Mientras tanto, al día siguiente de su boda, Alejandro y Mónica partieron por unos días para disfrutar de su luna de miel. No habían intimado, nuestro psicólogo le había dado espacio para que descanse, aunque las palabras de su padre taladraban su mente. Alejandro tenía cierto resentimiento contra su progenitor, no impidió que Venegas les inyectara el suero de la verdad, es más, estuvo de acuerdo, como si eso no fuera suficiente, pactó su casamiento en base a tradiciones obsoletas, consultas a oráculos y brujos y creía firmemente que esa niña, hoy una mujer, era su mujer predetermina. ¡Tonterías! Hasta hizo que dude de Mónica. ¡Su novia no era así! Mónica tenía temor de que Alejandro descubriera su mentira, porque sabía que era mucho más que una pequeña mentira, fue un engaño atroz.

