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MATANDO FLORES una historia de CHICO LITERARIO (IRWIN SAUDADE) A veces pienso en todo esto. Es en parte el resultado de vivir aquí y no hay día alguno en que yo me sienta menos agradecida por estar con bien. Dicen que vivir en este lugar es algo desgastante, pero opino lo contrario. Ya han pasado varios meses desde mi décimo octavo aniversario de vida, la casa de mis padres comienza a deteriorarse con los días y esto es sin duda por la falta de dinero. Trabajo de lunes a sábado en el vivero que está a cargo de los Meller. De siete de la mañana a siete de la noche, el domingo es cuando tengo tiempo para atender mis necesidades personales. Pero bueno, ¡aún falta mucho para que llegue el domingo de esta semana! Es por ello que justo ahora, me encuentro con una manguera en la mano regando las verduras del invernadero. ¡Agradable! ¿No te parece? Aunque no gano una fortuna y es un empleo que no les gusta a muchos, este trabajo me encanta porque me recuerda a mamá y eso me da tranquilidad. —Señorita Ross —escuché la voz de Ramón Meller detrás de mí. Lentamente giré a mirarle. Cerré la llave del agua. —¿Necesita algo señor? Ramón llevaba un sombrero color café, su típica mirada perdida se acercaba más a mis pupilas. —¿Cómo ha estado su día? —Preguntó. —Todo va bien. Gracias por estar al pendiente. Su boca se curvo en una sonrisa tenue. Extendió su mano hacía mi dirección, había una rosa recién cortada entre sus dedos. —¡Es para usted! —dijo el chico con una seguridad sorprendente. Hubo una sonrisa en mi rostro. Ramón a veces intentaba ser detallista conmigo. Su mano rozó la mía cuando tome la rosa. —¡Gracias señor Meller! —Pronuncié mientras olía la flor—. ¿De dónde ha sacado una rosa tan dulce? Las que están a la venta no huelen así. —La he cortado del rosal de mi madre. ¡Espero que le guste! —Es un buen detalle. ¡Gracias Ramón! —Esta vez le llamé por su nombre y él pareció sorprenderse. ¿Rubor? —No ha sido nada Katherine. Después de unos segundos solo nos estábamos mirando. El momento se volvió un poco bochornoso para mí y deje escapar un suspiro. —Bueno, volveré al trabajo —dije y puse la flor dentro del bolsillo de mi blusa. Abrí la llave de la manguera, el agua comenzó a caer de nuevo sobre las verduras y su voz volvió a mí nuevamente. —¡Katherine! Giré para mirarle de nuevo. Él se acercó a mí, me tomó desprevenida. Su cercanía era muy explícita y su rostro estaba no muy lejos de mis labios. ¿Qué rayos? Este canijo estaba invadiendo mi espacio personal. Le empujé con fuerza. —¿Que creé que hace señor? —Pregunté sería. Su mirada estaba puesta en mí. Noté desilusión en sus ojos. —Iba a besarte. Eso me saco de onda. —¡Usted no puede besar a una chica sin su consentimiento! —Pensé que tú, es decir usted... —Estoy trabajando Ramón. Es mejor que usted vuelva a dónde su padre, seguro le ha de estar buscando. Su mirada desilusionada estaba fijada en mí. De pronto él volvió a invadir mi espacio, sus manos sujetaron mis muñecas y parecía estar muy decidido a v****r mi postura. —¡Mi padre no está aquí! ¡Necesito hablarle de algo! —¿Hablar? —Su petición fue muy inesperada—. ¿Sobre qué? El pequeño silencio de breves segundos me hizo regalarle una mirada inquisitiva. —Katherine. ¡Yo la amó! —Dijo a toda vida. Me quedé estática. No sabía qué hacer en ese instante, fue como una parálisis casual ocasionada por sus palabras. Ramón volvía a acercarse, lentamente, sus manos aún me sujetaban y entonces reaccioné. Le di un pisotón con todas mis fuerzas justo cuando su boca estaba a muy poca distancia de la mía. Abrí la llave del agua e impacté el chorro contra su cara. Su semblante quedó escurriendo de agua y su ropa eran restos de mi rechazó. —¡Lo siento Ramón! Pero yo no siento amor por usted, ha malinterpretado mi relación laboral con sus emociones personales y es así que le aclaro que no intenté persuadirme. Estoy aquí por trabajo, no tengo tiempo de dar amor a alguien. ¡No pierda su tiempo conmigo! Usted no me gusta. Su ceja curiosa se convirtió en una ceja molesta. Ramón Meller parecía furioso. —Señorita Ross. ¡Usted se arrepentirá de este momento! ¡Lamentarás haberme rechazado! —Pues si usted lo dice. ¡Ni modo! Yo no tengo nada de que arrepentirme y estoy muy convencida de que no me siento mal por haberlo rechazado. Le di la espalda. Continúe con mi trabajo. Las gotas de agua seguían cayendo sobre los vegetales. Ramón no tardó mucho en irse. Resulta que el chico ha sido educado con el pensamiento de que todo lo merece y que todo lo que él quiera se ha de hacer tal cual lo deseé. Su padre es quién vigila el vivero y no solo eso. El señor Meller es el hombre a cargo de toda nuestra provincia, fue seleccionado por la capital para cuidar de esta zona del país. Tiene dinero suficiente y de sobra, una fortuna por el puesto que el gobierno le ha otorgado y aquí todo lo mueve este señor. ¡Así las cosas! Y aunque su hijo este enamorado de mí, realmente no tengo interés alguno en Ramón. *** Cuando mi turno en el invernadero termina, suspiro de alegría. Un día más ha terminado. Me quito el sombrero de palma, tomo mi mochila y comienzo a avanzar hacia la salida junto con los demás recolectores. Me pongo en la fila, espero mi turno y finalmente extiendo la palma de mi mano sobre el escáner. El custodio a cargo asiente cuando el escáner me otorga la salida. Continúo caminando, el sol ya se ha comenzado a ocultar, veo a Charlie recargado en un poste de electricidad. Él sonríe cuando me ve, su chaqueta desgastada se le acomoda cuando se endereza. —¿Cómo ha ido todo? —Pregunta mientras me detengo frente a él—. ¿Y esa rosa? —Ramón Meller me la ha dado. Se me queda mirando con curiosidad. Me da gusto verlo. —¿Y eso? —Hizo una pausa para contemplar la flor—. ¿Por qué? —Él me confesó que me ama —hice comillas con mis dedos. —¿Y qué has dicho al respecto? —Parecía interesado en saber. —Le dije que no perdiera su tiempo conmigo. —¿Y ya? —También le rocíe agua con la manguera. ¡Quería besarme y lo terminé humillando! Una risita se escuchó por parte suya. —¿Se molestó? Charlie parecía el detective corazón. —Dijo que me arrepentiría. ¡Obvio que se molestó! La calle empedrada estaba vacía. La noche ya se estaba coronando y solo nosotros dos estábamos a tan pocos minutos del toque de queda. —¿Cómo han ido las cosas en el taller? —¡Bien! Todo va excelente. Estoy terminando un ropero para la señora Sánchez. —Seguro está quedando chido. —Ya sabes, me esfuerzo por hacer bien mi trabajo. También entregué un mueble para el señor López y me ha dado unas barras de chocolate. Metió su mano en el bolsillo de su chaqueta, saco tres barras grandes de chocolate. Me ofreció una, no dude en tomarla. ¡Tenía semanas que no probaba un dulce! Quité la envoltura y lo introduje en mi boca, sabía tan bien. Tenía tiempo que no había probado dulces, mucho menos chocolate y esto era un momento de gloria para nosotros. —¡Gracias! —De nada —él parecía divertido mirándome comer. Ignore la mirada atenta de Charlie. —¿Y cómo sigue tu padre? —Su estado ha empeorado bastante. —¡Lo siento! —Tranquila. Así es esto. Hay noches en las que se pone a gritar de dolor. Es difícil ¿sabes? Hablar con él se ha vuelto algo muy cruel, no recuerda a sus propios hijos. La voz de mi amigo se había vuelto un hilo de dolor y cansancio, sus pasos parecían muy pesados. —¡Habrá el día en que todo mejore! —Lo se Kat. Lo sé. Sus labios formaron una sonrisa. ¡Tantas cosas que él ha vivido! Casi llegábamos a nuestras casas. Los dos vivíamos en la misma cuadra. Charlie se detuvo justo enfrente de mi puerta. —Te veré mañana. —¡Por supuesto! Espero que puedas descansar bien esta noche. Está vez volvió a buscar entre sus bolsillos. Sacó algo de su bolsillo izquierdo. —¡Vale pues! ¡Ah! Por cierto, toma —dijo y me entrego un collar de piedras. Había metido su mano en el bolsillo de su pantalón, de ahí saco la tira de brillantes. Eran piedras, una gargantilla de brillantes piedras unidas entre sí para formar un collar de diamantes. —¿Y esto? —Pregunté muy sorprendida. —Un hombre vino al taller está tarde, necesitaba un favor y le ayude. Antes de irse, él me lo obsequio. —¡¿En serio?! —Me pareció muy increíble. —Si. Yo también me sorprendí, de hecho, ya iba a cerrar el taller cuando este señor se acercó a mí. Estaba angustiado y no dude en ayudarlo. Con la luz de las farolas, el destello que producía el collar era muy atractivo. —¡Que señor tan curioso! ¿Por qué te lo regaló? Esto parece ser muy costoso. —No lo sé Kat, solo sé que ahora es tuyo. La mirada de mi amigo me hizo pensar en muchas cosas. La rosa de Román Meller seguía en mi bolsillo y parecía seguir muy fresca. —¿Mío? No Charlie, te lo han regalado a ti, es tuyo. Con el podrías pagar un sinfín de cosas incluyendo la salud de tu padre. ¡Toma! Le devolví el collar, pero él se negó a aceptarlo. —Katherine, el collar es tuyo. Yo te lo quiero dar —repuso él. —¡No Charlie! Por favor, tómalo. De pronto el sonido de las campanas resonó por todo San Francisco, el toque de queda había sido anunciado como regla a todo mundo. Las patrullas no tardarían en llegar a vigilar nuestra cuadra. —Guárdalo —dijo angustiado—, mañana habrá tiempo para decidir qué hacer. Charlie comenzó a correr hacia su casa, corrió a toda velocidad hasta que lo vi desaparecer. Yo entré a mi hogar, cerré la puerta con llave, corrí las cortinas de las ventanas y encendí el quinqué de mi habitación. Las únicas luces que podíamos permitirnos, provenían de las altas y escasas lámparas de la calle. Ninguna casa en San Francisco podía disfrutar de electricidad completa. Llevaba el collar en la mano, las piedras centelleaban como lenguas de fuego, caminé hasta mi tocador y guardé la gargantilla en el primer cajón. Tomé un bañó de diez minutos. Mi casa estaba muy silenciosa, puse la rosa de Román en el álbum de mamá y cómo todas las veces que volvía del trabajo, subí las escaleras a velocidad con un paquete de cacahuates en la mano. ¡Mis ahorros eran la botana que me alivianaba de vez en cuando! Gire la perilla de la puerta para salir a la terraza. La luz de la vela fue consumida por la luz de noche. Me acosté en el suelo, mirando las estrellas del cielo, comiendo mi ligera cena. Conecté los auriculares al viejo MP3 que era de mamá. ¡Seguro que está noche brillaba mucho más la luna y las estrellas que un puñado de diamantes de fuego! *** Escuché un llamado en la puerta. Son tres golpes, seguro que Charlie ha venido ya. Me terminaba de alistar para el trabajo, salí de mi habitación y ahora me dirijo a abrir la puerta. —¡Buenos días Kat! —Charlie estaba frente a mí como de costumbre. —¡Buenos días Charlie! —¿Lo guardaste? —Preguntó curioso. —Si, en mi tocador, ¿quieres que lo traiga? —No, descuida. El viejo reloj de papá marcaba cuarto para las siete. Los pasos de Charlie eran mucho más grandes que los míos, él es de estatura "grande". Su cabello es de color castaño, un poco quebrado, su piel, la tez de su rostro es como el arroz blanco. —¿Dormiste bien? —Si muy bien, ¿tú? —Dormí en la azotea con Luis. —¿Y eso? —Él quería ver las estrellas. Subimos un rato y nos quedamos dormidos. Por la calle había varias personas que también caminaban hacía sus trabajos. —¿No pasaron frío? —No. Habíamos subido unos cobertores. Y ahí íbamos los dos. Caminado como en un día cualquiera. ¡Todo parecía ir en orden! De pronto, a la distancia, una escolta de vehículos venía acercándose a toda velocidad levantando una columna de polvo en el aire. Eran custodios. Venían en nuestra dirección. —¿Qué crees que ocurra? —Me preguntó Charlie con un poco de inquietud. Los vehículos aumentaban de tamaño cada vez que se acercaban. —No tengo idea. Nosotros seguíamos avanzando, los vehículos estaban más cerca que antes. Me sentí nerviosa de repente. ¿Por qué razón? Justo cuando llegamos a la cuadra donde yo doblo hacia el vivero, las patrullas se detuvieron en plena calle. Abrieron las puertas de golpe. Los uniformados en color azul marino caminaron hacia nosotros, llevaban sus armas listas en la mano. Un custodio disparo al aire. Todos cayeron al suelo, todos, menos yo. El custodio se acercó a Charlie, lo levantó del suelo y esposo sus muñecas. —¿Qué pasa? —Preguntó Charlie muy asustado. Pero el custodio solo lo noqueó con su arma. Con el cuerpo helado y sin saber qué hacer, intenté agarrar a Charlie para que no cayera al suelo, quise defenderlo, pero uno de los otros uniformados me sujeto y me tiro al suelo con mucha fuerza. Sentí un dolor en el cuerpo, la angustia creció rápidamente en mí cuando las puertas del vehículo se cerraron. Había sangre, gotas rojas en la tierra y en las piedras de la calle. De pronto con el sonido de los motores desapareciendo rápidamente, el toque de la trompeta sonó. Una vez. Me levanté. Dos veces. Mi corazón latía llenó de angustia. Tres veces. ¡Esto sería un juicio!
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