CAPITULO 3

3181 Words
ROMA CAPITAL DEL IMPERIO Llámenlo miedo. Llámenlo conciencia. Daba igual la forma en la que fuera llamada, no importaba que arrastraba a un hombre a la locura si no las acciones que llevaba a cabo. No tenía dudas de que Adrianus era un hombre trastornado, decir que no lo quería muerto sería una mentira y yo era lo que más detestaba, las mentiras. La paciencia es primordial para obtener lo que se desea, y yo no tenía paciencia, había tenido que pasar demasiado para llegar hasta aquí. Había sufrido tener que pasar meses sin Maximilian. Había sufrido tener que enterarme de su muerte. Había sufrido el dolor y la muerte de mi alma durante sus ritos funerarios. Luego, como si lo anterior fuera poco, había tenido que casarme con un hombre que no amaba para poder proteger mi nombre y lo que había construido. Estar bajo el yugo de un hombre siempre era una obligación, no una decisión en Roma, sin embargo, yo no estaba dispuesta a ser una linda esposa, que tejía y que se encargaba de administrar la casa, así como así. Esos deseos solo los había tenido para con un hombre, mi marido, y él ahora estaba muerto. Asesine a mis días escribiendo cartas, una diaria, en ocasiones dos, cartas donde relataba mi sentir y el dolor que no parecía alejarse de mi pecho, deseaba verlo, deseaba escuchar su voz y sentir su tacto, en incluso había ocasiones donde mi mente al desearlo tanto incluso alucinaba escucharlo. Escucharlo una última vez sería imposible. Los días se convirtieron en semanas y las semanas no tardarían en convertirse en largos meses, no me importaba que cada día que pasaba la salud de Adrianus se quebrantara más, solo quería una cosa y esa era verlo muerto, verlo muerto y luego arder en las llamas de la hoguera para que nunca mas regresara e incluso negarle el pase al inframundo porque estaba segura que terminaría sufriendo penurias en el tártaro. —Padre, necesito que envíes a alguien a Egipto. —¿Cómo que a Egipto? —No estaré tranquila hasta comprobar por mí misma que Aurelius no está allí. Aelius no ha dicho absolutamente nada al respecto y desde que supe que los pretorianos viajarían allí no tengo paz, me temo que terminaran cometiendo una injusticia y Aurelius terminara sufriendo una pena de muerte que tal vez no merezca y yo nunca podría perdonarme no haber hecho nada al respecto. Mi padre me observó con perspicacia. Sabía que la idea no le agradaba. —Si lo sabe te meterás en problemas con él—murmuró no muy convencido al respecto—, Egipto es una ciudad grande, será casi imposible que lo atrapen y es mejor para tu reputación y la mía, mantenernos alejados de los problemas políticos de la ciudad o al menos de los que puedan demostrar nuestra participación. —¿Entonces me estás pidiendo que me quede con los brazos cruzados mientras Aurelius muere? —¿Y que hay si es el culpable? —No lo sé, lo único que tengo claro es que una voz en mi interior me grita que eso es imposible y que no puedo dejarme cegar por ello. Todo se fue por la borda cuando César murió, el imperio se vino abajo cuando Adrianus ascendió al trono ¿Qué ganaría Aurelius con cederle el poder a Adrianus si él era quien lo deseaba? No ganaría nada porque el mejor que nadie sabía lo engañosos que son en la gens Flavia, no se podría confiar en ellos ni siquiera para usarlos como un peón. —Te he dicho que la confianza no puede ser ciega. —Y yo te he dicho que no confió ciegamente en nadie, ni siquiera en Aelius a pesar de que ha hecho muchas por mí, no tienes idea de lo complicado que es vivir sabiendo que ahora él ya no está y estoy casada con otro hombre delante de los ojos del pueblo, porque solamente esos ojos fueron testigos de esa unión. Pasarán años o tal vez nunca, hasta que me sienta completamente libre de mi compromiso con Maximilian, no fue solo el pueblo quien presenció esa unión, fueron los dioses…y esa unión, es irrefutable. El tiempo no borra una conferratio, y la muerte no podría borrar mi amor ni en cientos de años. —¿Cuánto tiempo crees que tardará? —¿A qué te refieres? —¿Cuánto tiempo crees que Aelius soportara saber que su esposa sigue centrada en los pensamientos de su antiguo marido muerto? —preguntó con severidad. Resistiría lo que fuera necesario porque yo no estaba dispuesta a ceder pronto o tal vez debía hacerse la idea de que tal vez nunca podría responder de la manera que él posiblemente deseaba. —Es un hombre joven, poderoso y que como todo romano desea hijos. —Papá, es de conocimiento público que no pude darle hijos a Maximilian ¿Qué te hace pensar que podría dárselos a él? Luego de mucho tiempo pensándolo me he dejado convencer por los rumores que circularon las calles, aunque no de manera de insulto si no de compasión, tal vez sea una mujer seca y es mejor que Aelius comience a aceptarlo porque de mí no obtendrá lo que todo hombre desea…no voy a darle hijos y ni siquiera pienso intentarlo. —Soy consciente de todo, soy consciente de que tu dolor no sanará, pero me temo que no estoy demasiado convencido de tu posición, no malgastes tu vida de esta forma, me duele decírtelo, y se que lo he dicho muchas veces, pero no te comportes de esta manera tan egoísta contigo. Egoísta, no estaba siendo para nada egoísta. Realismo, así es como debería ser llamada mi posición. —Olvídate de eso padre, no quiero seguir hablando al respecto, en cuanto a mi vida privada permíteme tomar mis propias decisiones, sé que te pone triste pensar en todo esto, pero, créeme, para mi es mejor así. Déjalo ir y hablemos de temas importantes, quiero que compres una propiedad en cada provincia de Roma, pienso que las propiedades son buenas inversiones a largo plazo y pueden servir en un futuro para diferentes cuestiones. Me he propuesto convertir la fortuna de Maximilian en algo mucho más exorbitante de lo que ya es ahora. —Por Júpiter, eres la mujer o más bien, la persona más rica de toda Roma, incluso sobre los tesoros del César y del palacio imperial, Adrianus ha mal gastado el tesoro del pueblo y ahora le quedan pocos recursos, su mínima fortuna no es nada contra ti, además, no pareces gastar demasiado, podría vivir diez mil vidas viviendo como Licinius Crasus (Hombres más rico de Roma en la época de Julio Cesar) y aun seguir siendo la persona más rica de esta ciudad. No debes preocuparte por dinero—opinó mi padre sentándose en el mullido sillón de su casa, pues había ido a visitarlo, no confiaba en la servidumbre de la residencia así que para hablar de estos temas era mejor ir a casa donde se podía hablar con toda libertad sin temor a que las paredes escucharan. —He estado pensando en algo y esperó que puedas apoyarme. —¿Qué es lo que deseas? —Quiero alimentar a las legiones de Marius en Britania—comunique sabiendo que la noticia no le caería nada bien. No era algo sencillo—. Tengo tanto dinero que no se puede contar y estoy dispuesta a dárselo para que cumpla su cometido tan rápido como sea posible. —¿Piensas alimentar una revuelta en Roma? —El precio que hay que pagar por una venganza es algo y yo estoy dispuesta a cubrir el costo. Mi padre me miró con negación, no iba a aceptarlo, si alguien se enteraba de que tan solo un denario salía de los baúles de mi propiedad todo se iría al carajo y sería acusada de traición al imperio y ello conllevaba a un solo destino: La muerte. Se puso de pie. —El que persevera alcanza. —¿Cuánto más tiempo debo esperar? —Tanto como sea posible, actuar de manera precipitada puede causar problemas mayores. Los días de Adrianus están contados. En tan solo un par de días el comunicado de los ingresos del Estado será colocado en el Fórum, toda Roma sabrá que el imperio ha entrado en quiebra debido a la mala administración y el pueblo colapsará. Habrá revueltas, las estatuas que hay con su rostro serán quemadas y la puerta del palacio imperial golpeada hasta que ceda por los ciudadanos enardecidos. Los campos apenas y han sido cultivados, esos gracias a ti, claro, que has llenado a los graneros de semillas para que el próximo invierno el frío no mate a nuestro pueblo y tampoco la hambruna se ciña sobre ello. Debes ser paciente, tanto como puedas hacerlo. Si Adrianus logra hacer algo para detener eso, te apoyaré y haremos lo que desees con Fabio Mario en Britania. Te doy mi palabra. —¿Lo prometes? —Te prometo que yo mismo viajaré y arreglaré todo para encontrar la forma de comunicarme con él. Dejando esas palabras en el aire me despedí de él. Confiaba en mi padre, pero a veces pensaba que sus modos eran demasiado lentos para mis terribles ganas de obtener lo que deseaba de manera rápida. No había tranquilidad para nadie, ni siquiera para el mismo Adrianus. El dinero era vital y la riqueza del imperio era necesaria para que cada pilar que lo sostenía funcionara de manera acorde. Sus enormes estatuas habían costado tanto dinero, un dinero tirado a la basura que solo había funcionado para alimentar su ego. El ejército necesitaba ser mantenido, los campos necesitaban ser sembrados y los servidores públicos por igual, menos dinero en las arcas del tesoro imperial ameritaba un alza en los impuestos, impuestos que la gente más pobre no tenía para pagar y que los ricos se libraban de hacerlo gracias a que, dando su apoyo a Adrianus o manteniendo su neutralidad y no dando su respaldo al senado lo mantenían en el poder.   —¿Dónde estabas? —Esa fue la primera pregunta que me recibió cuando regresé a casa. La mirada verdosa de Aelius me interrogó mientras se paseaba por la lujosa sala de estar con una copa de vino en sus manos. —Visite a mis padres. —¿Están bien? —Lo están, papá parece gozar de buena salud—no mentía, pero corroborar su estado no habían sido los motivos que me habían llevado a visitarlos, mi padre siempre había sido un hombre saludable. —¿Has regresado antes? Pensé que los asuntos en el palacio te mantendrían ocupado más tiempo de lo esperado, no pensaba esperarte para cenar. —Las cosas se mantienen en una silenciosa paz, como la calma que antecede a una fuerte tormenta. Mis hombres aún no han llegado a Egipto, es demasiado pronto para exigir una carta y Adrianus está encerrado en su habitación desde hace dos días, solo tengo que asegurarme que el palacio esté seguro para dentro de dos días cuando… —Liberen el documento de los ingresos del estado. —Exacto, para cuando liberen el documento—repitió él con una leve sonrisa. —Supongo que sabes que viene cuando eso pase, espero que tu padre piense lo mismo que yo al respecto. El final puede estar más cerca de lo que todos esperan y ese será un duro golpe para el emperador. El senado desea quitarlo del trono y puede que incluso quiten algunos ceros a las cuentas para que el problema parezca aún mayor. —No he hablado de eso con él—mentí—, lo ha comentado de manera superficial mientras hablábamos del precario estado de los campos, a pesar de ello, tengo una idea clara de los terribles números que pueden aparecer en la tablilla, es algo que todo el mundo espera. El imperio está en quiebra. —En quiebra, justo esa es la palabra adecuada para describirlo, aunque en colapso sería la mejor opción de llamarlo pues no solo caerá el imperio si no también lo hará su emperador—lo observe llenar una copa de vino que luego colocó en mis manos—. Viajemos a Egipto. —¿Egipto? —Estaré fuera unas semanas, posiblemente luego del comunicado de ingresos. Un par de meses o tal vez más, quiero que vayas conmigo, solo has salido una vez de Roma y esa vez fuiste a Pompeya, tal vez sirva para distraerte un poco del bullicio y los problemas de la ciudad. He escuchado que en Egipto las cosas son mejores por la correcta administración de su gobernador—una leve sonrisa apareció en sus labios. —Te dejare pensarlo, sería bueno que aceptaras hacerlo. Egipto. Viajar siempre era divertido, pero no sabía si un viaje en esta situación sería prudente. —Tal vez necesite un poco de tiempo para darte una respuesta. —Y yo te daré el tiempo que necesites—respondió para luego tronar sus dedos, había recordado algo. —Casi lo olvidaba, he venido temprano porque tengo una reunión importante con un par de senadores y cobradores de impuestos importantes de Roma, pensé en que tal vez podrías hacerme un grandioso favor y asegurarte de que todo transcurra de manera adecuada durante la cena. —¿Los invitaste a cenar? —Cuestiones de estado—informó—, con los senadores debo comunicar los avances que tengo en cuanto a Aurelius y con los cobradores debo asegurarme de que durante su estancia en Roma le paguen los impuestos correctos al estado. —¿Eso no es trabajo de Adrianus? —Ahora está demasiado inestable para hacerlo el mismo. Si permito que lo miren de esa forma sería una enorme sorpresa para ellos. No está en condiciones para recibir a nadie, te lo he dicho, por ahora debo asegurarme de que las cosas se hagan y se sigan haciendo para que el imperio pueda resistir estar sin un emperador durante un tiempo. Si el palacio se sume en una parálisis no sólo sufriría Roma, los impuestos deben cobrarse o las provincias no tendrán dinero para mantenerse, no habrá capital para pagarle al ejército, no habrá dinero para cultivar los campos y la primavera se pasará volando como para que dé tiempo suficiente a sembrar antes de la llegada de invierno—informó haciéndome asentir con la cabeza. Tenía razón, a pesar de que Adrianus no estuviera en condiciones para atender el mismo, esos asuntos de prioridad debían seguirse haciendo porque al final no sufriría él, si no el pueblo. —¿Lo harás? —Lo haré, me aseguraré de que los sirvientes preparen una buena cena. —Agradecimientos—dijo para luego depositar un beso en mi cabeza, antes de que pudiera replicar su gesto de agradecimiento una voz irrumpió en la sala. Al girar me encontré cara a cara con un centurión que había mirado un par de veces en la casa. —Salve, Primus et Domine—saludó con una leve reverencia—, lamento interrumpir, pero tengo asuntos de estado importantes que comunicar al prefecto. —Claro, adelante, iré a encargarme de otros asuntos—le sonreí levemente y luego me escabullí entre una de las puertas que conducía a la cocina, sin embargo, mis pies evitaron dar un paso más al doblar el pasillo. La curiosidad me venció y terminé regresando para esconderme detrás de las paredes de mármol. —¿Qué te trae por aquí Sicio? —preguntó Aelius para luego sentarse y hacerle un gesto para que el centurión con su imponente armadura lo acompañara. —¿Todo está bien en el canal? Estoy seguro que te ordene no regresar a menos que algo importante pasara. —Hay cosas importantes ocurriendo del lado de Britania. —¿A qué te refieres? ¿Marius ha decidido cruzar con sus cinco legiones? —Mi señor, dudo que sean cinco legiones—soltó el hombre haciendo que Aelius casi se ahogara con el vino, por la expresión que tenía en el rostro supe que aquella noticia no le había sentado nada bien. Cuando logró recuperarse, golpeó su pecho levemente y luego depositó la copa inclinándose un poco y dejándola sobre la mesita de madera frente a ellos. —Explícate, centurión. —Luego de que asesinara a la barcaza que llegaba del lado de Roma decidí enviar un escuadrón de hombres aprovechando que canal estaba estable y que podrían cruzar en pocos días en un barco pequeño, ordene que rodearan e intentaran desembarcar en otro punto. Hace unas semanas regresaron con vida, no fueron descubiertos por las legiones de Marius y comunicaron que al menos tiene un séquito de setenta mil hombres en unos campamentos cerca del borde el Norte. —¿Qué demonios quieres decir con eso? —Que puede que el general Marius, haya tomado la decisión de enfrentarse a las legiones del norte o que tal vez encontró a un séquito de bárbaros que sometió y unió a las tropas auxiliares, mis hombres estaban cansados, apenas y habían comido, pero dicen que las legiones eran tan numerosas que no se podían contar, era un enorme campamento acompañado, claro, de un imponente Praetorium. Una cosa es clara mi señor y es que en los planes de Fabio Mario está cruzar a Roma. Aelius se quedó en silencio por varios segundos, segundos que me parecieron eternos. —Me encargaré de enviar más legiones pretorianas al borde del canal, sin embargo, si hay un intento de diálogo con Fabio Mario no dudes en tomarlo, mi prioridad es asegurar que pase lo que pase, este imperio siga funcionando de manera correcta. El palacio imperial es débil, el emperador está siendo desconocido por el senado, por lo tanto, el pilar político se está resquebrajándose más rápido de lo esperado, sería insostenible que el pilar militar también se rompiera ahora. Roma no está, ni estará preparada para una guerra civil, mi deber es impedirlo o no quedará nada de lo que alguna vez fue este gran y basto imperio. —Me encargare de atender cualquier carta o misiva que llegue de Britania, pero es dudoso que Marius quiera acceder a dialogar, todo el mundo sabe lo enojado que está por la muerte del Legado, dudo que ceda a una negociación de paz mientras el César aun este en el poder. Está claro que planea una revuelta y sabe que será imposible hacerla con cinco legiones, allá, lejos de nuestros ojos es imposible saber cómo ha conseguido tanta gente. Aelius hizo un gesto de apoyo ante su comentario. —Si su enfado es por la muerte de Maximilian, estoy seguro que cuando el César caiga se podrá negociar con él, mientras tanto, solo asegúrate de que la guerra no llegue a Roma, porque una guerra civil en un estado de decadencia sólo puede significar una cosa: Destrucción absoluta. ¿Que era realmente lo que se estaba formando del otro lado del canal?
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