Capitulo 1.

1528 Words
Prólogo — ¿Es todo? — Así es. Solo debes firmar este acuerdo. Será un secreto entre los dos. Con esto sabrás que no soy tu enemigo, sino tu aliado. Solo me tienes a mí y a nadie más. Te aseguro que será lo mejor para ambos. — ¿Dos años y podré irme de aquí? — Siempre y cuando cumplas con los términos del contrato. — Está bien, ¿dónde firmo? Capítulo 1 Una noche fría de invierno. Dos ancianos se reúnen en la gran mansión Artimedez con una propuesta de un gran negocio. En esencia, se vende como ganado a la hermosa Clara Marchal, nieta única del poco adinerado corredor de bolsa, Agustín Marchal. Agustín ha criado a su nieta solo, tras la dolorosa pérdida de los padres de ella. La familia es pequeña: dos hermanos, de ocho años, y una adolescente de dieciséis a punto de cumplir los diecisiete. Agustín se encuentra en la penosa situación de tener que dar a sus nietos en adopción debido a su enfermedad y sus malos negocios. Le debe una gran suma de dinero a la familia Artimedez, una deuda que puede resolverse con un trato. Agustín tiene algo valioso en sus manos: una belleza natural, una joven tan hermosa que llena los ojos del viejo Balton Artimedez de oro. Según un informe de la casa hogar, solo podían adoptar a los niños pequeños, pues Clara ya era muy mayor y nadie se ofrecía a hacerse cargo de ella. Sin embargo, el señor Balton estaba dispuesto a negociar: no quería a la joven como hija, sino que buscaba una esposa para su nieto, uno de los hombres más importantes del momento, quien carga con el dolor de una gran pérdida. Su amada esposa murió a causa de un grave cáncer de estómago, dejándolo sin ganas de volver a conocer el amor, sumido en una horrible y penosa soledad. La familia Artimedez es poderosa, pero muy reducida, ya que los herederos han sufrido numerosas pérdidas debido a una enfermedad genética en sus aparatos reproductores. Un milagro les dio la dicha de tener a Daemon, quien ahora es el líder de la gran élite: un magnate petrolero con diversas industrias de bienes raíces, hoteles y clubes en la gran ciudad de Miami. Balton, deseoso de conocer a sus bisnietos antes de morir, se enfrasca en la angustiosa tarea de conseguirle una esposa a su nieto, pero no una cualquiera. Quiere una belleza que lo cautive y lo llene de felicidad, quiere verlo recuperarse y dejar el luto que lleva a cuestas desde hace más de tres años, una dura tarea que no le será fácil, puesto que Daemon aún siente la pena y el dolor por la mujer que consideraba el amor de su vida. Aquí estamos: un trato sin aviso previo se lleva a cabo. El tiempo juega en contra de ambos adversarios, y es momento de que pongan en marcha sus planes. Sin duda, esta noche se ha cerrado el mejor de los negocios. Solo falta que los verdaderos involucrados sepan lo que ha acontecido en esta sala de estar. — Recibirás lo acordado en el instante en que tu nieta firme los documentos del compromiso. No podrás verla entonces, y sin duda tu deuda estará saldada. — Está bien, señor. Haré lo que me pide, por favor, cuídelos. — No se preocupe, su nieta debe hacer su parte. Los niños estarán bien con mi sobrina, ella los cuidará muy bien, han querido adoptar desde hace mucho. Solo debe traerlos aquí por la mañana y marcharse, del resto nos encargaremos nosotros. La tristeza de Agustín se refleja en los ventanales empañados. Le hizo una promesa a su hijo y no podrá cumplirla. Solo puede sentir paz al saber que los dejará en buenas manos; son la familia más influyente. Matrimonios como estos son comunes en su país, y piensa que su nieta tiene mucha suerte: ha logrado casarla con un hombre adinerado, no le hará falta nada. — Nos vemos a las 8:00 a. m., señor. — Sin falta, estaré esperando. — Aquí estaré, no se preocupe, señor. Buenas noches. — Buenas noches. Balton mira por el ventanal empañado mientras sostiene la fotografía de la hermosa Clara. Al verla, supo que sería ella; es a quien quiere para su nieto. Es bellísima y eso le asegura nietos de buenos genes. — Ramiro — dice, dando una calada intensa a su pipa. — ¿Me llamó, señor? — Ve por Daemon, tráelo ante mí — ordena sin desviar su mirada del ventanal empañado, con una expresión fría y calculadora. — De inmediato, señor. No pasan más de quince minutos antes de que la presencia de Daemon invada el lugar con su perfume exquisito de Dolce & Gabbana y su elegante traje ajustado. — ¿Me has llamado, abuelo? — Te casarás mañana por la tarde — dice sin anestesia, sin darle siquiera una explicación, dejando al hombre de treinta años atónito. — ¿Qué has dicho? — Lo que has escuchado. Tenemos un acuerdo. Creo recordarte que siempre cumples tu palabra, pues dices que tu palabra es ley. Me debes una promesa y me la tienes que cumplir. — Con el debido respeto, abuelo, creo que te estás precipitando… — Se mueve al verlo voltear en su dirección y se posiciona más cerca con frustración —. ¿No crees que tengo suficiente edad para tomar mis propias decisiones? — Nada de eso. Sabes que no me queda mucho tiempo de vida. Florencia estuvo enferma por más de cinco años. Has vivido un luto por tanto tiempo, te lo he respetado y acepto que era la mujer perfecta para ti, pero ya es momento. He elegido una mujer para ti. Necesito herederos, no me has dado ninguno hasta ahora. Necesito a alguien que dé forma a tu vida. Daemon, cumple tu palabra y haz lo que te ordeno. — Lo repetiré, abuelo: no soy un niño, creo poder tomar la decisión de elegir a alguien para mi vida. — ¡Tonterías! No hace falta. Cumplirás. Mañana por la tarde te casarás, será algo privado. Luego, con el tiempo, lo anunciaremos y, si todo marcha bien, haremos una boda más grande. Por lo pronto, es la decisión que he tomado y la vas a acatar. Es mi último deseo. La mirada llena de frustración se refleja en los ojos de Daemon. Se siente irritado y sabe que contestarle solo empeoraría la salud del hombre que admira y que ha sido como un padre para él. Se abate ante su mirada y niega con decepción. — Me pones una trampa, ni siquiera la conozco. — La conocerás. Yo tampoco conocía a tu abuela y resultó ser la mujer perfecta para mí. Siento que esta jovencita será la mujer para ti. — ¿Jovencita? ¿A qué te refieres? — No hagas tantas preguntas. Ve, organiza tus cosas, porque mañana por la tarde saldrás de esta casa con tu esposa. Es mi palabra final. Con coraje, la mirada de Daemon se posa en su madre, que está en la entrada de la puerta. — Permiso, buenas noches, abuelo. — Buenas noches. Sin más, se retira acercándose a su madre con enojo. — Perdió la cabeza. — Daemon, ¿qué pasó? — Lo que pasó es que se ha vuelto loco, eso pasó. — Ven, hijo, por favor, siéntate. Pediré un té para que te calmes y me lo puedas contar todo. Una noche larga para ambas familias. Entre promesas, reglas y contratos, se hace cumplir la palabra del monarca de la gran familia Artimedez, el cabeza de familia y un hombre muy respetado por todos, pues su palabra es la ley y lo que dice se hace, sin más. — ¡NOOOO, NOOO, SANTIAGO, VÍCTOR, ABUELO, NO DEJE QUE SE LOS LLEVEN! ¡ABUELO, HAZ ALGO! — ¡CLARA, CÁLMATE! — ¡CLARA, AYÚDANOS, AYÚDANOS, HERMANA! — Los gritos de Santiago la golpean fuerte. — ¡CLARA, POR FAVOR, NO PERMITAS QUE NOS LLEVEN, AYÚDANOS! — Víctor se aferra a ella y trata de detener a los hombres que han venido por ellos. — ¡Abuelo, por favor, ayúdalos! Agustín guarda silencio, dándole una señal al mayordomo para que proceda. Ya no puede retroceder, está hecho. — Lo siento mucho, Clara, perdóname. — Por aquí, señorita — señala el mayordomo el coche. — ¿Qué? No, no, abuelo, ¿qué has hecho? ¡No, no, suéltame, suéltame! ¡ABUELO, ¿QUÉ HICISTE?! ¿ACASO NOS HAS VENDIDO? ¿ME VENDISTE, ABUELO? El silencio aumenta su dolor. Sus gritos y golpes se descontrolan. Logra escapar y corre hacia el coche de sus hermanos, a quienes les tiende la mano mientras ellos la observan llorando desde el cristal trasero del coche. Clara es atrapada nuevamente y llevada al coche. Su mirada llena de lágrimas se refleja en Agustín, quien sostiene su maleta, listo para mudarse a la casa de ancianos. Ese es su destino, después de que le embargaran la casa y el cáncer comenzara a consumir su cuerpo poco a poco. Un trágico destino del que se cree merecedor por lo que ha hecho.
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