Una gota.
Dos gotas.
Tres gotas.
Empecé a reprocharme el no traer una sombrilla conmigo, lo había dicho el meteorólogo canoso de ese noticiero, no es como si no lo hubiese escuchado, simplemente nunca acertaba, justo tenía que hacerlo hoy. Tampoco podía culpar al hombre, el color del cielo me advirtió lo suficiente, pero no, ¿por qué llevar la estorbosa sombrilla? Bueno, ya era tarde para arrepentirse, muy pronto estaría empapada, a menos que me apresurara. No faltaba mucho, solo media hora, tal vez quince minutos si corría, para llegar al colegio. ¿Por qué no tomar el bus? Esa era la pregunta que esperaba no tener que responder y si llegaba tarde o empapada tendría que hacerlo, así que al sentir la gota número 17 el pánico me invadió, ¿por qué las estaba contando?, debía dejar de contar.
—Respira, solo respira —me dije.
Las gotas se detuvieron, ya no las sentía en mi cabeza, pero seguían cayendo, por un momento creí que otra vez estaba imaginando cosas, que estaba completamente loca, hasta que sentí su respiración en mi oído.
—¿A dónde fuiste la otra noche? —preguntó Max.
—Lo siento, no me sentía bien —me excusé.
—Eso creí —se acercó un poco más.
—Linda sombrilla —me burlé al ver el color rosa.
—Es de mi hermana —explicó avergonzado —, será mejor que no te rías o no la compartiré más contigo —advirtió.
Y aun así no pude evitar reírme, para luego gritar por las frías gotas que cayeron sobre mí por unos segundos.
—Lo siento —fingió arrepentimiento —. Eli… —su expresión cambió a preocupación —, ¿estás realmente lista para esto? —se detuvo esperando por una respuesta.
—No lo sé; pero, lo necesito. Necesito esto —trate de ser lo más honesta posible.
Max asintió.
—Lo entiendo —se pasó las manos por el cabello, al parecer no lo entendía del todo y no sabía cómo proceder en la situación.
Me llevó en silencio hasta la puerta y luego se marchó para encontrarse con alguno de sus amigos. Busqué a Jane y la encontré con Emma, con sus rizos negros y azules, su piel era demasiado blanca y sus ojos grises me aterraban, no era mi persona favorita, pero ahora mismo no me importaba.
— Hola, chicas —saludé.
Jane sonrió, Emma por otro lado, parecía como si alguien la hubiera golpeado en el estómago, realmente no sabía cómo reaccionar a eso. Lo que me molestaba es que no era la única, todos parecían mirarme a mí y a Jane; pero, en su mayoría los ojos se quedaban más en mi, los veía, los sentía, ¿debía ignorarlos? Era mejor a tener su lástima.
—Bueno, Emma, ¿vas a decir algo o vas a seguir mirándome como si fuera a enloquecer en cualquier momento? —hice una pausa —, tú solamente dime, porque el tiempo está corriendo y nuestra clase no es que esté a cinco pasos.
—Lo sien… —trató de disculparse.
—Detente ahí o te golpeo —pensaba hacerlo, estaba cansada de escuchar las mismas respuestas y aunque estaba siendo dura, sentía que esta era la única forma de ponerle fin.
—Bien, vámonos —evitó mi mirada sintiéndose avergonzada.
—No, fui yo quien se comportó como una loca, solo olvídalo —decidí ir delante de ella para no mirarlas a la cara, además quería llegar rápidamente a mi asiento.
Fue entonces cuando detallé el pasillo, el suelo seguía siendo de color blanco, estaba más limpio que de costumbre. Luego las paredes de un amarillo pálido, con algunas grietas, ¿grietas? Sacudí la cabeza y miré de nuevo, sin grietas, las puertas se veían como nuevas, todo seguía igual, todo excepto yo.
—¿Eli? —me detuve a tiempo.
—No creí que vendrías —Jake puso sus manos en mis hombros —, pero aquí estas, gracias a Dios que viniste. No podemos dejar que este mundo se derrumbe de repente —me sacudió un poco —. Ey, Luca, me debes dinero, gané —me hizo a un lado y siguió su camino. Sabía que tanta amabilidad no podía ser verdad.
Increíble, habían hecho una apuesta sobre si la “posiblemente loca” chica que perdió a sus amigos en un accidente, regresaría al colegio, luego de vacaciones. Era oficial, Jake seguía estando en mi lista de personas irritables y también de personas misteriosas, de todos los chicos, era quien tenía el cabello más corto, apenas y se podía notar que tenía el mismo color que el mío. Pero, lo que lo hacía misterioso es que siempre decía algo extraño y aparecía frente a mi cuando menos lo esperaba.
—Increíble —pensé en voz alta.
Mis piernas se movieron de nuevo sin afán, empezaba a sentir que todo estaría bien, podía hacer esto. No era para nada complicado entrar al salón, prestar atención, tomar apuntes, fingir que realmente me interesa, mirar por la ventana y esperar que el tiempo pase volando. Bastante simple.
Ojos negros llamaron mi atención, junto con aquella sonrisa llena de maldad, era él, el chico del cementerio. Solamente hasta ese momento lo observaba detenidamente, con sus cabellos negros que lograban casi ocultar sus ojos, era de espalda ancha y mucho más alto que yo, medía tal vez un metro ochenta y dos de altura y su mirada se dirigía en mi dirección, rodeado de una multitud de estudiantes tratando de no llegar tarde a sus clases. Él se encontraba allí en completa quietud, mirándome, observándome. Llevaba una camiseta negra que dejaba al detalle sus músculos, gritando peligro, eso era todo lo que podía pensar.
—Eli, ¿Qué tanto ves? —Jane trataba de entender por qué me había detenido.
—Vamos, llegaremos tarde —me recordó Emma.
Me obligué a apartar la mirada mientras Jane trataba de arrastrarme con ella, entonces devolví la mirada al chico; pero, allí no había nadie. Fue por solo un segundo, desapareció en solo un segundo, ¿a dónde fue? ¿Quién era? Decidí no pensar más en el asunto y tratar de sobrevivir a ese día.
Y eso era lo que haría.
No me di cuenta sino hasta que llegó el corto receso, que no sabía a dónde iría, recuerdo que Alison y Susan siempre peleaban sobre ello, era mejor no estar en medio de ellas, solo esperabas a que alguna de ellas ganará y finalmente te dirigías al lugar elegido para comer. ¿Cuál era el lugar de hoy?, me pregunté continuamente mientras todos se encontraban con su grupo de amigos y por primera vez me di cuenta que esa no fue una buena idea, ¿en qué estaba pensando? Estaba a punto de buscar una salida y huir cuando alguien me llamó.
—Eli… Jane, he decidido que nos acompañarán hoy —Max posó su mano en mi espalda, llevándome con él.
—Seguro, ¿por qué no? —dije.
Me sorprendió con la guardia baja, no lo vi venir, Max lo tenía todo bajo control y no me importaba. Al menos por unos pocos minutos, quería entregarle el control a alguien, porque el mío se estaba desmoronando.
Levanté la mirada para ver quienes me observaban, al primero que vi fue a Jake, con su sonrisa de chico malo, siempre en busca de un poco de diversión, luego estaba Emma, su rostro decía que quería evitarme y había fallado, también vi a Kate, solo esperaba que no abriera la boca o esto no terminaría nada bien y por último…
—Tú —susurré.
De nuevo, allí estaba aquel chico, detrás de todos ellos, como si tratara de esconderse, hasta que me vio y empezó a caminar hacia mí, no te acerques, quería gritar.
—¿Estás bien? —preguntó Jake con una mirada extraña.
—Te ves un poco pálida —dijo Kate con desdén, me irritaba el solo verla, era la típica chica que solo quería llamar la atención, con sus grandes pechos, ropa demasiado pegada a su cuerpo y más maquillaje del que alguna vez se podría encontrar.
—Estoy bien —el chico desapareció de nuevo.
Sí, estaba bien, rumbo a la locura; pero en perfecto estado físico, no mental, porque por alguna razón estaba viendo este chico extraño, a mis amigos muertos y la niña de la ducha, y los demás no. Lo que lleva a la misma conclusión, no podía mentirme al respecto, sin embargo, en ese momento sentía que mentir era lo mejor.
—Es solo que no desayuné —sonreí.
Estuve sentada junto con mis compañeros durante esos pocos minutos en silencio, sonreía y asentía cuando era necesario, mantenía mi boca llena para no recibir ninguna pregunta y excusarme por no ser parte de la conversación, después de todo, mi sándwich de atún parecía más atractivo y menos angustioso. Solamente me hacía sentir mejor el hecho de que vería a mi terapeuta en unas horas.
Tres largas horas.
Que fueron eternas, el reloj, las manecillas, no sé lo que estaba mal, pero no se movían, nada se movía y solo cuando me resigne a no prestar atención, finalmente escuche la campana, chillido o como sea que lo llamen. Yo prefiero decirle, futuro dolor de cabeza, que indica lo tan esperado para todos, que finalmente se es libre y que si no eliges bien a dónde dirigirte, te vas a arrepentir. Eso lo aprendí, tres horas y veinte minutos después, con solo una pregunta.
—¿Y cómo te sientes al respecto? —preguntó mi terapeuta con bastante calma.
¿Qué cómo me siento al respecto? ¿Qué clase de pregunta es esa? Se supone que ella va a ayudarme, no tengo salvación.
—Mmm… Mal —respondí con vacilación —, mis amigos murieron —expliqué para aclarar el punto.
—Por supuesto, pero… ¿Cómo se siente al respecto? —si lo preguntaba una vez más…
—¿Triste? – no sabía qué decir —, dígame usted, ¿Cómo cree que me siento? —al ver el cambio en su expresión, me di cuenta que había pensado en voz alta.
—Señorita, creo que podría sentir muchas cosas.
—¿Cómo qué? —realmente sentía curiosidad.
—Tristeza, enfado, ¿no se ha sentido culpable? —me observó detenidamente.
—¿Por qué me sentiría culpable? —y entonces me arrepentí de haberlo preguntado.
—Por haber bebido, no haber sido capaz de ayudar a sus amigos o tal vez por sobrevivir —se detuvo dándose cuenta de la gravedad de sus palabras —, pero, no debería sentirse culpable, usted no manejaba y tampoco sabía lo que sucedería —trato de hacerme sentir mejor.
Yo no me sentía culpable.
Al menos no, hasta ahora.
Ya me sentía culpable.
—Tiene razón, no fue mi culpa, pudo sucederle a cualquiera —me dije a mi misma.
—¿Ha sucedido algo nuevo? Supe que decidió regresar al colegio, ¿cómo fue tu día? —recordé al chico de cabellos negros.
—En realidad… Bien —me contuve y no dije nada.
—Comprendo —empezó a hacer algunas anotaciones en su cuaderno.
Esto no ayudaba, en realidad sentía que lo empeoraba. ¿Por qué estaba aquí? Por segunda vez en ese día, quería huir, tan lejos como me lo permitieran mis pies, si es que lograba mover algún músculo, porque no podía moverme, me sentía pegada al asiento, sin escapatoria alguna, a merced de la mujer delante de mí, que me observaba de nuevo a través de sus anteojos, con ojos verdes ansiosos de hurgar dentro de tu mente por cualquier información. Empezaba a irritarme su cabello, siempre que se detenía a pensar o escuchar algo, jugaba con alguno de sus rizos de oro o los movía de lado a lado, mientras fruncía los labios. No me agradaba la Señora Grey, ni sus preguntas.
Solamente podía esperar, por algún milagro o señal, cualquier cosa que al menos me recordara porque se supone que recurrí a ella y no a otra persona, otro terapeuta… Aunque, yo no la elegí, ¿lo hizo mi madre? La primera vez no fue tan mal, no me había irritado en lo más mínimo. Fue porque no me encontraba aquí, solo mi cuerpo, no mi mente, fui una especie de robot que solo respondía lo necesario…
Esperen.
¿Cuándo fue la primera sesión?
¿Realmente hubo una?
—Hemos terminado, puedes ir a casa —miré el reloj rápidamente.
Ya había pasado una hora y sentía como si hubiera sido solo media hora. Me sentía confundida, entonces me di cuenta de algo más, ¿Cómo llegué aquí? ¿caminé? No pude haber tomado el autobús.
No lo recordaba.
Y tampoco recordaba cómo llegó aquel frasco de medicinas a mis manos, lo estaba sosteniendo sin recordar haberlo tomado.
—Entonces me iré.
—No olvides las instrucciones —me extendió un papel —, me pediste que te las escribiera —¿lo hice? No, no lo había hecho —, no te preocupes, te ayudaran, ya no tendrás más alucinaciones —dijo con amabilidad. ¿Se lo habría dicho?
— Gracias — le sonreí y me levanté para dirigirme a la puerta.
—Elaine —me detuve inmediatamente —, no olvides nuestra próxima sesión —su voz era autoritaria.
—No lo haré —me apresuré a salir.
Necesitaba irme.