—Ya le di la dirección de mi amiga, Señor. Cumplí con su orden.
Desvié la conversación.
—No respondiste a mi llamado, no lo hiciste —Su voz se hizo más baja, el tono peligroso. Me agarró del brazo, la fuerza de su mano era dolorosa—. No quiero que me ignores.
Me soltó y retrocedió, intentando recuperar el control.
—Siéntate. Come. Y luego, me darás el informe sobre tu plan de trabajo de fin de semana. No quiero que uses a tu amiga como excusa para estar con otros hombres.
Nos sentamos. Comencé a comer, sintiendo que cada bocado era un acto de desafío.
—He pensado en tu situación. No puedes pagar tu transporte —dijo, tomando un sorbo de agua—. Y no quiero que tu hermano te dé dinero. De ahora en adelante, te depositaré un estipendio semanal en una cuenta a mi nombre. Usarás ese dinero
