Irene Por supuesto que quería creer en un milagro. En la bondad de la gente, en particular. ¿Por qué las buenas acciones no podían ser simplemente buenas acciones y no trampas ocultas, manipulaciones diseñadas para hacerme dudar de mi cordura? Nada en mi vida sucedía porque sí, sin un motivo ulterior o una consecuencia oculta. Aprendí bien estas lecciones a lo largo de los años y, por eso, no iba a aceptar con el corazón abierto el apoyo de nadie, mucho menos de alguien en quien no confiaba por completo. Porque siempre, al final, todo lo bueno tenía un precio, y era un precio desmedido. Había que pagarlo al triple de su valor, y no siempre en la misma moneda. Sabía esto porque lo había vivido. Cada decisión, cada pequeño favor recibido, terminaba costándome más de lo que podía soportar.

