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—¿Así que aquí desayunas? —pregunté al entrar, caminando como una niña curiosa.
—Sí, y hoy tú eres mi invitada especial —dijo mientras iba a buscar algo al minibar—. ¿Qué quieres? ¿Juguito, café, chocolate caliente?
—Champaña —respondí con tono de broma, y él me miró como si no descartara la opción.
—En pijama, sin ducharte, con ojeras, y quieres champaña. Eres un caos adorable.
—Gracias —dije, sentándome sobre una de las sillas acolchadas frente a la mesita—. Lo tomo como un cumplido.
Cuando llegó con una bandeja con croissants, frutas y café, lo miré fijamente.
—¿Y esta sorpresa? —pregunté.
—Quiero pasar tiempo contigo. Real. Sin tantos rodeos —respondió con honestidad.
Yo puse cara de “uy, qué romántico”, pero por dentro me derretí.
—¿Y ahora te pones profundo
