Marcus me dio un empujón suave hacia el pasillo. Yo caminaba, pero mi mente seguía atascada en el piso cuarenta. En eso, me detengo en seco. Mi cerebro, ese órgano que solo funciona bajo presión extrema, hizo una pregunta de vital importancia. —Marcus, espera un momento —me acerqué tanto a él que tuve que alzar la cabeza para verlo. —¿Qué pasa ahora, Luna? ¿Otro colapso? —preguntó, con un suspiro de resignación. —¡No! ¡Peor! —dije, sintiéndome estúpida, pero tenía que preguntar—. Aquí hay baños para mujeres, ¿verdad? Es que no sé, como es una empresa de solo hombres, pienso que... Me mordí el labio. Sentía que mi cara estaba a punto de explotar de vergüenza por preguntar algo tan elemental y tan ridículo. Marcus sonrió, una sonrisa genuina que me tranquilizó un poco. —Luna, es una e

