—¿Qué? ¿Qué pasa, doctor? —preguntó Moisés, alarmado. —¡Está funcionando el aparato, pero no tenemos con quién usarlo! —dijo el tipo. —¿Qué? ¡Ven! ¡Lo dañarán! —gritó Moisés, completamente alterado. Moisés salió disparado, sin siquiera mirar atrás. Yo me quedé con la cafetera encendida. —¿Debería ir? —me pregunté en voz alta. Mi curiosidad era más fuerte que mi sentido común. ¡Claro que sí! ¡El proyecto secreto del Club de Hombres! Asentí, dije "ni modo", y me fui detrás de ellos. ¡Sí! Curiosa como un gato, seguí a Moisés y al doctor por un par de pasillos de oficinas. Llegamos a una puerta de acero. El doctor introdujo un código, y la puerta se abrió con un silbido de aire. Entramos. La habitación era un laboratorio. Computadoras, cables, y una enorme pantalla de LED que mostraba u

