Mayra
Sé que esta historia no es mía. Tampoco soy la protagonista. Pero quiero dar mi versión. Necesito que se entienda cómo terminé envuelta en esta tela de araña.
Siempre fui una persona muy pensante, racional hasta el extremo. Egoísta, sí. Poco romántica también. Mis relaciones fueron simples: me amaban, y yo mandaba. El mundo de ellos giraba en torno a mí, y nunca lo cuestioné.
Hasta que apareció él.
Coco fue un espejo inmenso, brutal, en el que me vi reflejada desde todos los ángulos. En su forma de ser, egoísta, hiriente, inestable… me reconocí. Yo también había sido así. A veces lo seguía siendo. Me aferraba a mi pasado como si fuera un escudo, como si las heridas justificaran mis errores.
Para cuando lo conocí, ya tenía camino recorrido. Años de terapia, de búsqueda interna, de intentar ser mejor por mí y por mis hijos, que crecían en medio de mis tormentas emocionales. Hice de todo: terapia tradicional, espiritualidad, Reiki, lo que fuera que me ayudara a entenderme. Así de mental era. Así de preparada creía estar.
Sabía quién era Coco antes de siquiera cruzar una palabra con él. Me lo habían advertido. Me lo trabajé en terapia. Me prometí que lo tendría claro, que no me iba a dejar arrastrar. Pero lo hice. Por primera vez, me dejé llevar por un amor desbordado, impulsivo, sin filtros. Una experiencia que sentía que me debía, como si fuera una última asignatura pendiente con la vida.
Coco era todo lo que siempre dije que no quería: posesivo, celoso, machista, inestable. Yo, que siempre fui libre, que siempre hice lo que quise dentro o fuera de una relación, me encontré encadenada emocionalmente a alguien que representaba todo lo opuesto a mi esencia.
Y sin embargo… lo amé.
Lo amé como nunca antes, con una entrega ciega, salvaje, irracional. Aprendí a amar sin condiciones, a mirar desde otro lado, a tolerar lo que antes me hubiera hecho huir. Porque estar con él era desnudarme emocionalmente, enfrentar mis miserias, mis traumas, mis propias sombras.
Quise salvarlo. Quise completarlo. Pensé que podía con su pasado, con sus ex, sus heridas, sus adicciones. Me creí el papel de salvadora, la mujer fuerte que todo lo puede. Pero qué idiota fui. Cada pedazo que reparaba de él era un trozo que se rompía en mí.
Me llevó al límite de mi mente, de mi cuerpo y de mi alma. Me consumió.
Y aun así, jamás lo odié. Porque sé que él también me amó. A su manera, torpe, caótica, dañina. ¿Y cómo podría juzgarlo, si en él vi reflejadas las mismas heridas con las que yo también lastimé a quienes me quisieron? Fue mi verdugo, sí, pero también fue el espejo que me mostró con brutal claridad quién era yo.
Coco fue mi luz y mi oscuridad. Mi calma y mi tormenta. El huracán que arrasó todo lo que yo creía tener bajo control.
Hoy sé que después de él ya no me duele nada. Nada me asusta. Porque pasé por el infierno y salí. Quemada, sí. Con la piel en jirones y los pies cansados. Pero salí. Sobreviví a Coco. Y si pude sobrevivir a él, puedo sobrevivir a todo.
Él será siempre parte de mi historia. Una herida latente. Una cicatriz viva. No por lo que fue para mí, sino por todo lo que me obligó a ver en mí misma.