Diego intentó defenderse, lanzando golpes y patadas, pero los asaltantes lo superaban en número. Uno de ellos sacó un cuchillo y lo hirió en el brazo, provocando un dolor agudo que recorrió su cuerpo. A pesar de la herida, Diego no se rindió. Con un último esfuerzo, logró zafarse de sus atacantes y comenzó a correr, dejando atrás su auto y sus pertenencias.
Corrió por las calles oscuras, sintiendo la adrenalina y el miedo, impulsándolo hacia delante. Los asaltantes lo persiguieron por un corto tramo, pero finalmente desistieron al ver que no podían alcanzarlo. Diego, herido y agotado, se refugió en un callejón estrecho, tratando de recuperar el aliento.
Se apoyó contra una pared, sintiendo la sangre caliente correr por su brazo. Sabía que necesitaba atención médica, pero también sabía que no podía confiar en nadie en ese momento. Con esfuerzo, rasgó un trozo de su camisa y lo usó para improvisar un vendaje, tratando de detener el sangrado.
Después de unos minutos, cuando sintió que el peligro había pasado, Diego salió del callejón, tambaleándose por el dolor y la pérdida de sangre. Mientras caminaba, tropezó con una joven que pasaba por allí. No tuvo tiempo de hablar antes de caer al suelo, debilitado por la herida. Mariana, alarmada al ver la sangre, se agachó rápidamente para ayudarlo.
—Ayúdame, por favor —dijo Diego con voz débil, sintiendo que estaba a punto de desmayarse.
—¿Qué le pasó? —preguntó Mariana, tratando de mantener la calma.
—Me quisieron asaltar. Necesito llegar a un hospital —respondió Diego, luchando por mantenerse consciente.
—Aquí a la vuelta hay una clínica. ¿Tiene dinero? —preguntó Mariana, sabiendo que necesitarían pagar por la atención médica.
—Sí, lo tengo. ¿Me puedes llevar? Te pagaré el favor —dijo Diego, con la esperanza de que la joven aceptara ayudarlo.
Mariana, quien necesitaba dinero desesperadamente, no dudó en ofrecer su ayuda. Pasó el brazo de Diego por su hombro y, con esfuerzo, lo ayudó a levantarse. Juntos, comenzaron a caminar hacia la clínica, con Mariana soportando gran parte del peso de Diego.
Cada paso era una lucha, pero Mariana se mantuvo firme, guiando a Diego por las calles oscuras. Sentía la urgencia de llegar a la clínica antes de que fuera demasiado tarde. Diego, por su parte, trataba de mantenerse consciente, agradecido por la ayuda inesperada.
Finalmente, llegaron a la clínica. Mariana empujó la puerta con su hombro y entraron, llamando la atención del personal médico. Una enfermera se acercó rápidamente, alarmada al ver la condición de Diego.
—¡Necesitamos ayuda aquí! —gritó Mariana, su voz llena de desesperación.
El personal médico se apresuró a atender a Diego, llevándolo a una camilla y comenzando a tratar su herida. Mariana se quedó en la sala de espera, sintiendo una mezcla de alivio y esperanza de llevar dinero a su casa para no ser maltratada. Tenía plena consciencia de que había hecho lo correcto al ayudar a Diego, pero también se cuestionaba cómo iba a explicar su ausencia. Miró hacia fuera y estaba bien oscuro.
Después de un tiempo que pareció una eternidad, un médico salió y se acercó a Mariana.
—Está fuera de peligro. La herida no es grave, pero necesitaba atención médica urgente. ¿Es usted su familiar? —preguntó el médico.
—No, solo lo encontré herido y lo traje aquí —respondió Mariana, sintiendo un peso levantarse de sus hombros.
Diego, ahora consciente y con el brazo vendado, fue llevado a la sala de espera. Al ver a Mariana, le sonrió con gratitud.
—Gracias por ayudarme. Cumpliré mi promesa y te pagaré por tu ayuda —dijo Diego, sacando su billetera.
Mariana aceptó el dinero con gratitud, sabiendo que cada centavo contaba para mantener a sus hermanos a salvo. Sin embargo, al mirar el billete, se dio cuenta de que no le parecía conocido.
—¿Qué pasa? Agárralo —dijo Diego, notando su vacilación.
—¿Qué es ese dinero? —preguntó Mariana, con curiosidad y un poco de preocupación.
—Son cien euros, tómalos —respondió Diego, extendiendo el billete hacia ella.
—No tengo cómo cambiarlo, soy menor de edad —explicó Mariana, sintiendo una mezcla de frustración y vergüenza.
Diego frunció el ceño, comprendiendo la situación. —¿Cuántos años tienes? —preguntó, con un tono más suave.
—Este mes que viene cumplo los dieciséis —respondió Mariana, bajando la mirada.
—¿Qué hace una jovencita en la calle tan tarde? —preguntó Diego, preocupado por su seguridad.
—Vengo del trabajo. Llegaré tarde a casa, de seguro me regañarán —dijo Mariana, sintiendo el peso de sus responsabilidades.
Diego asintió, comprendiendo la difícil situación en la que se encontraba la joven.
—Está bien, también tengo dólares. Te daré mi número, por si no te creen que me ayudaste —dijo Diego, sacando algunos billetes de dólar y una tarjeta con su número de contacto.
Mariana aceptó los dólares y la tarjeta con gratitud. —Muchas gracias —dijo, sintiendo un alivio momentáneo.
Diego la miró con seriedad. —Si alguna vez necesitas ayuda, no dudes en llamarme. No importa la hora, estaré dos meses en este país —dijo, con una sinceridad que sorprendió a Mariana.
—Lo tendré en cuenta. Gracias de nuevo —respondió Mariana, guardando el dinero y la tarjeta en su bolsillo.
Diego la vio irse, agradecido porque fue su ángel el que le salvó la vida. Mientras se recuperaba en la clínica, llamó a su asistente para que le llevara ropa limpia y retirara algo de dinero del banco. Sabía que necesitaba descansar y recuperarse, pero también tenía que asegurarse de que todo estuviera en orden con su negocio.
Una vez que salió de la clínica, se dirigió a su apartamento, situado en un lujoso condominio con vistas panorámicas de la ciudad. Al entrar, sintió el contraste entre su vida de comodidades y la dura realidad que había enfrentado esa noche. Se dirigió al ventanal y miró hacia la ciudad iluminada, recordando a la joven que lo había ayudado. Ni siquiera sabía su nombre, pero su rostro y su valentía estaban grabados en su memoria.
Mientras observaba las luces parpadeantes de la ciudad, Diego no podía dejar de pensar en la joven. Se preguntaba qué circunstancias la habían llevado a estar en la calle tan tarde y cómo podía ayudarla más allá del dinero que le había dado. Asimilaba que debía encontrar una manera de agradecerle adecuadamente.
Diego se sentó en su sofá de cuero, sintiendo el peso de la noche en sus hombros. Decidió que, una vez que estuviera completamente recuperado, buscaría a la joven para ofrecerle su ayuda. Él tenía los recursos y la influencia para hacer una diferencia en su vida, y estaba decidido a hacerlo.
Llamó a su asistente nuevamente, esta vez para pedirle que investigara sobre la joven que lo había ayudado. Le dio una descripción detallada y le pidió que fuera discreto. No quería perturbarla ni hacerla sentir incómoda, solo quería asegurarse de que se encontraba bien y brindarle su apoyo.
Mientras tanto, Diego descansó y se dio cuenta de que tenía una nueva tarea. La vida le había dado una segunda oportunidad, y estaba decidido a aprovecharla al máximo. Con la imagen de la joven en su mente, cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño, con la esperanza de que el destino los volviera a reunir.
Mariana llegó a la casa con el corazón acelerado, sabiendo que la madrastra la estaría esperando. Al abrir la puerta, vio el rostro de enojo de la mujer, y antes de que pudiera decir una palabra, la madrastra se abalanzó sobre ella, propinándole una cachetada que la hizo caer al suelo. El dolor se extendió por su mejilla, pero Mariana no dejó escapar ni un gemido.
El dinero que Diego le había dado se cayó de su bolsillo y se esparció por el suelo. La madrastra, sorprendida por la cantidad, se apresuró a recogerlo.
—Hoy te fue bien —dijo la madrastra, con una mezcla de sorpresa y avaricia en su voz.
—Sí, hice horas extra —respondió Mariana, tratando de mantener la calma mientras se levantaba del suelo.
—Está bien, te perdono. Ve a dormir, ojalá que mañana traigas lo mismo —dijo la madrastra, guardando el dinero en su bolsillo.
—No creo… Hoy hubo un evento —mintió Mariana, sabiendo que no podía contarle la verdad.