PRÓLOGO

1045 Words
La noche en Palermo olía a pólvora, vino y pecado. El líder de la mafia siciliana, apodado El Diablo, observaba en silencio el muelle iluminado por luces amarillentas que se reflejaban sobre el agua turbia. Frente a él, los hombres descargaban contenedores con la precisión de un ejército; su voz no era necesaria para imponer orden. El simple peso de su mirada bastaba. Su cigarro se consumía lento entre sus dedos cuando uno de sus hombres, Marco, se acercó con paso rápido y rostro tenso. Se inclinó hacia él, murmurando algo que hizo que el humo se le atascara en la garganta. —La hemos encontrado, capo. El Diablo giró la cabeza, con los músculos de la mandíbula tensos. —¿Dónde? —preguntó, sin una pizca de calma. Marco tragó saliva. —En un convento… en las afueras de la ciudad. Está a punto de tomar los votos para convertirse en monja. El silencio que siguió fue más pesado que el aire húmedo del puerto. Él Diablo dejó caer el cigarro, aplastándolo bajo su zapato n***o. La chispa agonizó, igual que la paciencia que había contenido durante meses. Meses en los que aquella obsesión que había despertado cuando aquella jovencita de belleza angelical se cruzó en su camino en una noche de tormenta, se intensificaba más y más, con cada día que pasaba. Había pasado todas las noches desde aquel día sin poder dormir tranquilo, despertando acalorado, el cuerpo sudado y una erección inminente que buscaba desesperadamente el desfogue, soñando con ella, con su rostro de ángel, con sus ojos de cielo y con su cuerpo de tentación. Necesitaba tenerla, hacerla suya, costara lo que costara. Sus ojos —uno verde, el otro mitad verde, mitad café— se alzaron hacia el horizonte con un brillo salvaje. —Preparen el coche —ordenó con voz baja, pero firme como una sentencia. Y en ese instante, Palermo volvió a temblar. [...] Lucía Mancini sintió que el mundo entero se reducía al eco de su propio corazón golpeando dentro de su pecho. El incienso impregnaba el aire del pequeño templo, y la luz de las velas temblaba sobre las paredes de piedra. Vestida con el hábito blanco, con el velo aún en sus manos, intentaba concentrarse en la ceremonia que estaba a punto de sellar su nueva vida. Pero los recuerdos la asaltaban sin piedad. Recordó las palabras dulces de Matteo, su voz prometiendo volver de Estados Unidos para casarse con ella, para sacarla de aquella casa donde la madrastra la trataba como una sirvienta indigna. Recordó cómo su corazón se aferró a esas promesas, cómo soñó cada noche con su regreso. Hasta que él volvió. Y lo hizo con un anillo… pero no para ella. Lucía aún podía ver la sonrisa victoriosa de Alessandra, su media hermana, cuando anunció su compromiso con él. Esa misma mujer que viajó a Estados Unidos con la excusa de “visitarlo por negocios familiares” y regresó con su traición bien escondida bajo su perfume caro. El día que los vio juntos, algo en Lucía se quebró para siempre. Huyó bajo la lluvia, con los ojos nublados y el alma rota. Y en medio de la oscuridad de aquella noche, chocó con él. Aquel hombre. Su memoria lo dibujaba con la precisión del miedo: alto, de hombros anchos, tatuajes que trepaban por su cuello y le cubrían los brazos, y esa mirada… esa mirada imposible de olvidar, mitad luz, mitad abismo. Los hombres que lo rodeaban parecían bestias con piel humana. Lucía tembló. Juró entonces que Dios la había protegido, permitiéndole escapar de algo peor que la muerte. Ahora, en el altar, apretó los dedos sobre el rosario. —Dios mío, ayúdame a dejar atrás el mundo, —susurró, cerrando los ojos con devoción desesperada—. Ayúdame a olvidar a Matteo de una vez por todas... Arráncalo de mi corazón. El ritual seguía su curso. Las voces del coro se alzaban en una plegaria serena. Hasta que el sonido de las puertas irrumpió como un trueno. El estruendo resonó por todo el templo. Las monjas gritaron; algunas se arrodillaron, otras retrocedieron presas del pánico. Un grupo de hombres armados entró, con trajes oscuros y rostros sin alma. —¡Este es un lugar sagrado! ¡No pueden estar aquí! —exclamó la madre superiora, alzando las manos. Uno de los intrusos la empujó con brusquedad. El sacerdote que oficiaba la ceremonia dio un paso al frente, temblando. —¿Qué buscan? Aquí solo hay monjas… —No —respondió una voz profunda desde la entrada. El Diablo avanzó entre las sombras, imponente, con la mirada encendida. El eco de sus pasos retumbó como un juramento. Sus ojos buscaron hasta encontrarla. Lucía. Su respiración se detuvo. Ella, pálida como el mármol, sintió cómo el miedo le recorría la piel. Lo reconoció al instante. Ese hombre imposible de olvidar. El Diablo sonrió con una calma peligrosa, la clase de calma que precede al caos. —Solo hay una cosa que quiero —dijo, su voz reverberando por las paredes—. Y lo que quiero… es a ella. Lucía retrocedió, temblando. Las monjas la rodearon, pero El Diablo siguió caminando hasta quedar frente a ella. Sus ojos, ese abismo de colores imposibles, la atraparon sin dejarle salida. —Ahora me perteneces, Angelo (Ángel) —murmuró, apenas un suspiro, pero con la fuerza de una condena. Y en ese instante, mientras las campanas del convento resonaban en la distancia, el cielo de Palermo volvió a abrirse en lluvia. ⚠️ IMPORTANTE ⚠️ Querido lector, antes de leer esto, sepa que esta historia no es un romance rosa y en ella encontrará personajes con moralidad cuestionable, mucha violencia y contenido explícito que puede resultarle incómodo, pesado y herir su sensibilidad. Si usted no está dispuesto a ver esto como lo que es: algo ficticio, por favor, ahórrese el tiempo de leer esta historia para luego comentar su descontento, porque tenga claro que a mí me vale y ya se lo advertí, así que si se puso a leer una historia que no era para usted, fue bajo su propio riesgo. Para los que les encantan las tramas oscuras y soportan leer todo... ¡Bienvenidas sean a una nueva aventura! 🖤
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