Capítulo 1

1656 Words
Mientras Dios se preocupaba de lo que los ángeles llamaban sus nuevos juguetes, en el Cielo se estaba gestando una guerra épica, la primera gran guerra, una guerra entre los fieles seguidores del Padre y los ángeles rebeldes; aunque en la práctica nadie se animaba a dar el primer paso. Todos seguían a Luzbel, pese a que él jamás quiso ganarse el título de líder de nadie. Para él, todos sus hermanos eran iguales, cualquiera podía tomar ese lugar, sin embargo, para los ángeles y arcángeles, Luzbel era diferente a todos los demás. Fue el primero en ser creado. El gran serafín engendrado por el Padre. Miguel era el primer arcángel. Los dos eran especiales. Dos dioses con caracteres muy distintos entre sí y casi el mismo poder. Su sola presencia infundía un respeto y solemnidad que ningún otro conseguía. Los demás seres celestiales sabían que nadie era como ellos. A todos se les trataba como hermanos, pero solo ellos dos lo eran. Hijos de Padre y Madre, directamente engendrados, los demás, creados, casi clonados. Luzbel ya no soportaba a su Padre y veía a su hermano Miguel convertirse, poco a poco, en un dios déspota y totalitario, aun así, no quería rebelarse, creía, iluso, que todavía había esperanza de que las cosas cambiaran. Hasta que su Padre le dio el motivo perfecto para actuar: Lilith, la primera mujer creada a imagen y semejanza de Dios en la Tierra. Lilith fue creada como Adán, para ser su igual, sin embargo, quizá por la misma razón, ella se rebeló contra la autoridad de ese varón. Por eso, Padre ordenó a Luzbel que le diera un castigo: hacerla desaparecer. Aquella fue la primera vez que el ángel desobedeció al Padre. No pudo acabar con ella, por eso la escondió en el abismo de la Tierra. El Dios Todopoderoso no se enteró de aquella traición, estaba tan embebido en arreglar el asunto de la rebeldía de la mujer y hacer que olvidaran que ella alguna vez existió, que no se dio cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Eso le demostró a Luzbel y al resto de sus cercanos que el Padre no era, ni omnisciente, ni omnipresente como les había hecho creer. Pero sí había alguien que estaba pendiente de todo lo que sucedía en el Cielo y la Tierra: Miguel, el más fiel y poderoso de los arcángeles. -¿Por qué no la destruiste como se te ordenó? -interrogó Miguel a Luzbel con una cuota de lástima en su voz. -¿Por qué habría de hacerlo? ¿No le dio tu Padre libre albedrío? ¿Por qué castigarla por usarla? -Se fue en contra de la voluntad de nuestro Padre. -Castígala tú. -No se me está permitido bajar al inframundo, lo sabes. -Claro, tienes que mantenerte puro para otro de los maravillosos planes de tu Padre. -Si pudiera, iría. -Entonces, querido Miguel, no puedes hacer nada. -No dejes que esa mujer te ponga en mal camino. -¿Cuál mal camino? Solo hay uno para nosotros, recuerda que no gozamos del libre albedrío. -Claro que sí, hermano, es más, estás haciendo uso de él en este mismo instante al decidir no matar a Lilith. -Y seré castigado por ello. -Todo acto tiene consecuencias. -Yo no sufriré las consecuencias de lo que he hecho, tu Padre me dará un castigo. -No, si te arrepientes y vuelves al camino de la obediencia. -¿De verdad quieres vivir así? ¿Esto es vida para ti? ¡Mira al hombre! Su trozo de Tierra es maravilloso, tiene árboles, césped, agua, otros tipos de seres vivos con él. Tiene más de lo que nosotros jamás tendremos en este vasto universo… -Aquí tenemos hermosos edificios construidos en oro, calles de oro y mármol... -Sí, todo muy hermoso, ¿no? Son simples piedras. -¿Qué vas a hacer? -¿Qué puedo hacer? No creo que pueda convertirme en un ser humano. -¿Preferirías convertirte en uno de ellos? -preguntó Miguel, sorprendido por aquel deseo. -¿Por qué no? -Porque eres un ángel, Luzbel, un serafín de Dios, el primero en su creación, un ángel sobre ángeles, guardián y guerrero de Dios. -¿Guerrero? ¿Contra quién? Aquí no hay nadie más que nosotros. Tú mismo eres un arcángel, Miguel, tú eres el jefe del ejército, dime contra quién te preparas. Miguel lo miró con una expresión muy significativa al tiempo que alzaba su mentón. -Dime tú con quién podría pelear por defender el trono de mi Señor -dijo en tono acusador. -Mi Señor, mi Padre, mi Dios -replicó en tono burlesco-. Y ni siquiera le has visto. -No necesito verlo para sentir el amor de Él hacia nosotros. -¿Estás seguro de que Él te ve y te ama del mismo modo en el que lo haces tú? -Tú lo has visto, Luzbel, y dime, ¿de qué te ha servido? Mira cómo te expresas tan descaradamente de su persona. -Porque lo he visto y he estado con él es que sé cómo es, y a mí no me engaña con su falso amor. Todos somos simples piezas de un juego que está preparando y que nadie sabe de qué se trata. -No te voy a seguir escuchando, eres un diablo, un difamador, ¿cómo puedes referirte así a nuestro Padre que nos dio vida en la grandeza de su amor? -¿Vida? Sí, una vida vacía, carente de sentido y significado. -¿Servirle no es suficiente significado? -Si ese es el caso, no tuvo hijos, sino esclavos. -No sabes lo que dices. -No, Miguel, eres tú el que no sabe lo que dice. Piénsalo. Miguel se dio la media vuelta y salió de la presencia de su hermano con la esperanza de que este recapacitara y se volviera al camino. Veintiocho arcángeles habían sido creados para guiar a los millares de ángeles y Miguel era el cabeza de todos ellos. Los arcángeles solo eran superados por los serafines, entes superiores que estaban más cerca de Dios en su trono, consejeros de sus hermanos y dispuestos a interceder ante el Padre; Luzbel era el principal de ellos. Junier era el príncipe de los ángeles. Los tres fecundados. Con milenios de diferencia entre ellos. Junier, el menor, fue el último engendrado, casi como por error. Luzbel caminó rumbo a su lugar, tampoco quería pensar, Miguel estaba enceguecido con su Padre y nada lo haría cambiar de parecer. Al rato, fue interceptado por Junier, su protegido. -¿Qué pasó con Miguel? -le consultó. -Sigue creyendo en el amor de su Padre. -¿Sabe lo de Lilith? -Sí. -¿Le dirá a…? -No lo creo, él tiene un gran conflicto interno, quiere salvarme de mi mal proceder y del castigo del Padre. -¿Qué haremos? -No lo sé, ahora que creó a otra mujer con parte del cuerpo del hombre para que sean una sola carne, no sé qué pasará. Esas criaturas femeninas jamás serán como nuestro Padre quiere. -¿A qué te refieres? Luzbel sonrió algo despectivo. -¿No te das cuenta de que ambas tienen una cosa en común? Él no se dio cuenta del error. -¿Cuál error? -Son ellas las dadoras de vida, ellas son la imagen de la creación, pero quiere hacerles creer que dependen del hombre. Además, la hizo hermosa, agradable a la vista y al hombre un ser visual. ¿Quién crees que tendrá el control? Ellas no necesitan a un hombre. -Sin el hombre no podrían engendrar, según tengo entendido. -Y cualquier hombre les sirve. Ellas son las que llevarán el fruto en su vientre y eso, mi hermano, las hace rebeldes por naturaleza. Créeme que les echarán la culpa a muchas cosas, sin embargo, nunca comprenderán que es porque ellas no necesitan a un hombre. Los hombres las necesitarán a ellas. -¿Qué harás ahora? -Probar a Eva. Verás que, aunque Dios le entregó la potestad a Adán, es ella la que tiene todo el poder. Y ella hará caer al hombre. -¿Tú crees? -Estoy seguro. A diferencia de lo que dice Dios, es ella la que puede hacer lo que quiera con un hombre. El hombre, si no es con violencia, jamás podrá contener a una mujer. Jamás. Luzbel largó una risa, pocas veces se le veía contento, se despidió de su hermano y se apresuró a ir a su hogar. Junier sonrió. Poco a poco se levantaba una sublevación en el cielo y él sería parte de ello, a la hora de decidir, no dudaría en irse con su hermano. -¿Y eso? -preguntó Samael a Junier tras acercarse a su hermano, luego de ver al serafín alejarse tan feliz. -Luzbel no se da por vencido con la humanidad. -¿Qué hará? -No lo sé, pero debemos estar muy atentos a lo que suceda allá abajo. -Eva no es como Lilith. -No, pero según Luzbel es igual de rebelde. -En ese caso, pondré toda mi atención en esa beldad -replicó socarrón. -Pues yo también estaré muy atento. -¿Atentos a qué deberíamos estar? -interrogó Gabriel desde atrás. -A nada que te incumba -respondió Junier. -Ten cuidado, Junier, esa devoción que sientes por Luzbel se puede volver en tu contra; su corazón es perverso, cada vez se contamina más en su interior. -¿Con qué se contamina? -inquirió Samael-. ¿No se supone que aquí todos somos santos sin mancha? -Así era, Samael, hasta que el espíritu malévolo de Lilith contaminó a algunos de nuestros hermanos. A algunos más que a otros, por supuesto. -Me parece, hermano -habló Junier con ironía-, que te equivocas, antes de Lilith ya había dudas en nuestros corazones. Gabriel sonrió benevolente. -Y antes de que ustedes conocieran a Lilith, ella ya existía en este plano. Junier y Samael quedaron pasmados ante aquella afirmación.
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