Respiré hondo. Las lágrimas no se detenían. —Pero lo que hice fue lo peor. Lo peor que un padre puede hacer. Rompí algo que ya no sé si se puede arreglar. El otro lado de la línea se quedó en silencio. Pero escuchaba su respiración agitada. El llanto contenido. La incredulidad. —Alessandro… ¿dónde está ahora? ¿Sabes dónde fue? —Se fue con Bianca —dije apenas—. Pero no sé a dónde. Solo sé que no quiere volver. Que me odia. Que jamás me va a perdonar. Y entonces, Catherine estalló. —¡Voy para tu casa! —gritó, con esa fuerza maternal que siempre tuvo—. ¡Vamos a buscarla juntos! —¡No! —le grité, desesperado—. ¡No la vas a encontrar! Yo la vi… la vi en sus ojos. Vi ese vacío. Ese dolor que le dejé clavado. Perdí a mi bambina, Catherine. La perdí para siempre. Y ahí me quebré del todo. M

