Capítulo 5

1237 Words
Narra Alessandro.  Un día más en aquel instituto de Madrid donde me había tocado trabajar: IES San Isidro. Me habían asignado dos cursos: tercero de la ESO, y segundo de Bachillerato. En tercero, tenían 32 alumnos y era un auténtico desastre. Eran niños rebeldes hormonales incapaz de controlar sus tonterías. Habían muchas cosas en ellos que me habían reemplazado si sus padres los educaron. Pero bueno, es lo que hay. En cambio, en segundo de bachillerato, los alumnos eran más pacíficos. Bueno, habían perdido pero pocas. El primer día me llegará tarde dos alumnas, las cuales tengo en el punto de mira. Otras dos alumnas tuvieron "coqueteando" conmigo, o mejor hicieron el intento. Era una clase 20 personas y estaba bastante bien. Todos atendían frecuentemente bien y se podían dar clase. Aunque el nivel medio de esa clase era medio. Ni alto ni bajo. Les hice el primer día un examen evaluando su nivel y hoy di los resultados uno por uno. - Daniel Galindo.- llamé al chico de ojos marrones y pelo castaño que habla con una chica morena de cabello corto. - Aquí estoy.- me sonrió. No les iba a enseñar los exámenes, solo a hablar con ellos. - Tienes un nivel alto en esta materia y eso te da puntos si quieres ir a la universidad. ¿Qué quieres estudiar? - Comercialización. - Pues perfecto, sigue así y sacaré muy buenos resultados.- dije palmeando su hombro suavemente. - Gracias, profesor. - Sonriendo sonriendo. Se convirtió de la silla que había al lado de mi mesa y volvió a su asiento. - Raquel Vargas.- llamé a una de las chicas que me coqueteó ayer. Era pelirroja y tenía cara de maleante. ¿Pero quién era yo para juzgar a alguien? - Hola profe.- sonrió sentándose en la silla. - Vas fatal, tienes un nivel bastante bajo que te costará el curso. Debes estudiar más y subir un poco la nota porque sino, no puedes acceder a la universidad. - Claro.- dijo con la cara descompuesta. - Lorena Fernández.- llamé. La chica de pelo corto, qué ayer llegó tarde, se sentó en la silla. - Hola.- dijo con voz cansada. - ¿Te encuentras bien? Pregunté - Si. - Bueno. Lorena tienes un nivel medio-alto, eres bastante buena pero debes mejorar si quieres conseguir notas altas. Por lo demás... no llegues tarde y haz las tareas, valoro mucho el interés. - Gracias profesor.- dijo levantándose y caminando a su asiento. - Maia García.- llamé y nadie respondió.- Maia García. Repetí. - Profesor.- me llamó Lorena.- Maia no ha podido venir, ha tenido unos problemas... personales. - ¿Se le ha muerto su madre ahora?.- habló con un toque de maldad, Claudia. - Cállate Claudia.- dijo Daniel. - Claudia, nadie te ha dado vela en este entierro, así que cállate por favor.- dije y ella abrió la boca sorprendida. Miré a Lorena y asentí.- Gracias Lorena. - Nada. Seguí dando los resultados a los alumnos qué quedaban hasta terminar la lista. Me había quedado pensando en esa chica. En Maia. Maia era una joven estudiante de 17 años. En su expediente ponía que era propensa a faltar y era muy distraída. Su madre era la que siempre venía a las reuniones del tutor, o de algún profesor. Su expediente académico estaba limpio, ni un parte, ni una expulsión, nada. Sus notas siempre han sido medias-altas y la peor asignatura que tenía era la mía. Su nivel era bajo, de los peores, por eso le impartiría mi tutoría durante unas semanas. Oí el timbre sonar y empecé a recoger mis cosas. Las metí en el maletín y salí del aula. Ésta había sido mi última clase así que me metí a mi coche —un Audi a5– y dejé mi maletín en el asiento del copiloto. Llegué a mi casa en menos de diez minutos y metí mi coche en el garaje. Mi casa consistía en tres pisos. La parte de abajo era como una sala de juegos y también estaba el garaje. El segundo piso consistía en tres habitaciones: salón, cocina, baño, y una puerta que daba a la piscina de la casa y al jardín. La parte de arriba eran las habitaciones. Habían 4 habitaciones y dos baños espaciosos. Entré por la puerta de mi casa y cerré con llave. Cogí el teléfono de casa y llamé al número de la madre de Maia. Todo profesor debe llamar si falta un alumno. Bueno, a los dos tonos me contestó. - ¿Si? Su voz era dulce pero de una mujer adulta. - Buenas tardes. Soy Alessandro Belli, el profesor de matemáticas de Maia García. ¿Es usted su madre? - Si, me llamo Ana García. Siento muchísimo que Maia haya faltado pero ayer tuvo un accidente y se encuentra mal. - Oh, lo siento muchísimo. ¿Es grave? - No, tranquilo. En unos días podrá volver a clase. - En ese caso, muchas gracias y que se mejore. Adiós señora. - Adiós. Colgué y dejé el teléfono en su sitio. Me fui a mi habitación y puse mi ropa bien puesta en la cama. Me cambié mi ropa por el pijama y bajé al salón. Dejé mi maletín en la cocina y empecé a cocinarme algo. Oí mi móvil sonar y vi que era mi hermana, Vittoria. - Hola pequeña. Hablé cuando le di a contestar. - ¡Ciao fratello! Gritó en italiano. - ¿Qué tal estás? - Bien. ¿Y tú? - Muy bien. Los alumnos son un poco rebeldes pero bien, supongo. - Me alegro mucho, fratello. - Y yo por ti, sorella. - Angelica llamó hoy. Me puse en alerta enseguida. Angelica era mi novia desde hace cuatro años, pero simplemente ya no era lo mismo. - ¿Qué dijo? - Qué se va de viaje con sus amigas a Malta, muchos besos para ti y para la familia Belli Fiore. - Oh, está bien. - Alex, ¿la quieres? - Sabes perfectamente que si, Vittoria. - Es que... papá y mamá dicen que cada vez estáis peor y no sé, en mi opinión sino la quieres déjala. - No es tan fácil, Vittoria. Además, no les hagas caso a nuestros padres, ya sabes como son. - Tienes razón. Oye ¿podré ir a verte en Navidad junto con mis padres? - Claro que si, sorella. - ¡Grazie, grazie! - De nada, Vittoria. - Debo irme, mamá acaba de llegar y supuestamente estoy estudiando. ¡Ti amo! - Adiós pequeña. Te quiero. Dejé mi móvil tras colgar la llamada encima de una mesa y puse mi comida lista en un plato de la vajilla. Me senté en la mesa y empecé a devorar mi plato. Tras comer, fui a corregir las tareas de los chicos, lo que me llevó unas dos horas. Al terminar todo, me fui al sillón y puse la televisión. Los profesores también descansábamos. (...) Al día siguiente, llegué a la sala de profesores a las 8:10 de la mañana. - Buenos días. Dije al entrar con buena educación. - Buenos días, Alessandro. Habló la profesora de Inglés, la señorita Amparo. - ¿Qué tal? - Bien. ¿Y tú? - Bien. Empezando la mañana con una sonrisa siempre. - Pues si, te ves bien sonriendo. Esta profesora se caracterizaba por lanzar piropos a todo el mundo. Y a mi me llevaba cosido a piropos desde que llegué. - Gracias. Cogí mis cosas y caminé hasta la clase que me tocaba: segundo de Bachillerato. Entré y todos me miraron. Empezaron a sacar sus cosas y yo me senté en mi asiento. - Buenos días, chicos. - Buenos días.- dijeron a la vez. - Voy a pasar lista y empezamos.- dije.- Daniel Galiendo. - Aquí. - Saray Flores. - Aquí.- habló la chica de pelo verde. - Lorena Fernandez. - Aquí. - Claudia Ruiz. - Aquí, profe. Maldito incordio. - Paula Sanchez. - No está.- hablaron por ella y le puse una F, de falta. - Hakim Massarem. - Aquí. - Juan Pedro Paredes. - Aquí señor. - Maia García. - No ha venido.- habló Lorena. La miré y asentí. En un minuto terminé de pasar lista y empecé la clase. Maia no había venido, y con ello, mis preocupaciones por ella volvían.
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