La quiero en mi empresa

1727 Words
+ALEJO+ El sonido del tacón de esa mujer desordenada al chocar contra el mármol, seguido de un ¡crack! y su inevitable caída en mis brazos, me dejó sin aliento. Un aire cargado de whisky barato y ese perfume dulzón, pero adictivo, me envolvió. Me he quedado sin palabras, cosa que rara vez sucede. Marcus, mi mejor amigo y vicepresidente, estaba a mi lado. Se inclinó hacia mí, todavía conteniendo la risa por la escena que acababa de presenciar. —Es la chica de ayer, ¿verdad, Alejo? —murmuró, sus ojos azules brillando de diversión. Asentí, mi mandíbula tensa. —Sí, es ella. Marcus soltó una carcajada, una explosión ruidosa en el silencioso vestíbulo de Blackwood Global Marketing. —¡Le dijiste que eras el dueño de la compañía! —preguntó, entre risas. Negué con la cabeza. —No se lo dije. No sé cómo demonios se le ocurrió a la chica venir aquí. Es valiente. O tonta. O ambas. La solté, dejando que recuperara el equilibrio, y me dirigí al ascensor privado. La sola presencia de Luna Bennett, con sus ojos color miel llenos de pánico y sus mejillas encendidas por la vergüenza, había roto el orden de mi mañana. Y eso era inaceptable. —Investígala —ordené, sin mirarlo, tecleando el código para mi piso—. Quiero saber todo de ella. Y quiero que entre. Marcus dejó de reír al instante. Su rostro se puso serio, el cambio de un playboy a un ejecutivo en un segundo. —¿Qué? —preguntó, con la voz cargada de incredulidad. Mientras avanzaba al ascensor, las preguntas de Marcus vinieron a borbotones. —¿Por qué? Nunca lo hemos hecho, Alejo. Sabes que es una tradición, una de las pocas que quedan desde el abuelo. Esto sería un escándalo. Nooo, vendrían más mujeres y... Abrí la puerta del ascensor, deteniéndome en el umbral. Giré mi cabeza y clavé mis ojos gris metálico en los suyos. Mi mirada no fue una súplica, sino una orden absoluta. —Te dije que la quiero a ella. Soy el que manda aquí, ¿entiendes, Marcus? Marcus suspiró, bajando la mirada en señal de sumisión. —Sí —dijo en voz baja, la frustración era palpable. Levantó la vista, y esa mirada de complicidad de veinte años de amistad regresó—. Pero recuerda que soy tu amigo, Alejo. Si me meto en este lío corporativo por una pasante borracha, al menos dame una buena razón. Sonreí, esa sonrisa que rara vez aparece, pero que, según dicen, derrite. Una sonrisa llena de control y de anticipación. —Ella me mordió el labio anoche, Marcus. Y la dejé correr. No me gusta que me dejen con ganas. Quiero saber si ese caos en la pista de baile se traduce en ingenio de marketing. Y quiero saber hasta dónde llega su valentía. Marcus negó con la cabeza, pero ya estaba sacando su teléfono. Sabía que obedecería. Él es mi amigo y el vicepresidente. Lo es por las acciones que heredó de su padre y porque es un buen elemento para esta empresa. Mi mejor amigo. Pero, en última instancia, yo soy el CEO. Soy el CEO de esta empresa, no cualquier empresa. CEO y fundador de Blackwood Global Marketing, una de las empresas más influyentes de marketing digital y corporativo en Europa, con sedes en Nueva York, París y Tokio. Tengo mucho que dar. A mis 38 años tengo mucho, y ese mucho es el imperio que me rodea. ¿Tengo novia? No. Las relaciones son distractores que consumen tiempo y energía. ¿Me he casado? Absolutamente no. El matrimonio es un contrato innecesario cuando puedes tenerlo todo sin firmar nada. ¿Tengo aventuras? Sí. Soy un perro en la cama con las mujeres. Mujeres que selecciono meticulosamente: inteligentes, elegantes, que entienden las reglas. Mujeres que no esperan un Buenos Días ni un Te quiero. Solo esperan control y placer. Mi empresa y todas las sedes siguen la tradición del abuelo, continuada por mi padre, que se ha jubilado, y ahora todo me queda a mí. Está a mi cargo. El "Club de Hombres Blackwood" es una tradición de más de setenta años. Es una barrera de control, de orden. Contratar a una mujer será algo difícil, lo sé. Tendré que enfrentarme a la junta, a los viejos dinosaurios, a los empleados que ven este lugar como su refugio masculino. Pero no es imposible. Quiero conocerla. Quiero ver cómo esa chica de ojos miel, con la capacidad de caerse en mis brazos y hablarme con esa desfachatez, se desenvuelve en mi mundo de trajes, corbatas y reglas. ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ Entré a mi oficina. El ático en el corazón de Londres, con sus ventanales de suelo a techo, ofrecía la vista habitual sobre el Támesis, pero mi atención estaba en otra parte. La frialdad minimalista de la decoración, los tonos grises y el lujo sobrio no podían calmar la extraña agitación que esa mujer, Luna Bennett, había provocado en mi ordenado universo. Dejé caer mi chaqueta sobre el sillón de cuero, el peso ligero de una tela de encaje n***o en el bolsillo interior era una irritación y, a la vez, una tentación. Mis ojos se fijaron en la pared de pantallas de datos. La calma que buscaba en la tecnología no llegaba. Unos segundos después de entrar, la puerta se abrió y Marcus, con su ritmo rápido y nervioso, irrumpió. No necesitaba que lo llamara; él sabía que cuando yo quería algo, lo quería ahora. —La hemos encontrado en el sistema —dijo, cerrando la puerta con un golpe sordo—. Sí, no fue tan difícil encontrarla, ya que te aprendiste su nombre y apellido. Y sí, ella es: Luna Grace Bennett. Edad: veintidós años. Estudiante universitaria de Marketing, cursando su último semestre. Vive en Bethnal Green. Marcus me miró con una ceja levantada, esperando la siguiente orden. Sabía que la información era solo el preámbulo. —Suficiente —corté, mi voz firme. Me acerqué a mi escritorio de caoba y me senté, recostándome en el respaldo de mi silla ejecutiva. —Quiero la entrevista —ordené. Marcus se llevó la mano a la nuca, un gesto de frustración. —Alejo, sabes que eso es un problema. ¿Quieres que la entreviste yo? ¿O que te la traiga ahora? Puedo inventar que es para una... —Nooo —lo interrumpí, mi mirada fija en un punto distante del Támesis. El juego no sería tan simple—. Que lo haga normal. Una entrevista normal, como a todo el que entra. Se aceptará, claro está, y estará en Marketing, en esa área como ayudante. Marcus abrió la boca para protestar, pero lo detuve con un gesto de la mano. Aún no terminaba la orden. —Y la quiero siempre trayéndome café —dije, sintiendo la sonrisa de control dibujarse en mis labios—. Y que le ayude a mi secretaria. Quiero saber qué tanto puede ella soportar. Marcus se quedó inmóvil, procesando la orden. Entendía la sutileza de mi plan. Ponerla en el área de Marketing le daría la oportunidad de demostrar si su "ingenio de marketing" valía algo, pero ponerla a mi servicio personal, en tareas serviles, pondría a prueba su carácter. —Ella quería estar aquí —continué, la voz baja, casi un murmullo posesivo—. Vino a las puertas de mi empresa, Marcus. Y yo le quiero dar una oportunidad. Me recliné más en la silla. Crucé mis manos sobre el escritorio. La frialdad de mi control regresaba. —Y no solo porque me la quiera llevar a la cama, nooo —dije, sabiendo que Marcus pensaba eso y que tenía que establecer las reglas—. No hay privilegios, y eso lo sabes a la perfección. Es una pasantía, Marcus. Si es tan brillante como cree, sobrevivirá. Si es tan solo "un hermoso desastre", se irá antes de la semana. En realidad, mentía un poco. Claro que me la quería llevar a la cama. Ella era fuego y caos, y yo era orden y hielo. La colisión era inevitable, y yo anhelaba el estallido. Pero el sexo nunca ha dictado mis decisiones de negocio. Si entraba a Blackwood, sería porque yo quería verla luchar, quería controlarla en mi entorno. El deseo era un extra. —Bien —dijo Marcus, su tono resignado. Sabía que argumentar era inútil—. Hablaré con Recursos Humanos y le daré las instrucciones a la señorita Evans. ¿Quiere que le diga que espere una llamada hoy? Asentí. —Sí. Y asegúrate de que la entrevista sea solo una formalidad. Su puesto ya es mío para dárselo. Y asegúrate de que sepa, de alguna manera, que la excepción a la regla del 'solo hombres' la hice yo. Marcus asintió. Él sabía que el poder no se exhibe gritando; se insinúa con cada orden. Y esta orden, que rompía la tradición de décadas, era la mayor demostración de poder que podía dar. —Y Marcus —dije, deteniéndolo antes de que saliera. —¿Sí, Alejo? —Quiero que el recibimiento sea... memorable. Que sienta que cada traje, corbata y mirada la desnuda. Que sepa que este no es su lugar. Ella cree que somos un club de satanismo, ¿verdad? Una sonrisa fría y cruel apareció en mi rostro. —Pues que sienta la presión del infierno. Marcus sonrió, su lealtad por encima de su moral. —Entendido, Jefe. La Pasante Bennett tendrá una bienvenida infernal. Salió de la oficina. Me levanté y caminé hacia el ventanal. Luna Grace Bennett. Veintidós años. Una combinación de whisky, sarcasmo y una valentía estúpida que me había provocado hasta la médula. Saqué la pequeña prenda de encaje de mi bolsillo. La tela era suave, con olor a su perfume floral, y la sostuve entre mis dedos. No era una simple prueba de una aventura, era una ficha de control. Ahora, ella no podía huir. Sabía dónde estaba. Sabía que yo la tenía. Me senté de nuevo, mis ojos fijos en la prenda. Era el caos en mi orden. Y ese caos, ahora, trabajaría para mí. Haría mi café. Tendría que obedecer. Bienvenida a Blackwood, Luna. El infierno de la pasantía acaba de empezar. Y yo seré el único que la querrá en su cama, mientras todos los demás la desprecian o la desean.
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