CAPITULO 1

1387 Words
Mariana Valentina miró por última vez la casa que había sido su prisión durante tantos años. Desde el día en que su padre entró a la casa, tomado de la mano de su segunda esposa, su vida cambió drásticamente. La nueva esposa de su padre trajo consigo dos hijos de la misma edad que sus hermanos menores, y desde entonces, Mariana se convirtió en una extraña en su propio hogar. Su madrastra, una mujer fría y calculadora, no tardó en mostrar su verdadera naturaleza. A los quince años, Mariana fue sacada de la escuela y obligada a trabajar para ayudar con los gastos del hogar. Sus sueños de estudiar y tener una vida mejor se desvanecieron, reemplazados por largas horas de trabajo y responsabilidades que no le correspondían. —Muy poco este dinero, ¿en qué lo has gastado? —la voz de su madrastra resonó con desdén mientras contaba las monedas y billetes arrugados. —Es todo lo que me he ganado en propinas, soy menor de edad, no me pagan como a los demás —respondió Mariana con voz temblorosa, tratando de mantener la calma. —Esas son excusas, eres una inútil —le espetó su madrastra, arrebatándole el dinero de las manos. Sin previo aviso, le propinó una cachetada que resonó en la pequeña cocina. Mariana sintió el ardor en su mejilla, pero no dejó escapar ni una lágrima. —Vete a dormir sin cenar —ordenó la mujer, señalando la puerta con un gesto brusco. Mariana, con la cabeza gacha y el corazón pesado, se dirigió al dormitorio que compartía con sus dos hermanos menores. Al abrir la puerta, la oscuridad del cuarto la envolvió. Carlos, de ocho años, e Isabella, de apenas cinco, dormían profundamente en la única cama unipersonal que tenían. El cuarto, que alguna vez había sido un refugio para ella, ahora estaba despojado de casi todo. Sus hermanastros habían saqueado el lugar, dejándole solo una mesa y la cama. Mariana se acercó a la cama y se sentó en el borde, observando a sus hermanos. A pesar de las dificultades, ellos eran su razón de ser, su motivación para seguir adelante. Con cuidado, se acostó junto a ellos, tratando de no despertarlos. Sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, pero también una determinación férrea de cambiar su destino. Mientras cerraba los ojos, recordó las palabras de su madre antes de abandonarlos. “Nunca dejes que nadie te haga sentir menos, Mariana.” Eres fuerte y valiente. ¿Esas palabras resonaban en su mente, dándole fuerzas para enfrentar un nuevo día? A pesar de las dificultades, Mariana nunca dejó de cuidar de sus hermanos menores. Sabía que ellos también sufrían bajo el yugo de su madrastra cuando andaba trabajando, y se prometió a sí misma que algún día los sacaría de esa situación. Esa mañana, mientras se alejaba de la casa para dirigirse al sitio donde trabajaba, Mariana sentía una mezcla de miedo y preocupación por sus hermanos. Sabía que dejarlos solos no era lo ideal, pero no tenía otra opción. Con cada paso, su estómago rugía recordándole que se había acostado sin cenar y había salido sin desayunar. Sin embargo, se sentía aliviada de que sus hermanos hubieran podido comer antes de que ella saliera. Al llegar al café, su jefe la recibió con una mirada severa. —Llegas tarde, jovencita —le dijo con tono autoritario. —Lo siento. No volverá a pasar —respondió Mariana, bajando la mirada. Sentía el hambre de apoderarse de ella, pero trató de mantenerse firme. Mientras se dirigía a la parte trasera del café, una compañera se le acercó, notando su estado. —¿Qué tienes? —le preguntó con preocupación. —Nada, voy a lavar los baños —respondió Mariana, tratando de evitar la conversación. —¿Tomaste café? —insistió su compañera, notando la palidez en su rostro. —No tuve tiempo —admitió Mariana, sintiendo un nudo en el estómago. —Ven, te daré el mío. Es que cada vez te veo más delgada —dijo su compañera, extendiéndole una taza de café caliente. —Muchas gracias —respondió Mariana, aceptando el gesto con gratitud. —Tómatelo rápido, y ten esta rosquilla —añadió su compañera, entregándole una rosquilla recién horneada. Mariana no pudo contenerse y en cuestión de segundos devoró la rosquilla, sintiendo cómo el calor del café y la comida llenaban su estómago vacío. Por un momento, se permitió disfrutar de la bondad de su compañera, sabiendo que esos pequeños gestos eran los que la mantenían en pie. Con renovada energía, se dirigió a los baños para comenzar su turno. Mientras limpiaba, pensaba en sus hermanos y en cómo algún día lograría sacarlos de esa vida. Cada día era una lucha, pero Mariana estaba decidida a no rendirse. Al ser la hora de la salida, Mariana se apresuró a llegar a casa. Su padre estaba de viaje, tratando de ganar más dinero para mantener a la familia que había crecido considerablemente. Sin embargo, Mariana sabía que, aunque su padre trabajara más, siempre los ignoraba a ella y a sus hermanos. Mientras se acercaba a la casa, escuchó los gritos de su pequeña hermana, Isabella. El corazón de Mariana se aceleró y corrió hacia la casa. Al entrar, vio una escena que la llenó de rabia y desesperación. Su hermanastra, quien era un año mayor que ella, jalaba del cabello a Isabella porque la pequeña había agarrado una de sus muñecas. —¿Qué haces? —gritó Mariana, su voz llena de indignación. —Es mío —gritaba la hermanastra, aferrándose a la muñeca. —Quiero jugar —lloraba Isabella, con lágrimas corriendo por sus mejillas. En ese momento, la madrastra salió de la cocina y, con un gesto brusco, levantó a Isabella de un brazo y la arrojó a un lado, arrebatándole la muñeca y entregándosela a su hija. La pequeña lloraba desconsoladamente, solo quería jugar y no tenía juguetes como su hermanastra. Mariana corrió hacia Isabella y la tomó en sus brazos, tratando de consolarla. —Que se mantenga alejada de mi hija, esa piojosa —dijo la madrastra con desprecio. —No le diga de esa manera —respondió Mariana en un susurro, tratando de mantener la calma. —Son una carga. ¿Cómo desearía que desaparecieran de mi vista? —espetó la madrastra, cruzándose de brazos. Mariana sintió una mezcla de ira y tristeza. Sabía que no podía permitir que sus hermanos siguieran sufriendo de esa manera. Apretó a Isabella contra su pecho y le susurró palabras de consuelo, prometiéndose a sí misma que encontraría una manera de sacarlos de ese infierno. Esa noche, mientras sus hermanos dormían, Mariana se sentó en la pequeña mesa de su cuarto y comenzó a trazar un plan. Sabía que no sería fácil, pero estaba decidida a luchar por un futuro mejor para ellos. La determinación brillaba en sus ojos mientras escribía en un cuaderno viejo, planeando cada paso con cuidado. Al día siguiente, su padre regresó a casa. Ese día, Mariana tenía libre y se le permitió levantarse un poco más tarde de lo habitual. Sus hermanos, Carlos e Isabella, se despertaron y se subieron encima de ella para jugar. Entre risas y cosquillas, disfrutaban de un momento de alegría en su pequeño dormitorio. Sin embargo, la voz de su padre resonó en la casa, interrumpiendo su diversión. Mariana y sus hermanos se levantaron rápidamente y abrieron la puerta del dormitorio. Desde allí, pudieron ver a su padre contemplando a sus hijastros y entregándoles regalos. La pequeña Isabella, con los ojos llenos de ilusión, quiso salir corriendo a ver qué le había traído su padre, pero Mariana la detuvo, sabiendo que la situación no sería favorable para ellos. Isabella se inquietaba y, con un movimiento brusco, logró soltarse de los brazos de Mariana. Corrió hacia su padre con la esperanza de recibir un regalo. Sin embargo, su padre la miró con desaprobación y lo primero que hizo fue regañarla por lo sucia que estaba. —¿Por qué estás tan sucia? —le espetó con dureza. Luego, se volvió hacia Mariana con una expresión de enojo — ¿Por qué no te ocupas de tus hermanos? —le reprochó. Isabella, con lágrimas en los ojos, preguntó con voz temblorosa: —Papá, ¿y mi regalo?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD