El beso se volvió un incendio. Alejo se movía sobre mí, su cuerpo una masa de músculo, deseo y urgencia. Mis manos se aferraban a sus hombros, mis uñas marcando su piel. Se separó un momento, mirándome a los ojos. Su aliento era caliente y agitado. —Dime que me deseas, Luna. Dímelo —susurró, con una voz profunda que me hacía temblar. No puede ser… ¡Más acción y menos habla! Una semana sin tenerlo tan cerca, sin tener nada de nada, ¡no es momento de hablar! Quiero que me folle, que me devore, que me haga suya. Sé que me escucho como una maldita pervertida urgida, ¡puede que sí! La hermana de Alejo tiene tanta culpa como mi deseo de que me posea, ya que toda la semana he visto más porno que una novela romántica. —Te deseo —jadeé, mi voz se rompió. Él sonrió con una satisfacción depre

