Planes de fiesta

1207 Words
+++++++++++++ Salí del taxi y caminé las tres cuadras restantes hasta una cafetería. No era un lugar de lujo, solo un sitio sencillo, con mesas de madera y un olor reconfortante a café tostado. Entré y pedí lo más básico que mi presupuesto y mi estado de ánimo me permitían: un café solo y un par de galletas de avena. Me senté en un rincón, con la carpeta de mi currículum como mi único escudo. Ash. Me sentía frustrada, tan profundamente frustrada que el sabor amargo del café era un reflejo de mi alma. Me vi la mancha de salsa en la camisa de Lucia. ¡Dios! Era horrible. Un desastre de dimensiones épicas. Había más de una mirada de clientes que me veían con curiosidad o con desdén, y no los culpaba. Parecía una vagabunda que había asaltado un puesto de perritos calientes. Comprendía el odio. Soy un asco, pensé, sintiéndome pequeña e insignificante. Luego de tanto, sí, de tanto que estoy aquí, al final saqué mi celular. Eran las 11:45 am. Y de repente, el móvil vibró en mi mano. Era Violeta. —¡Reunión de chicas! —su voz vibró al otro lado de la línea, con su entusiasmo habitual—. Vamos el fin de semana a una fiesta de disfraces, ¿recuerdas? ¡Y hoy debemos ir por ellos! Prometiste ir. Así que vamos todas en el almuerzo. Te mando la dirección. ¡Te quiero ahí! No me dejó hablar. Ni siquiera pude balbucear un "Tomás me arruinó la camisa" o un "Acabo de humillarme frente a la empresa machista". Terminó la llamada con un seco clic. Solté el aire contenido. Me sentía frustrada, pero esa llamada, esa orden de diversión, era justo lo que necesitaba. Necesitaba un cambio de escenario, un respiro de mi propia miseria. Me puse de pie. No era necesario pagar, ya había pagado de antemano el café y las galletas. Sí, aquí se paga antes, porque si no, la gente se va y no paga. Ese martirio quieren ahorrarse los dueños. Era un mundo de desconfianza. Salí del café con mi bolso y mi carpeta en la mano. Me llegó el mensaje de Violeta. Miré la dirección. Por dicha, estaba cerca, a unas pocas calles. —¡Aaaah! —Gemí, pero era un gemido de esperanza. Apresuré mis pasos. No iba a pagar por otro taxi por tres cuadras. Ash, qué desastre. + En quince minutos llegué. Sí, no soy un correcaminos, soy una chica común y corriente, y caminar con tacones de Lucia en el centro de Londres es un deporte de riesgo. Llegué a la tienda de disfraces personalizados. Era un lugar lleno de color, plumas, terciopelo y brillantina. Una explosión de fantasía. Ahí estaban. Violeta, Cassidy, Clara y Hannah. Las cuatro, perfectamente vestidas, esperando. —¡Aquí estoy! ¿Por quién lloraban? —dije, forzando la voz para que sonara con ese ánimo alegre que siempre me caracterizaba. Sonriendo para ellas, para el mundo, aunque por dentro estuviera sufriendo. Las cuatro me miraron. Y su mirada se detuvo en el enorme círculo rojo de mi pecho. —¡Luna! ¡¿Qué te pasó?! —exclamó Clara, la más maternal, con un grito ahogado. Violeta se acercó y frunció el ceño. —¿Eso es... kétchup? —Sí —dije, encogiéndome de hombros—. Bueno, primero que nada, arruiné la ropa de mi hermana. Y sí, estoy que quiero ir a una fiesta. ¡Vamos! Y no pregunten más. ¡Necesito ponerme un traje que no tenga un pasado trágico! Mis amigas se miraron entre ellas, pero conocían mis arranques. Si decía que no preguntaran, no preguntarían. Al menos no hasta que estuviéramos con un cóctel en la mano. Entramos y, después de discutir con la dueña, que ya nos conocía, nos llevaron a una sala de vestidores comunal. La dueña, una mujer con el cabello rosa, nos había prometido los "mejores disfraces de la noche". Me quité la camisa de Lucía, sintiendo un alivio inmenso al liberarme de la vergüenza roja. Mi traje me esperaba: Demonio Oscuro. Llevaba una minifalda de vinilo n***o, unas medias negras de red, un top n***o que dejaba ver mi vientre, y unas diminutas alitas de murciélago en la espalda. Tenía una mancha de rojo... ¡Pero esta era intencional! Era un top n***o manchado de rojo sangre falsa. Me lo puse. El contraste con el traje ejecutivo de Lucia fue liberador. La minifalda era ridícula, las medias de red obscenas, y me sentía caliente. El alter ego desastroso que había conocido anoche estaba de vuelta, pero esta vez, con un toque más oscuro. Las demás salieron de sus vestidores. —¡Dios mío! —exclamó Hannah, riéndose. Violeta era una Enfermera Sexy. Llevaba un vestido blanco y ajustado que apenas le cubría el trasero, con detalles rojos y una cofia ridícula. Lucía pura. Cassidy se había transformado en una Abogada Sexy. Llevaba una falda lápiz de cuero y una americana abierta sin nada debajo. Sus gafas de pasta ahora eran un accesorio de dominación. Clara estaba disfrazada de Doctora Sexy. Un conjunto de bata blanca y un corsé rojo, con un estetoscopio colgando. Las cuatro nos miramos. Éramos una oda a la rebeldía del post-grado. —¡Me veo como una puta de carretera! —gritó Clara, riendo con su dulzura habitual. —¡Yo parezco que perdí una batalla contra el kétchup y gané una con el infierno! —grité, haciendo una pose de demonio. Violeta, la pragmática, nos evaluó. —Parecemos cuatro fantasías hechas realidad. Ahora, a pagar. ++++++++++ Estábamos en la sala de vestidores, admirando el desfile de desastres sexys que éramos. La falda de mi disfraz de Demonio Oscuro me hacía sentir peligrosa. Estaba a punto de ponerme las alitas ridículas, cuando mi teléfono vibró. Un número desconocido. —Debe ser Tomás intentando disculparse con otro perfil falso —murmuré, con la voz llena de desdén. Respondí sin mirar, con la intención de colgarle de inmediato. —¿Hola? —Mi tono era cortante, cero profesional. —Sí, hola —respondió una voz masculina, educada, con ese acento londinense que sonaba a dinero. Era demasiado respetuosa para ser Tomás. —Hablo de la empresa Blackwood Global Marketing. ¿Hablo con la señorita Luna Grace Bennett? Me quedé helada. La varita de cuernos de diablo que estaba a punto de agarrar se me cayó de la mano. Hice una mueca de incredulidad a mis amigas. —Sí, soy yo —respondí, mi voz apenas un susurro. —Perfecto. La llamo para notificarle que su solicitud para la pasantía ha sido seleccionada. Nos gustaría que se presente en nuestras oficinas centrales en un plazo máximo de quince minutos. Tenemos unos documentos urgentes que firmar. —¡Esto es una broma! —Solté un grito fuerte, histérico, haciendo que mis amigas saltaran—. ¡No puede ser que jueguen con esto! ¡Esa empresa me acaba de rechazar! ¡Nooo! ¡Eso nooo! ¡Me acaba de poner en mi lugar y me dijo que no aceptan mujeres! ¡No puede ser que me diga y me ilusione! ¡No acepto ese tipo de juegos! No es justo, no pueden jugar con mis sentimientos.
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