Irene. —¿Dónde has estado? —gritó Steve tan pronto como crucé el umbral del apartamento. El sonido de su voz resonó como un látigo, cargado de frustración. Apenas cerré la puerta detrás de mí, sus ojos me perforaron con una mezcla de rabia y ansiedad. —¿Por qué estás gritando? Asustarás a la niña —respondí con una calma deliberada mientras me acercaba a Viola y la tomaba en mis brazos. Su cuerpecito, cálido y pequeño, era un refugio que me ayudaba a mantener la compostura. —¿No piensas en absoluto con la cabeza? ¿Cómo pudiste dejarla con un extraño? —espetó con un tono aún más duro, aunque sus palabras traicionaban una preocupación real. —No. La dejé con su padre —me opuse con firmeza, mirándolo directamente a los ojos. Steve parecía impactado por la respuesta. Su rabia se disipó lig

