El regreso a casa. 1

3828 Words
El clima invernal de Nueva York era algo que no iba a extrañar, odiaba el frío tanto como odiaba los sabores amargos, los momentos de confrontación y los gritos estridentes de las discusiones, después de toda su experiencia vivida procuraba mantener su vida en lejos de las peleas, Victoria prefería un vaso con jugo para acompañar una buena comida antes que el sabor de un vino, el café estaba fuera de su dieta a no ser que tuviera mucha leche y estuviera correctamente endulzado, siempre había sido cautelosa a la hora de probar nuevas cosas y se dejaba llevar la mayor parte del tiempo por sus presentimientos, salvo que en los últimos años esos presentimientos no habían sido muy acertados, sobre todo en el tema del amor. Mientras esperaba su equipaje en la cinta transportadora, Victoria reflexionó sobre cómo su experiencia en Nueva York la había llevado a apreciar una gama más amplia experiencias y había sido gratificante mantenerse lo más alejada posible de los momentos amargos en su ya inexistente relación con Dylan, al principio se negaba a creer que él estuviera obsesionado con mantenerla a la fuerza a su lado sin importarle que él mismo ya tuviera otra relación andando, sabía eso por la propia boca del hombre y no porque a ella le interesara su vida. A pesar de la distancia geográfica, las llamadas telefónicas y los correos electrónicos de Dylan la habían perseguido durante su estancia en la gran ciudad, no podía entender cómo alguien podía obsesionarse de tal manera con una persona a la que trato peor que un trapo para limpiar el piso y ella tampoco podía creer que se hubiese dejado tratar de esa manera en nombre del amor, Victoria había intentado cortar todo contacto con Dylan, pero él siempre encontraba una manera de entrar en su vida, lo que la había hecho sentir incómoda e insegura, por eso aceptó el anillo de compromiso, por la presión ejercida a su mente y las ilusiones falsas de un cambio para bien, pero se logró librar de ese compromiso y comenzó terapia una vez estuvo viviendo sola para soltarse de ese mal apego que tenía hacia el hombre que le había hecho tanto daño en la vida, sin embargo, a Dylan no le parecía nada grato que ella lo estuviera superando y olvidándolo, por eso se enfrascaba más en acosarla por cualquier lado que pudiera, incluso llegó a viajar un par de veces para buscarla y rezarle insultos por ser una malagradecida. Ahora, de vuelta en Miami, se preguntaba si sería capaz de lidiar con esa obsesión de manera diferente porque ya no la separaban kilómetros de aquel hombre tan espeluznante en que Dylan se había convertido, quizás era hora de enfrentar esa parte de su pasado y buscar una solución que pusiera fin a esa situación incómoda de una vez por todas, estaba decidida a recuperar su paz y su libertad en la ciudad que tanto le encantaba, sin importar cuánto tiempo le llevará resolver el asunto con Dylan pensaba luchar por dejar de lado su miedo, pero agradecería a todas las fuerzas celestiales que aquel asunto fuese rápido. Caminando hacia la salida con su maleta siendo arrastrada por el blanco piso del aeropuerto Victoria iba emocionada porque estaba a nada de volver a ver a su familia, no llevaba mucho porque estuvo haciendo envíos de una ciudad a otra mientras se decidía a moverse definitivamente, en su andar vio a un hombre con una pizarra blanca en las manos que tenía escrito su nombre con letra bien repintada y una fotografía al costado que fue algo que se tomó ese mismo día antes de abordar el avión, les dijo a sus padres que llegaría a casa ese mismo día y que tomaría un taxi porque ninguno de los dos podía ir por ella al aeropuerto, su padre tenía juntas, su madre una cita médica, su hermano Christian resolvía problemas de la empresa, Elliot también tenía juntas y a Judith ni siquiera le comento nada porque no se sentía en confianza, además que su hermana no movería ni un solo dedo por ella porque su relación no era buena. – Señorita Victoria Isabella Olson ¿Verdad? – dijo el hombre apenas verla acercarse. – Si, es mi foto y mi nombre. – su comentario lo hizo bajar la cabeza para ver la foto. – Mi dispiace... – se rio un poco nervioso – Lo siento mucho, no estoy muy acostumbrado a venir a buscar personas al aeropuerto, usualmente solo bajamos del jet... – tomó la maleta de ella – Deje que ellos se encarguen de esto y acompáñeme por favor. – la entregó a otros hombres que lo acompañaban. – ¿Trabajan para mi padre? – se sintió extraña al verlos, no recordaba a un nuevo chófer de la empresa o algo así, mucho menos guardaespaldas con ese semblante. – No, pero no tiene que preocuparse porque su padre está haciendo negocios con mi jefe y este día su padre iba a venir a recogerla, pero pasaron cosas y don Valentino nos mandó a traerla porque él fue el causante de esas cosas. – explico a grandes rasgos mientras caminaba con Victoria hacia la salida. – Ya veo ¿Le importa si lo llamo? Usted comprenderá que no es tan sencillo confiar de cualquier persona. – lo vio de reojo. – No ¿Quiere mi celular? – el hombre estaba demasiado nervioso para la calma de Victoria. – Gracias, yo cargo el mío. – lo sacó del bolsillo trasero de su pantalón y se alejó de ellos para llamar a su padre. Fue inquietante para Victoria que aquel hombre joven estuviera tan nervioso, los de atrás parecían mercenarios a pesar de sus elegantes trajes de diseñador que no combinaban bien con sus caras de pocos amigos y como era una mujer de instintos sintió que no estaba de más asegurarse de que no pedirían un rescate si iba con ellos, aunque mientras estaba marcando a su padre se sintió demasiado prejuiciosa juzgando a los hombres por sus caras tan serias, aunque no cambió de opinión, sobre todo porque su padre no le había avisado de nada de eso. _______________________________________________________________ – Hola, papá. – saludó cuando la llamada fue respondida después del tercer timbre. – Hola, cariño... – dijo el hombre con felicidad en su voz – ¿Ya estás en el aeropuerto? ¡Perdóname que no haya podido ir a recogerte mi princesa, pero estoy lleno de trabajo con la nueva campaña para los vinos! – escucho como levantaba carpetas. – No, tranquilo, es que te llamaba para saber si los hombres que han venido al aeropuerto con mi nombre en una pizarra y una foto mía son trabajadores tuyos. – volteo a verlos y sonrió. – ¡Gracias a Dios! – exclamó con alivio – ¡Estaba tan preocupado que mi socio se ofreció a enviar a uno de sus choferes por ti, pensé que se habrían marchado por el retraso que hubo en el vuelo, pero me ha regresado el alma al cuerpo al saber que si están ahí! – se escuchó mucho más tranquilo. – Eso es bueno entonces, pensé que habían venido a secuestrarme. – Victoria se rio, pero se puso seria cuando vio a un par de policías pasar pues se le quedaron viendo fijamente por su broma. – Tranquila mi amor, puedes ir con ellos en confianza y te llevaran a casa, te juro que esta noche llevaré tu comida favorita a forma de disculpa. – dijo Patrick que volvía a hacer ruido de papeles. – No te preocupes, con verte y que me abraces me conformo papá, nos vemos más noche. – comenzó a caminar de vuelta. – Te amo cariño y me alegra mucho saber que has vuelto. – ese comentario la hizo sonreír. – También te amo, nos vemos más noche. – corto la llamada porque su padre nunca lo hacía. _______________________________________________________________ Ahora estaba cien por ciento segura que aquellos hombres no iban a secuestrarla y mientras se iba acercando a ellos de nuevo un rayo de sol pegó en su rostro recordándole firmemente que había vuelto a su hogar, finalmente estaba en casa y ya no volvería a irse a estudiar a ninguna parte porque era una mujer graduada, estaba lista para entrar de lleno a un trabajo y poner en función todos aquellos conceptos teóricos que aprendió, además de eso quería comenzar con las mejores vibras, así como le decía su amiga, quería vibrar alto y positivo, también quería que su padre estuviera orgulloso de ella, de que era una mujer capaz de mantenerse por su cuenta en un trabajo. – ¿Confirmo que no somos secuestradores? – pregunto el chico haciendo que ella se riera. – Si, mi padre me confirmó que no son secuestradores ni bandidos que han venido a secuestrarme. – retomó su andar hacia la salida del aeropuerto donde una ola de calor golpeó de lleno su cuerpo. Salió de su apartamento en Nueva York usando una chaqueta de cuero y unos pantalones de mezclilla en color oscuro, botines de tacón alto e incluso un gorro con todo su cabello atado en un moño, pero sabía hacia dónde iba y bajo aquella chaqueta usaba una camiseta corta de tirantes que salió a relucir mientras iba bajando las gradas, seguía siendo una chica rellenita, pero no tenía tantos complejos como antes, el hombre que la fue a recoger observó hacia todos lados como si se le hubiese perdido algo mientras que Victoria continuaba quitándose las prendas que estaban de más en su cuerpo, estaba haciendo una metamorfosis rápida dejando en evidencia lo guapa que era. – ¡Wow! – exclamó al verla. – ¿Que? – Victoria se sobresaltó un poco. – Nada, es que parece otra persona con el cabello suelto, no la hubiese conocido si me hubiesen dado otra foto. – la observó detenidamente como si no estuviera acostumbrado a ver mujeres bonitas. – Me lo dicen mucho y no es por presumida, dicen que tengo una cara que cambia dependiendo como utilizo mi cabello. – sonrió y giró la cabeza hacia la calle cuando vio un Rolls Royce detenerse frente a ella. – Por favor, suba. – el hombre abrió la puerta. Los asientos de cuero beige revelaban la presencia de otra persona al fondo, pero su sombrero impidió que Victoria le viera bien el rostro, sin embargo, asumió que sería algún otro trabajador del socio de su padre que iba aprovechando al máximo el aire acondicionado del auto pues parecía el polo norte cuando ella subió. – Buenos días. – saludo educadamente mientras se acomodaba en el asiento. – Buongiorno. – la voz del hombre era en un tono profundo, cálida, rica en acento y con un toque apasionado. – Creo que no habla español. – susurro mientras sonreía encantada por esa voz. – Mi español es algo lento... – respondió el hombre – Pero si entiendo la mayor parte de las cosas que me dicen. – no se dejó ver el rostro, se mantuvo oculto bajo el ala de su sombrero. – Lo siento. – Victoria sintió algo de pena y no volteo a verlo. – Non preoccuparti, signorina. – esas palabras sacudieron ligeramente el cuerpo de Victoria. Cuando el auto se puso en marcha Victoria se relajó un poco pues muy pronto estaría en casa y disfrutaría seguramente de la calidez de toda su familia a la que extrañaba con locura después de haber pasado cuatro meses sin verlos porque necesitaba arreglar todos sus asuntos en Nueva York antes de volver a su casa libremente, eso le tardó cuatro meses, quizás hubiese sido un poco menos, pero estaba temerosa de volver a Miami por toda su historia con Dylan; todavía le tenía miedo y es que el hombre había destruido buena parte de su personalidad, su feminidad, destrozo hasta su seguridad y la hizo cuestionarse sobre si era correcto estar conforme con su cuerpo curvilíneo pues aquella fue una crítica constante en los últimos meses de su relación, todo era un problema y la ropa que usaba en esos momentos hubiese sido una gran paliza por ser desobediente a las órdenes de su novio. Ir recordando las palabras de Dylan sobre su cuerpo la hizo bajarse la camiseta corta que llevaba puesta pues una parte de su pancita se veía, Victoria siempre se presentaba ante todos como una mujer segura de sí misma, pero dentro de ella sabía que solo era una fachada pues estaba llena de inseguridades y sabía que muchas de ellas eran ilógicas, infundadas e incluso estúpidas, eso le enseño su terapeuta. El sonido de su celular la hizo salir de sus pensamientos, era un mensaje y al leerlo sonrió ampliamente pues eran unas palabras de Elliot disculpándose por no haber ido por ella al aeropuerto, también le prometió que le llevaría su postre favorito para esa noche y eso provocó que Victoria sonriera porque tenía los mejores hermanos del mundo, aunque cualquier hermana menor consentida diría lo mismo. Llegar a casa fue llegar a la selva según Victoria porque las paredes externas de toda la casa estaban cubiertas de una enredadera muy espesa, jardines con pasto y arbustos verdes, palmas a los costados que eran los que dividían cada propiedad y brindaban la privacidad suficiente entre un terreno y otro, el auto se detuvo frente a las puertas de la enorme villa que vibraba por su intenso verde natural, su madre pagaba una fortuna por mantener los jardines así de hermosos y consideraba que valía la pena. – Muchas gracias por haberme traído. – comentó Victoria esperando que el hombre la entendiera. – No hay de que, tenga un feliz día. – tocó la punta de su sombrero con los dedos moviendo la cabeza al mismo tiempo. – Muchas gracias. – dijo tras la oferta de la mano por el hombre que la recibió en el aeropuerto. – ¿Puede llevar su maleta? – preguntó viendo que las puertas seguían cerradas. – Si, en este momento no hay nadie en casa, muchas gracias por haberme traído y dígale a su jefe que se lo agradezco mucho, aunque espero tener la oportunidad de agradecerle personalmente en algún momento. – estrechó la mano del hombre antes de ir hacia las puertas escuchando el auto alejarse. Coloco el código en el panel de entrada y las puertas se abrieron de forma automática, sabía que su padre compró aquel terreno cuando solo era un adolescente y lo hizo con ayuda del abuelo, poco a poco fue transformando el lugar en su palacio familiar, por eso era tan diferente a las casas de los vecinos pues las de ellos eran el estándar común de las compañías constructoras, mientras que su casa era la idea de un hombre emocionado por comenzar una vida llena de muchos hijos al lado de una esposa que amaba con locura y Victoria sabía que su padre estaba muy orgulloso de todo aquello. – Oye ¿Quién eres tú? – grito una mujer al otro lado de la calle mientras llevaba su perro. – ¿Usted quién es? – preguntó Victoria al voltear a verla. – Soy vecina de los señores Olson, me mude a la casa de acá hace cuatro meses y yo no te conozco. – volteo a verla después de señalar su casa, pero Victoria ya iba cerrando las puertas. – ¡Bienvenida al vecindario! – movió su mano apenas asomándose por entre las puertas antes de cerrarlas por completo. – ¡Espera! ¿Quién eres? ¿Por qué entras cuando no hay nadie? – la vecina corrió hacia la puerta – ¡Llamaré a la policía por allanamiento si no me dices quién eres tú! – gritó mientras les pegaba a las puertas. – Llama a quien quieras Karen. – susurro mientras avanzaba por el camino adoquinado hacia la casa. Se había topado con ese tipo de mujeres muchas veces en su vida, su madre tenía descendencia puertorriqueña y Victoria rasgos latinos, piel trigueña, el abundante cabello rizado en un color chocolate muy profundo y era medianamente largo, ahora estaba muy conforme con esas características físicas, pero con lo que nunca estaría conforme seria con su estatura porque medir un metro cincuenta y nueve no generaba ninguna ventaja, compensar la altura que le faltaba usando tacones, no era tan cómodo tampoco. Uso su juego de llaves para abrir la puerta de la entrada y no pudo contenerse de dar un gran suspiro de alivio porque finalmente estaba en la comodidad de su casa, pero aquel gusto estaba a punto de irse al diablo porque el timbre sonó y al acercarse a la pantalla de seguridad vio que era la policía, la señora terminó llamando a la policía de verdad. – Hola, Victoria. – dijo el oficial acercándose al altavoz. – Ricardo, dame cinco minutos. – sonrió al reconocer al oficial que le estaba hablando. – ¿La conoces? – preguntó su compañero. – Si, me encantaba venir a su casa a hacer los trabajos de la secundaria porque su madre siempre nos preparaba pasteles deliciosos. – se volteo al escuchar la puerta abrirse. – ¡Ricardo! – extendió los brazos – ¡Que gusto me da volver a verte, felicidades por haber cumplido tu sueño! – siempre hablaba de volverse policía. – Muchas gracias, escuche que te habías mudado a Nueva York. – comento después de corresponder el abrazo. – Si, tuve la oportunidad de ir a estudiar un máster mientras terminaba el último año de universidad, pero ya volví a casa definitivamente y estoy emocionada por comenzar de nuevo. – explicó mientras veía a la señora viéndolos desde la calle. – Fue una verdadera sorpresa recibir la llamada de que una intrusa se había metido a una casa en tu dirección, hablando con ella fue raro que dijera que hubieras entrado usando el código de seguridad. – los dos oficiales voltearon a verla. – Me imaginé que no iba a dejar pasar esto, pero me alegra que hayan venido porque pude verte. – sonrió ampliamente y ambos policías también sonrieron como bobos. – Mejor que no lo haya dejado pasar porque pude verte de nuevo... – Ricardo se puso un poco nervioso – Bueno, te dejo que termines de llegar y que descanses, bienvenida de vuelta. – le dio otro abrazo. – Gracias por darle seguridad a todo, de verdad que me alegra mucho que hayas logrado tu mayor sueño. – Victoria le guiño un ojo y se despidió del otro oficial moviendo la mano. – ¿Por qué no nos presentaste? – preguntó el compañero de Ricardo dándole un manotazo en el pecho – ¡Está guapísima! – ella todavía estaba escuchando detrás de la puerta. – Tú no eres su tipo amigo, no te hagas ilusiones y sus padres son de estatus. – respondió Ricardo mientras se reía. Victoria se quedó detrás de la puerta por un buen rato escuchando como los oficiales regañaban a la mujer porque era la sexta vez en lo que iba de esa semana que los llamaba por cosas sin sentido e incluso la llamaron tonta por creer realmente que un intruso entraría a una casa usando el código de seguridad, le dijeron también que a la siguiente llamada falsa a la policía se la iban a llevar a ella porque los estaba privando de atender emergencias reales. Victoria volvió a la casa estirando los brazos mientras sonreía y disfrutaba de ese sol de las nueve de la mañana que quemó su piel de una forma deliciosa pues en Nueva York no muchos días podía recibir ese tipo de calor, sus días eran encerrada en el apartamento o encerrada en la universidad, la biblioteca o viajando en metro, no podía tomarse cinco minutos en un área donde pudiera recibir esa vitamina natural tan deliciosa. Fue a su cuarto donde estaban el resto de sus cosas que había mandado desde la otra ciudad a esa poco a poco en todo ese tiempo que se tomó antes de decidir viajar de forma permanente, sus padres eran muy respetuosos con su privacidad y no habían tocado nada, todo seguía empacado en las cajas que mando y eso la hizo reír porque pensaba en llevar las cajas con adornos al ático pues no tenía mucho espacio donde acomodarlos en su cuarto o quizás cuando se mudara se los podía llevar, no pensaba quedarse eternamente invadiendo el espacio de sus padres, habían pasado años criándolos y era justo a sus ojos que ahora disfrutarán de su vida a solas como esposos, solo buscaría un trabajo y en la primera oportunidad que tuviera de independizarse lo haría. Abrió las primeras cajas donde estaba la mayor parte de su ropa que quería seguir usando, era ropa fresca y los abrigos gruesos los donó a una iglesia porque con el calor de Miami se iba a cocinar al vapor si se le ocurría ponérselos en algún momento, la última vez que vio su cuarto fue hace cuatro meses atrás y en ese tiempo sería solo por una visita navideña, pero ahora estaba colgando sus prendas en las perchas que llevó al closet amplio de su cuarto, tocó los zapatos que usó para navidad y sonrió pues se los iba a poder poner en alguna salida. Termino de guardar su ropa justo a tiempo para poder bajar a preparar el almuerzo, su madre le mandó un mensaje avisándole que llegaría al mediodía así que Victoria pensó en recibirla con un almuerzo sustancioso y estando en la cocina descolgó el delantal para ponérselo pues no quería ensuciar su ropa, se colocó la prenda y comenzó con lavarse las manos; aprendió a cocinar cuando tenía doce años y es que siempre le gustó ver a su madre mientras hacía magia en ese espacio tan amplio e iluminado de colores blanco y con un mármol que siempre admiro mucho porque le generaba paz, la casa era enorme y cuando era niña solía jugar a las princesas, Christian era el dragón feliz que la secuestraba y Elliot era el hermano caballero que iba a rescatarla, esos eran los juegos de horas dentro de la casa, cuando estaban en el jardín la pasaban en la piscina. Saco las pechugas del horno y las baño con su salsa condimentada de mantequilla antes de volver a meterlas por un tiempo más corto, movió el arroz con la cuchara de madera con mucho cuidado pues su madre la iba a matar si le raspaba sus sartenes favoritas y volvió su atención a la ensalada que preparaba, debía ser cuidadosa para no rebanarse un dedo porque los cuchillos estaban muy afilados, hizo la vinagreta desde cero y cuando le apagó el fuego a la olla con el arroz escucho la canción que siempre sonaba cuando las puertas se abrían con el código, eso ayudaba a distinguir que era alguien conocido quien estaba llegando a casa.
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