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2825 Words
Antes de morir decides si te entregas para hacerlo en paz, o si luchas aferrándote a ese arraigo de luz que todavía sostienes. Morir aplica para todo, puedes hacerlo literalmente o puedes morir en vida como lo hice yo cuando desperté del coma y me ví embarazada y sola. Fue duro aceptar que acababa de joderme la vida, reparar un ego herido que duele como los mil carajos porque fuiste burlada, luego tener un bebé que no deseas y odiarlo porque te recuerda a quien más te dañó. Definitivamente una serie de sucesos que no le deseo a nadie. Pero también fui fuerte, y valiente. No todas las chicas a los diecisiete años pueden sobrellevar un golpe tan fuerte como ese, otra se habría colgado en la soledad de una habitación, yo no. Quizá porque también era egoísta, tan egoísta como para negarme a perder lo único que él no destruyó… A John. Y sí, en primer momento no lo quise. Pero en el fondo sabía que era mi hijo, y el orgullo no me dejaba abandonarlo simplemente que para no darle el gusto a nadie de decir que Jack acabó con mi salud mental, que sí lo hizo. Pero me rehusé a aceptarlo públicamente. Pasé noches en vela llorando, arrepintiéndome cada segundo por no obedecerle a mi hermano que tanto me lo advirtió, a mi padre que también quiso evitar ese daño. Lamentándome por mí y por ese bebé que no tenía un padre. No miento, cada día que lloraba también lo amaba. Pero con los años ese sentimiento se transformó en el odio que hasta hoy he logrado guardar en lo más recóndito de mi alma para evitar envenenarme el alma por seres que no valen nada. Y finalmente encontré mi camino, con la compañía de mi hijo y de mi familia que jamás me desamparó. Fui una adolescente rebelde jugando a ser grande y allí tuve la lección por no prestar atención. Pero es que de eso se trata todo, debemos aprender a vivir con los errores que cometemos. Desde entonces y para la mala suerte de quienes intentaron llegar a mi después de Jack, no fui la misma. Me encargué de crear una armadura de hierro impenatrable denominada la “Anti hombres”, no volví a salir con uno hasta hace dos años cuando conocí a Paul Zolta. Fue en mi actual empleo, él era uno de los socios inversionistas de la compañía. Es un sujeto preparado y acomodado económicamente hablando; cualquier chica hubiese saltado a sus brazos como una caza recompensas, el problema fue que yo no era cualquier chica, yo era diferente y tenía un trauma, estaba marcada. Hubiesen visto lo cruel que fui con él, y los desplantes vergonzosos que le hice pasar. Yo no quería ni ver en pintura a un hombre y cuando alguna criatura de ese género se me acercaba mi alarma mental se encendía. Tenía que sacudirmelo y ahuyentarlo como fuese. Solía ser mal educada, odiosa, incluso grosera. Pero ese era mi método de protección y defensa. Es que no es fácil volver a creer después de pasar por una desilusión como la que viví siendo apenas una niña. A Paul no le importó que lo rechazara todas las veces que me invitó a salir, ni que lo abofeteara una tarde por decir que era hermosa. Sí, me pasé de la raya, lo admito. Pero después de Jackson veía a todos los sujetos como unos aberrados y sádicos, así que ese halago respetuoso me pareció una ofensa y exploté. Aun así el moreno nunca se rindió e insistió tanto como pudo, logrando que una tarde por fin yo soltara un: “De acuerdo”. Mi madre tenía tanto miedo de que por miedo me perdiera de oportunidades en la vida. Pero se me dificultaba perderle el temor a que la historia se repitiera. Lyly y Tiphanie estuvieron para mí durante cada segundo, animándome a intentarlo con quien es ahora mi futuro esposo. Y debo reconocer que fue lo mejor que pude hacer, porque merecía volver a sentir. Todos necesitamos un amor bonito que te haga vibrar. Paul es caballeroso, detallista, pacífico y calmado, respetuoso y el hombre más correcto que he conocido. Incapaz de alzarme la voz o de referirse a alguien más de forma despectiva, es todo lo que está bien en este mundo. Y la relación que tiene con John es tan especial que ya hasta se ganó la denominación de “papá n***o”. Frunzo el ceño al ver las marcas que ha dejado mi prometido en mi cuello, pequeños moretones rojizos que de seguro con las horas del día se volverán purpuras. Hundo las manos en mi cabello ahora corto a la altura media de mi cuello y lacio, ahora es mucho más claro que antes, la idea fue de Lyly y en un principio no me agradaba mucho, pero me dio un nuevo aire, y me gusta. Volteo y miro a Paúl en la cama apenas cubierto por las sábanas, muerdo mis labios para ahogar una risita traviesa, menuda noche que pasamos. Ya son más de la seis de la mañana, y se me ha hecho tarde. De nuevo. Salgo de la habitación rápido pero sin hacer ruido, para ir a despertar a mi pequeño demonio, al salir es cuando escucho ruidos en la cocina. Aprovecho que soy sigilosa y camino hasta allí, lo escucho refunfuñar por ser tan torpe y no alcanzar no se qué cosa. Doy varios pasos hasta que por fin llego al marco de entrada a la cocina. Y allí está mi bebé. Sonrío cuando veo a mi pequeño de puntillas sobre una silla tratando de alcanzar el cereal encima de la nevera, es tan hermoso y tierno. Su cabello canela está todo revuelto y en cuanto siente mi presencia se sobresalta y empieza a reír porque lo he descubierto en su fechoría. —¡Ajá! —Mami, me asustaste. Camino hasta donde se encuentra y lo cargo para darle muchos besos por toda su carita. John es idéntico a su padre. Recuerdo que cuando lo vi por primera vez no quise cargarlo, esos ojos grises eran idénticos a los de él. También tuve que ir a terapias para aceptar que mi hijo era el clon de Jackson. —Vete a bañar, yo te preparo el desayuno. —lo dejo en el suelo antes de que salga corriendo por el pasillo, riéndose a todo volumen. Mi departamento es pequeño, Paúl quiere llevarnos a vivir con él pero no he aceptado. Viviremos juntos cuando nos casemos, fin del asunto. Así que él todas las veces que puede se queda aquí con nosotros. Me mudé a esta residencia hace un año, había terminado mi carrera por fin. La conseguí por mis propios méritos y por eso no quiero dejarla aún. Debo contar también que estudié aquí en Seattle, por mi embarazo me suspendieron la beca en Francia, así que cuando di a luz pasaron dos meses y después me mudé aquí; y aunque pensé que me rechazarían de nuevo por el hecho de ser madre no fue así, aquí me tendieron la mano. Y cuando Tiphanie y Carlos decidieron venirse para acá entonces me sentí mucho más aliviada. He tenido suerte. Escucho los gritos de mi pequeño y sé entonces que ya Paul despertó. John suele gritar cuando mi prometido le abre la puerta del baño para burlarse de su pequeño aparato reproductor masculino; no lo malinterpreten, es solo bromas. Tobías también lo hacía con Carlos cuando era pequeño. Me río. —¡Que no es chiquito! —El mío es mas grande. —Tu eres un viejo n***o. —¡Johnatan! —grito desde la cocina. —¡Mamá, dile a Paúl que me deje en paz! Me río a carcajadas. Este par no puede quedarse quietos, siempre se están haciendo bromas pesadas, y al masoquista de mi hijo le gusta, aunque al final termina llorando porque no soporta el bullying. —Paúl, deja en paz a John. —Señora, como usted diga. A estas alturas John debe estar de mal humor, sólo le dice Paul cuando se enoja con él. Preparo unos sándwiches rápido, se nos hace tarde a todos, miro una vez más el reloj y al hacerlo palidezco. Dejo todo preparado sobre el tope de la cocina y salgo corriendo hasta mi baño en donde Paúl se encuentra afeitando su barbilla. —Qué bonita luce mi futura esposa hoy. —Siempre, cariño. Después de varios minutos en el cuarto de baño salgo con la toalla a mi alrededor. Debajo del marco de la puerta está mi amado más guapo que nunca, luciendo uno de sus caros trajes y recién afeitado. —John ya está listo, tengo junta en una hora y tú vas tarde. Me encargo del almuerzo, te lo llevaran a la oficina, y al pequeño al colegio… —lo interrumpo con un beso. Paúl es un hombre muy organizado, tiene la manía de controlarlo todo de una manera sana.— Te amo, cariño. Tiphanie dejó un mensaje de voz en el teléfono. Asiento. —También te amo. Para volver a pronunciar esa frase me costó mucho, creo que después de todo sí logré sanarme. Y ya no veo mi pasado como un error, sino como eso, un pasado que me dio experiencia y aprendizaje. Un pasado también pisado, por supuesto. Ellos se van. Hoy John tiene su cierre de proyecto y no podré estar, Tiphanie dijo que se pasaría para darle apoyo, me encantaría ver a mi bebé bailar con sus compañeros, pero hoy hay cambio de jefe en la empresa y no puedo faltar por nada del mundo. Mis nervios están a flor de piel, solo espero que los cambios que se avecinan sean para bien; pues el anterior dueño casi nos lleva a la bancarrota y por eso Paúl tuvo que vender unas acciones e invertirlas, aunque al final se retiró. Decido vestirme sencilla, una falda larga de corte alto negra bastará para darle el toque citadino. Hoy estoy algo deprimida, según los doctores papá ha estado respondiendo al tratamiento, pero sinceramente no noto mejoría alguna. La semana pasada estuvimos en Nueva York por el cumpleaños de mi bebé y lo vi agotado, como si sus ganas de vivir se hubiesen esfumado. Después de despertar del coma hace siete años, Tobías empezó a sufrir de la tensión, todo el estrés por no saber si despertaría aunado a mi embarazo se lo causó, y creo que siempre me sentiré culpable por eso, aunque él constantemente me pide que lo olvide. Hace un año tuvo un infarto, fue bastante fuerte y lo resistió. Pero desde hace unos meses para acá ha enfermado de los riñones, ha estado decaído y silencioso, Marsella muy al pendiente de él, por supuesto, con mucha fe de que mejore, pero sinceramente no creo que eso suceda. Me enjuago las lágrimas con la yema de los dedos y mientras termino de vestirme escucho la nota de voz que Tiphanie ha dejado. —Cam, recuerda que hoy a las seis de la tarde es el chequeo de los preparativos de la boda. Estamos en recta final y quiero que estés al tanto de todos los detalles. —La lagarta, como se quedó, es organizadora de eventos, y es la encargada de que mi boda sea perfecta. Paúl estuvo de acuerdo con que fuera ella después de ver como organizó la boda de uno de sus socios. Es toda una experta—. Me preocupa tu vestido, aún no lo escoges y solo falta un mes para que te cases, estoy muy estresada… ¡Sophie, deja eso allí! ¡Carlos, bájala de allí!... Ni siquiera puedo trabajar en paz, que insólito… Llámame en cuanto puedas, las invitaciones ya están listas. Vaya… El tiempo ha pasado volando. Solo treinta días y seré Camille de Zolta. ¡Increible! Miro el anillo en mi mano y es imposible que una sonrisa no se me escape. Soy la mujer más feliz del mundo, todo está donde debe estar. Me aplico un poco de maquillaje y tomo mi cartera para echarme a correr por el departamento, ya se me ha hecho muy tarde y todavía me falta atravesar el pesado tráfico de la ciudad. Últimamente me he convertido en una maniática de la puntualidad, pero justo hoy, que debo estar temprano en la oficina, voy tarde Que joder con mi mala suerte. Cojo los tacones y salgo de allí descalza, por fortuna estoy en el piso cinco, así que me voy por las escaleras, si me pongo a esperar el ascensor llego mañana. Ya empiezo a estresarme y odio hacerlo porque empiezo a sudar como un gorila asqueroso. No sé que tiempo me toma llegar al edificio de la compañía; lo que sí se es que cuando me bajo del auto son mas de las siete y media de la mañana. Que vergüenza. Carrick atrapa las llaves de mi auto que les lanzo al aire como todos los días, para que lo estacione, y con mis incómodos tacones y mi pesada cartera emprendo camino. La mañana es fresca y la entrada está muy transitada. En cuanto atravieso la entrada, visualizo la recepción, las mujeres están mas alborotadas que de costumbre y parlotean sin parar Todas las miradas caen sobre mí. Si, ya me he acostumbrado a ser el centro de atención, desde que Paúl y yo empezamos nuestra relación es imposible pasar desapercibida, las malas lenguas de la corporación me pusieron como una perra interesada, y otros solo se dedicaron a cotillear sobre lo mal que es tener un hijo y que te lo críe un sujeto que no es su padre. Admito que al principio esos comentarios me hacían entrar en depresión y crisis de nervios, pero Paúl me ayudó con eso, y ahora se me hace de total indiferencia lo que digan o dejen de decir de mí. He aprendido que cuando te dan tanta importancia es porque eres importante, y sí que lo soy para esta empresa. Sin ánimos de superioridad y echonería, claro. —Hola, Cynthia, buenos días. —Cynthia es una mujer de unos treinta y cinco años, es bastante maja aunque también chismosa e indiscreta. Dejo mi cartera sobre el mesón de la recepción y enseguida todas las mujeres que hay allí me miran— ¿Hace mucho que están reunidos? La pelinegra me regala una sonrisa y contesta muy tranquila. —Buenos días, sí, hace casi quince minutos. Suspiro nerviosa y espero con paciencia que ella me entregue la llave de mi oficina, que por descuido olvidé ayer aquí. Gracias al cielo que la llamé y ella pudo rescatarmelas. Me entrega el llavero, de ella cuelga una fotografía plástica de Johnatan, a penas tenía un año cuando se la tomé, estaban creciéndole sus pequeños dientes. Al entrar en la cabina metálica, siento la mas pura de las vergüenzas, llegar tarde no estaba en mi rutina, nunca ha sido costumbre mía llegar si quiera con un minuto de retraso. Y sí, ya sé que siempre hay una primera vez, pero no justo hoy que es la presentación del nuevo dueño de la compañía. Tan sólo espero que el nuevo jefe no sea algún viejo amargado, un homosexual frustrado o algún galán que quiera fastidiar a cada empleada, incluyéndome. Porque sí, tengo veinticuatro años, pero aún se dar cachetadas y romper dentaduras a golpes. Cuando las puertas se abren salgo de allí, el pasillo luce más pálido que de costumbre, también desolado y deprimente. Mackensi me recibe y toma mi abrigo y mi cartera. —Que vergüenza. —El nuevo jefe luce muy amable, no creo que te llame la atención por… —Mira el reloj de pulsera sobre su muñeca—… Ahora dieciocho minutos. Espero. Mackensi es mi asistente, la mejor que he podido tener. Cojo la laptop y algunas carpetas que ella ha preparado para mí. —Deseame suerte. Abro la puerta del salón de reuniones y miro a todos mis compañeros de trabajo, los jefes de los diferentes departamentos de la compañía. —Buenos días, disculpen la demor…. Las palabras se consumen por el silencio que guardo. Abro los ojos como platos y todo lo que llevo en las manos se me cae al suelo tras la sorpresa que me llevo, las miradas se dirigen a mí, estoy bastante conmocionada. No esperaba verlo aquí, ha pasado mucho tiempo. ¿Cuánto exactamente? Más de la edad de mi hijo. —¡Santo cielos! ¿Camille? ¿Camille Colleman? Sus ojos azules me miran con un atisbo de alegría, las hebras de su cabello rubio se mueven por la corriente de aire que entra por la ventanilla. No puedo creer que Scott esté aquí. —La misma, en carne y hueso —respondo antes de recoger todas mis cosas y salir de allí dando un portazo. La misma, solo que en una nueva versión.
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