Moisés vino a mi rescate de inmediato. —¿Te encuentras bien, Luna? —preguntó, intentando ayudarme a levantar. —Sí —dije, luchando contra el dolor punzante. Vi el desastre: tazas quebradas, el café derramado por todo el piso, el vapor aún subía. El hombre que me había chocado, en lugar de disculparse, me miró con desprecio puro. —¡Qué estúpida eres! Si dejaras de ser mujer, no sé por qué te contrataron. ¡Ni un café puedes servir! Iba a responder, la furia me ahogaba. En ese momento, apareció Dante. —¡¿Qué es todo este alboroto?! ¡¿Qué es esto, Luna?! —dijo, escaneando la escena: el charco de café, la porcelana rota, y yo, cojeando. Sí, me dolía la rodilla, pero era tan fuerte que no iba a permitir que me vieran débil. —Lo siento, fue un accidente —dije, luchando por mantener la com

