Ethan desvió su mirada hacia mí. Yo alzé ambas manos en un gesto de rendición irónica, los dedos extendidos como si soltara algo imaginario. "No es mi problema. Ni mi cliente. Ni mi circo."
Él no quiere que lo atienda "por cría", y Scott tampoco "por crío"... — Miré a Ethan directamente —. Y usted, jefe, por lo visto también es un crío para él. Así que le dejo mi oficina. Hoy ha sido suficiente para mi cordura.
—Señor Carlos, elija: Mario o Alejandra. Ambos están capacitados. Yo lo garantizo. - Tomó mi teléfono del escritorio sin permiso, sus dedos largos revisando notificaciones. Lo miré con veneno, pero mordí mi lengua: protocolo ante clientes.
Carlos Montenegro soltó una risa incrédula, sus dedos regordetes golpeando el brazo del sillón.
—¡Son unos críos! ¿Cómo van a resolver un asunto tan delicado?
—Señor Montenegro... —dije con serenidad — su "asunto delicado" es un divorcio express. Sin hijos, sin propiedades mancomunadas... —Dejó caer un dossier sobre la mesa con un golpe seco —. Lo único complejo aquí es el ego de su esposa.
Carlos abrió la boca, pero no le di tregua:
—Ella no firma porque quiere una tajada de su cuenta en las Islas Caimán que convenientemente olvidó declarar. — Mi sonrisa es fría—. Pero tranquilo. Hay soluciones elegantes:
1. Indemnización por daños morales, por la relación de su esposa con su amigo de años.
2. Pensión alimenticia temporal, suficiente para que ella guarde las apariencias en su club de tenis.
Carlos golpeó la mesa con un puño tembloroso.
—¡No es delicado! ¡Mi mujer quiere quedarse con todo mi dinero!
Conteniendo un suspiro, rodé los ojos. ¿Además de necio tiene problemas auditivos? Ethan apretó mi teléfono hasta blanquearle los nudillos —su señal silenciosa cuando el tono de alguien traspasaba sus límites—. Mario dio un respingo en su lugar.
—Señor Montenegro —la voz de Ethan cortó el aire como cuchillo — Alejandra tiene razón. Su divorcio es sencillo: sin hijos, solo negociación patrimonial. Pero si desconfía de nuestro criterio... busque otro bufete. - Me incliné para recuperar mi móvil, pero él desgraciado ya lo guardaba en su bolsillo. — Que tenga buen día
Carlos palideció.
—¿Me está echando?
Ethan sostuvo la mirada de Carlos Montenegro, los nudillos aún pálidos por el puño cerrado.
—No. Le estoy sugiriendo que busque otro bufet —corrigió frío, la última palabra deliberadamente mal pronunciada— si desconfía de nuestra ayuda.
El silencio pesó como un ladrillo. Carlos se levantó tan brusco que su silla chirrió contra el piso.
—Ineptos —escupió, ya en la puerta—. Los tres son unos críos jugando a ser abogados.
Su estruendosa salida resonó en el pasillo. La voz iracunda aún llegaba nítida cuando golpeó la puerta de salida:
—¡Trío de críos ineptos!
Mario tragó saliva. Ethan ni parpadeó.
Yo extendí la mano, plana, exigente.
—Mi teléfono. Ahora.
Ethan deslizó el teléfono más al fondo de su bolsillo, una sonrisa desafiante en los labios.
—No. Se quedará conmigo hasta que me des tu respuesta, cariño.
Lo quiero matar. El pensamiento fue un latido venenoso. Si el asesinato no fuera un crimen, ya estaría enterrando ese traje caro en el pantano. Recordé los documentales de CSI que veía a las 3 a.m.: ácido, compactadoras, limpieza de fibras... Definitivamente debo dejar de ver esa basura.
Crucé los brazos, olvidando la presencia de Mario.
—No te atreverías, idiota.
Él se inclinó hasta que su aliento rozó mi oreja.
—Me atrevería —susurró, la voz un ronroneo peligroso—. Porque necesito esa respuesta, cielo. Y espero que sea... afirmativa.
—Sabes que esto es apropiación indebida de un activo privado —dije, voz gélida como expediente judicial—. Podría demandarte.
Ethan sonrió —esa sonrisa de lobo que me hacía calcular la profundidad del río Hudson para ocultar c*******s—.
—Espero la demanda en mi oficina —respondió, ajustándose el puño de la camisa como si discutieran términos de fusión corporativa—. Junto a tu respuesta. O... —su voz bajó a un susurro letal—, es más fácil organizarlo todo yo. Si eso te alivia.
¿Organizar una boda? ¿Una ceremonia real con testigos y fotógrafo? El pensamiento me paralizó.
—No te atreverías —murmuré, pero la duda era un cuchillo en mi garganta.
Él se inclinó, su aliento caliente en mi piel mientras su mano capturaba un mechón de mi pelo rebelde.
—Me conoces, Alejandra. Sabes exactamente de lo que soy capaz —sus labios rozaron mi mejilla en un beso que quemaba más que un documento notarial—. Pero hoy seré caballero, mi amor... —Su boca se posó junto a mi oído, las palabras una confesión envenenada: — Tú y yo sabemos que no hay escapatoria. Este enlace es nuestro futuro. Yo ya lo asumí. Es hora de que lo hagas tú.
Idiota - solté, mientras el salía de mi oficina. Al girar hacia Mario, forcé una sonrisa que sabía no convencería a nadie. - Él saca lo peor de mí. Y más hoy, que mi café sabía a agua de charco.
Mario apretó el expediente del otro imbécil de monte n***o contra el pecho, como un escudo. - Comprendo, no se preocupe de verdad – murmuró Mario, desviando la mirada hacia las grietas del piso. - Entiendo la... relación que tiene con nuestro jefe".
El aire se espesó. Yo congelé la sonrisa.
"¿Qué relación?" – dije tragando saliva
Su cabeza se alzó de golpe, ojos como platos. Palideció como si hubiera firmado una confesión en un juicio capital.
"Yo, he—", tragó saliva, rascándose la nuca con una torpeza que casi dolió.
Forcé una sonrisa que me tiró de los labios.
—Dime. No pasará nada.
Mario tragó, las orejas enrojecidas
—Para nadie es un secreto en el bufet... que usted y el jefe Ethan tienen una relación amorosa.
El aire se espesó como cemento fresco. Trago saliva. Mi sonrisa se endureció hasta doler.
—¿Umm, ok? —dije, tono despreocupado que sonó falso hasta para mí Las palabras de Mario me golpearon como un puño en el plexo solar.
Quiero enterrarme viva. Ethan es mi jefe. Esto huele a demanda por acoso... o a chismes de pasillo para arruinar carreras.
"Para nadie es un secreto."
"Relación amorosa."
Sentí el suelo inclinarse. De repente, cada ventanal de la oficina se convirtió en un espejo implacable: todos lo sabían. La secretaria que me sonreía cada mañana, el pasante que me traía cafés, el socio senior que elogiaba mis argumentos legales... todos habían visto. Todos habían juzgado.
—. ¿Y desde cuándo corre ese rumor?
—Desde que yo ingresé —confesó él, jugando con el botón de su saco—. Usted me pareció... linda. Inteligente. —Un rubor le subió al cuello—. Quise invitarla a un café, pero un compañero me detuvo: "Si quieres durar aquí, no te acerques a la señorita Guzmán fuera del trabajo. Muchos lo intentaron. Todos fracasaron."
Guardé silencio. Los ventanales reflejaban mi figura tensa, el pelo revuelto por los dedos de Ethan.
Las palabras salieron de mi boca como una defensa procesal ensayada:
Gracias, pero si rechazaba salidas antes no era por Ethan. Estaba full de casos —sonreí, ese gesto profesional que usaba en los juicios cuando mentía —. Nos conocemos desde la facultad, eso explica la confianza. Pero jamás olvido que es mi jefe
Mario parpadeó, lento, incrédulo.
—Le acaba de decir "idiota" delante de mí.
El suelo pareció moverse. ¿En qué idioma se habla la sinceridad aquí?
—Porque se llevó mi teléfono —repliqué, ajustándome el cabello que sus dedos habían desordenado minutos antes. Un gesto inútil; aún sentía el calor de su toca donde el beso había quemado—. Pero en lo laboral, lo respeto. Hasta acepto sus sugerencias... cuando no son órdenes disfrazadas.