El cuerpo de Adrianus cayó en el suelo, con sus ojos apagándose a la vida lentamente mientras sentía como la sangre y la vitalidad salían de su cuerpo como si se tratara de una corriente. Tenía miedo, miedo de morir y con ese miedo se fue a la tumba mirando al hombre que lo había usado como trapo de limpieza. Aelius lo había dejado caer, dejando que la espada lo traspasara y simulara aquellos suicidios romanos donde el general que perdía la legión se dejaba caer sobre la espada para lavar la deshora. —Está hecho—murmuró para sí mismo—, ha terminado. De manera perfecta sus planes habían ido tal y como los había planeado, solo le quedaba un eslabón y lo pensaba eliminar antes de que pisara Roma y ese era Aurelius. Maldito, había desconfiado de él, se lo había insinuado en su cara y por eso