Damián me besó.
Con descaro. Con calma. Como si no acabara de dejarme temblando entre latas de atún y cajas de cereales vencidos.
Se subió el pantalón con una tranquilidad que me enfureció y me excitó a la vez. Luego, con una mirada medio burlona, se acomodó la camisa sin abrocharla del todo. Y justo antes de salir, se inclinó hacia mí de nuevo, como si no hubiese destrozado mi voluntad hacía apenas minutos.
—Me voy —murmuró, tan cerca de mi boca que casi lo vuelvo a besar—. Espero que te portes bien.
Me guiñó un ojo y salió como si nada. Como si no dejara una tormenta de feromonas, adrenalina y frustración s****l detrás de él.
Me quedé ahí, paralizada, con el pulso al mil y los labios húmedos. Me apoyé contra la estantería de galletas vencidas, respirando como si hubiese corrido una
