegable es que ambos eran demasiado tozudos —¡Oh! Katherine, estás… hermosa —una lágrima rodó por su mejilla. —¡Gracias, Anna! ––Katherine, respiró con pesadumbre––. Hubiera querido que fuera diferente, creo que aún sigo esperando que algo mejor suceda. Pero hace mucho aprendí que, con él, las cosas no son como lo espero o como debería ser ––añadió sin dejar de mirar su imagen en el espejo. —Tal vez, si detienes esto… le pides más tiempo a tu prometido —aquella palabra le erizó la piel— vivan el noviazgo, aunque sea unos meses, demuéstrale a tu padre que esto no es un simple capricho tuyo. Piénsalo, Katherine de ese modo podrían conocerse mejor, al menos acabar sintiendo afinidad o simpatía. ––Esto no es un capricho. Es el paso a mi independencia. Hasta hace unas horas esperé, Anna. Ya me cansé ––se mostró inflexible––. No hay nada que digas, que me haga cambiar de idea. Solo será el tiempo necesario y… ––Anna, la interrumpió. ––Y nada. Si sientes que no estás haciéndolo por las razones correctas… entonces no entiendo tu empecinamiento en continuar con este absurdo ––agregó abogando a la razón de la muchacha. ––No veas esto como… una decisión final de lo que quiero en mi vida, es solo un mecanismo que utilizaré para desligarme de mi padre. Dudo que le importe lo que haga con mi vida, no se opuso con demasiada resistencia. ––Y sabes de sobremanera lo que pienso al respecto, debes dejar de actuar por impulso y llevarte más por la razón. Sé que no ha sido fácil para ti, que la relación con tu padre en lugar de mejorar ha ido en deterioro, pero… no es él quien te obliga a tomar esta decisión, y no es motivo suficiente para que te cases con premura. Y casi que con cualquiera —acotó la nana con parsimonia. —No lo hago porque él me obligue o no, tampoco sé si estoy cambiando un infierno por otro, Daniel no es tan mala persona y a pesar de todo ha sabido ser una especie de… amigo. Anna, sé que tienes razón, pero no daré marcha atrás —dijo convencida de su decisión—, papá, no ha sido jamás mi padre. —Eso no es indicador fehaciente de que él no te quiera. Si lo ves de otro modo, tú lo quieres y aun así tiendes a discrepar de sus decisiones cada tanto —le indicó la nana. Katherine, la miró a través de espejo con resignación y sin discernir con ella. En su interior se reprochaba la decisión tomada. Pero aún más, era humillante reconocer que no había sido muy inteligente y locuaz. Todo por culpa del tonto orgullo. Si era verdad que no se sentía cómoda con su decisión, en ese instante cuestionaba más que nunca el amor de su padre. —¿Si me quisiera, no hubiera cambiado desde antes? Si me quisiera, estuviera aquí tratando de convencerme de que esto es un dislate y no tú como siempre. Él me odia, aun no sé porque no me abandonó, no entiendo como mi madre pudo enamorarse de alguien tan egoísta como él, te juro que a veces quisiera odiarlo.  ¿Peor aún cómo tú misma te estás haciendo esto? Se reprendió en la mente. —No hables así. Es tu padre y a su manera te ama, Katherine —Anna, reprendió su actitud. —¡Oh! Sí, me olvidaba del gran amor que me profesa Guillermo “el justo” —mencionó con sarcasmo. —Usar el sarcasmo no te exime de culpa por esta decisión tan desafortunada. —Anna, deberías darme aliciente, no echarle más leña al fuego —protestó ella. —Si no te lo digo yo. ¿Entonces, quién? Ella ignoró todo comentario de su nana, e intentó ver los puntos a su favor. —La verdad. Daniel no se ve tan mal ¿Cierto? —Dijo tratando de no sentirse mal por lo que estaba a punto de hacer—. Tampoco es que sea un psicópata o asesino serial, es un mujeriego, ladino. Además, no estoy enamorada y quien quita y terminemos siendo buenos amigos. Anna, la miró renuente. Le entregó un ramo de calas, blancas y puras. Se veía hermosa y sintió deseos de llorar, hubiera querido verla casada por amor y no por rebeldía y orgullo. Después de los dieciséis, Katherine se había hecho del apodo de, la rebelde e irreverente, Katherine Deveraux. Todos compadecían al padre por tan atolondrada hija, que lo tenía siempre con el alma en un hilo. Dos veces había huido de casa, por desgracia para ella y por fortuna para Anna Collins, su padre había dado con ella las dos veces. La última vez la había localizado trabajando en una zapatería, en otra ciudad a cinco horas de donde vivían. Amenazó con demandar al empleador, por violar la ley y darle trabajo a un menor de edad, sin permiso de su padre. Aquello la había apenado de muerte a Dios gracias, no volvería a ver a su jefe, ni compañeros. Esa vez hasta sus amigos salieron crucificados, pues su padre les había prohibido volver a verse, sobre todo porque siempre ellos acababan avalando cada travesura de su hija. Pero ella siempre le veía lo bueno a todo, aunque no tuviera pies ni cabezas, eso mismo hacía cuando pensaba que dependiendo de la perspectiva con la que se mirase el cristal, Daniel Gossec no produciría un gran reto, estaba visto que aun con su arrogancia y lo odioso que podía llegar a ser en algunos momentos, se llevaban bien. No había porque enamorarse, por muy irónico que pareciera en esos momentos no estaba buscando enamorarse, no estaba queriendo alcanzar el amor, solo quería alejarse. Lo que había oído de él, no había sido nada positivo, era catalogado de mujeriego, trovador, conquistador y despreocupado. Aparte le llevaba cuatro años más, había vivido fuera del estado por algunos años y no mantenía una relación seria con alguien en particular. Más no podía juzgar, que fuera engreído, inconstante y algo inconsciente, ella tenía de todo eso también. No sabía si el ser así, fue su decisión o una especie escudo contra los demás, como ella lo utilizaba algunas veces. Recordó como durante aquella fiesta en su casa, solo escuchó rumores de quien se trataba y él seguía altivo y exudando arrogancia, como si el mundo alrededor le diera igual. No perdió su tiempo en ensimismamientos, pero era obvio que él tenía otros planes en mente y uno de ellos fue el que para ella en un principio le pareció, una soberana locura. Había ido hasta el pequeño rosal del jardín, a escapar de la bulla y la música pero, sobre todo; de los que pretendían pasearla por el salón con la excusa de bailar. Sus pies estaban tan cansados de bailar, como ella de fingir ser la recatada y bien portada, Katherine Deveraux. Todo por culpa de la complaciente novia de turno de su padre. La muy pagada de si, decidió organizar en la casa una fiesta de beneficencia y recaudar fondos para una de las organizaciones sociales que su padre apoyaba y así ella sentirse un poco más dueña y señora de la casa, Deveraux. Recordó aquella noche, sobre todo por esa proposición descabellada. *** —¿Por qué tan sola señorita? —Aquella voz ladina y seductora la sobresaltó. —Tal vez se deba a que deseo estar sola, ¿no te parece? —Respondió ella con altivez. —Um… y privar a los invitados de tan hermoso rostro —dijo este situándose frente a ella. ¡Argh! Hombre tenía que ser éste. —Te aseguro que hay rostros más hermosos que admirar allí dentro —lo miró con desdén—. Si ya acabaste con tus vacías palabras de conquistador, te aconsejo que des media vuelta y te multipliques por cero. Extínguete, esfúmate, desaparece. —Así que es cierto, lo que dicen las malas y no tan malas lenguas del pueblo —él rió, dando un paso atrás con las manos en los bolsillos de su pantalón. Katherine le devolvió la mirada altiva y respiró mirándolo con indiferencia. —¿Y qué es lo que ha oído el señor sobre mi persona? —Dijo ella mientras caminaba a su alrededor, hasta volver a detenerse a su lado. —Creo que no te han hecho justicia Katherine Deveraux… eres soberbia, altanera e irreverente, pero a alguien tan hermoso podría eso no perjudicarla en nada ser indomable. —¡Oh! ¿Y eso dicen o… es tu perspectiva? —Es un poco de todo me parece… —repuso él con franqueza—. El punto es, si es eso lo que permitirás que conozca de ti o me mostraras tu interior, Katherine. —Ja. —Bufó ella—. Ni que fueras Dios. Además, no veo porque piensas que lo que muestro no sea mi esencia. Has coincidido en algo, soy indomable. —¿Y quién ha dicho que quiero domarte? —Ella lo miró con severa desconfianza––. Sé que no eres tan espinosa pequeña rosa, todo este sarcasmo y desdén es para alejar a las personas, pero al abrir tus pétalos eres tal cual como una rosa de sedosa y perfumada ––él jugueteó con estúpidas palabras que hasta le hicieron sentirse como un idiota. Ella aplaudió entre risas socarronas. —¡Qué patético eres! ¿Ese discurso lo usas muy a menudo o es solo para que caigan rendidas a tus pies? Perdón, pero te ves demasiado ridículo. —No, —dijo él sin inmutarse—. Suelo usar la persuasión muy pocas veces, por lo general mis presas están mucho menos altivas y más dispuestas a ser conquistadas o en tal caso a conquistarme. Ella torció la mirada. —Juro que vomitaré como sigas de petulante y arrogante. Según tú, todas se mueren por estar en tu presencia. ¿Por ser parte de tu retorcida manera de amar o por formar parte de tu extenso repertorio? —Se detuvo e hizo una reverencia ante él con pretensión de burlarse. —¡Oh su gracia! —Se burló. Esta sería una presa difícil de cazar, pero no imposible. La joven era hermosa, tenía ese sarcasmo adicional que le indicaba que los ratos con ella serían muy agradables y aunque odiaba las confrontaciones, podía tolerarla solo por tener alguien que le debatiera por un rato. —Vaya, entonces… somos dos mi hermosa rosa, por algo dicen que uno como nosotros reconoce a otro cuando lo ve —dijo él respondiendo a su displicencia. Resopló ella en impaciencia. —No me ofenden tus palabras, tanto como tú presencia me molesta —replicó. El sonrío y algo dentro de Katherine se tambaleó. Maldito arrogante, sonríe como si supiera algo que el resto ni imagina. El hizo una pausa y la miró suspicaz antes de continuar—: He oído que al parecer no eres muy feliz en tu palacio, princesa —su mirada intensa, como si buscara hurgar dentro de su alma o su mente lo que no decía en palabras. Pero ella lo rechazó una vez más—: Deja de prestar atención a los runrunes, lo mismo podría objetar de ti, si me dejara guiar por: lo que dicen por ahí. —¡Ah, eso! —Dio un trago a su bebida—. Dicen muchas cosas, unas ciertas, otras por causa de una mala fama. Solo eso. Y ella estaba muy mal informada sobre él, pero al menos no era un total desconocido. —Si tú lo dices... —ella dejó caer los hombros y volvió a su asiento. —¿Lo que dicen de tu felicidad aquí es cierto o falso? —Inquirió él. Katherine soltó un respiro —¿De verdad importa? —Lo miró altiva—. No es como si fuéramos a ser amigos o algo posible, ¿o sí? —Si de mí depende... —hizo una pausa mientras sonrió—. Quizá surja una relación a conveniencia o diplomática si prefieres llamarle de ese modo. Ella frunció su ceño, sin comprender a que se refería y se lo hizo saber—: No creo eso posible... tú y yo jamás tendremos un acuerdo diplomático, ni de conveniencia, ni de nada. ––negó ella con la cabeza sonriendo con amargura. —Nunca digas nunca. —No dije nunca, dije jamás —puntualizó. —¿No es acaso un sinónimo de nunca? —Le objetó él. —Nos vamos a poner gramaticales y lingüistas —bufó ella. —No. Vamos a ponernos cómodos —él se sentó a su lado. Katherine, trató de ignorarlo, pero el condenado olía a gloria, a Hugo Boss, y con su garbo, esos ojos azules y ese color de piel... ¡Argh! descarado y seductor.... Tuvo que hacer uso de todo su sarcasmo y su genio para aislarse y aislarlo a él. —No habrá nada escabroso.... —tan sumida estaba en el intento de aislarlo que lo que nunca pensó escuchar del muy descarado la hizo volver a enfocarse en él—. Nos casaremos. —¿Qué? ––Dijo mirándolo iracunda. —Nos casaremos... no me dirás que, casándonos no se nos acabarían los problemas. —¡Argh! eres en verdad un inconsciente, Daniel Gossec. El colmo del desatino. Eres un idiota, un barbaján —dijo levantándose y dando vuelta para encararlo mientras él seguía sentado— ¿Este es tu nada escabroso? ¿Te has vuelto loco? A duras penas te estoy recién conociendo y me estás proponiendo matrimonio. ¿En qué cabeza cabe que yo o cualquier mujer con sus cinco sentidos funcionales aceptará a alguien con tu reputación? Daniel la miró disfrutando la perorata de la joven y admirando su altivez, algo muy dentro le decía, que estaba queriendo surcar arenas movedizas con una mujer como Katherine Deveraux, pero eso mismo lo excitaba, ya amaba de por sí su manera de pensar y de imponerse. Él se irguió en su asiento y aclaró la garganta para detener la oratoria de la muchacha. —No te estoy sentenciando a muerte, Katherine. —Pues como si lo estuvieras —bramó ella. —¿Aceptarías, si te prometo un convenio justo? —¿De cuándo acá hacer trato con el Diablo es justo para el contrario? —Se bufó ella. —No soy el diablo, Katherine... —Demonios, el nombre en su boca se oía demasiado bien, era como si logrará estremecer sus cimientos—, claro que tampoco, soy un ángel —dijo levantándose y quedando frente a ella, miró sus ojos y un escalofrío recorrió su cuerpo. Ella negó con la cabeza. —No hay manera de que yo... —él la silenció. —Dejaré que lo pienses bien. Tal vez, consultarlo con la almohada —ella lo miraba aún como un espécimen raro y ofuscada por su poco tacto. —Debo reconocer que no ha sido muy elegante la proposición, pero aunado a que no eres muy feliz en tu torre y yo necesito casarme antes de pasar mis veinticinco, por intereses personales, no me parece tan escabroso. Además, puede que tu padre reaccione y se dé cuenta de lo que tiene antes de perderlo. Truhan. ¿Cómo puede proponerle eso, como sabía que su punto débil era el poco afecto que su padre le profesaba?
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